Perarnau Magazine

Por supuesto, utilizo el verbo colar por no faltar el respeto a Stan Wawrinka y Tomas Berdych, dos tenistas consolidados durante toda la temporada entre los diez primeros. Pero ninguna de las dos victorias llegaron, ni mucho menos, de la mano del azar o la suerte. Nishikori disparó primero, atizando al suizo en un quinto set donde parecía que el factor físico dejaría apartado al tenístico. Finalmente sería el psicológico el que decantara la balanza a favor del de Shimane y terminara ahogando al de Lausana, que ya pensaba a qué cámara mirar mientras se señalaba esa cabecita que tantos buenos (y malos) momentos le ha dado.

Un día después, el segundo bombazo. El protagonismo esta vez se establecía en los hombros de Marin Cilic, que tendría que lidiar con el número siete del mundo, Tomas Berdych. Dos estilos parecidos que ya se cruzaron hace tres meses en Wimbledon. Esta veza cambiaría el lugar, la superficie y la ronda (de R32 a cuartos de final). Pero una cosa se iba a mantener intacta, el marcador. De nuevo en tres sets, de nuevo sin regalar oportunidades, de nuevo inclinando a un checo al que parece haberle tomado la medida. Cuatriplicando los saques directos de su rival (19-4) y duplicando los golpes ganadores (46-21). La maquinaria del de Medjugorje está mejor engrasada que nunca. Normal, siendo Goran Ivanisevic su entrenador.

Arranca septiembre y ya son ocho meses los que el calendario ha visto morir. Suficiente tiempo de observación para sentir como algo normal que tanto Kei como Marin hayan sacado un billete para formar parte de los cuatro mejores en Flushing Meadows. El japonés viene con dos títulos en su bolsillo, en el cemento de Memphis y en la arena de Barcelona. Aunque lo que más se recuerda de él son sus fatídicos abandonos en territorio Masters 1000. Primero en la penúltima ronda de Miami (por lesión en la ingle) y segundo en la final del Mutua Madrid Open, donde tuvo contra las cuerdas al, por entonces, número uno del mundo, Rafael Nadal. Por otra parte, el croata también llegó a Nueva York con buenas sensaciones bajo el brazo. Al igual que el japonés, dos cetros destacaban en su palmarés anual hasta el momento: Zagreb y Delray Beach. Luego se diluyó un poco cuando el polvo de ladrillo inundó los estadios entre abril y mayo, aunque sus buenas sensaciones volvieron en la gira norteamericana que tanto había estado esperando. Dos trayectorias que confluyen en la Artur Ashe para poner el punto más dulce de la temporada en la ciudad que nunca duerme.

Claro que en un Grand Slam nadie regala nada. Quizás solo los aplausos. Para hacer historia en Nueva York hay que dejar atrás a los mejores y esos, de momento, los tendrán delante en la jornada de mañana. Novak Djokovic y Roger Federer, principales cabezas de serie en el último major del año (debido a la baja de Nadal) pondrán a prueba los argumentos de los intrépidos tapados. Ambos han llegado hasta aquí aumentando poco a poco la velocidad e intentando gestionar los recursos pensando en una posible reedición de la final de Wimbledon. Gael Monfils puso en serios problemas al suizo, a quien obligó a remontar un 0-2 adverso por novena en vez en su carrera. Incluso le perdonó dos pelotas de partido. Por su parte, el serbio tuvo que echar el resto en su último duelo ante Andy Murray, un hombre ante el que no vale escatimar en revoluciones. Ahora solo un triunfo les separa de entrar en la pelea por un nueva corona de Grand Slam, el tesoro más preciado.

¿Y ahora qué? ¿Conformarse o seguir soñado? Nishikori disfrutará de sus primeras semifinales de Grand Slam con regreso incluido a los diez primeros puestos pase lo que pase. Cilic lo hará por segunda vez, con el recuerdo de aquel Open de Australia de hace cuatro cursos donde con 21 años puso su nombre en el primer escaparate mundial. Ninguno de los dos pisó jamás una gran final, mientras que sus adversarios suman 24 títulos entre ambos. Tarde o temprano, la nueva generación devorará a la actual, una retahíla que llevamos repitiendo desde el triunfo de Wawrinka en Australia, aunque aquí hayan seguido ganando los mismos de siempre (exceptuando a Tsonga en el Masters 1000 de Toronto). Entonces, ¿para quién es la presión? “Para los novatos”, dirán algunos, “son los que tienen que demostrar su valía”. Se equivocan. Ellos ya han cumplido plantándose en un banquete al que no estaban invitados. El papelón de verdad es para Federer y Djokovic, dos hombres que si no alcanzan la final tendrán que aguantar las palabras fracaso y decepción en cada telediario. Los dos favoritos contra las dos revelaciones. Mucho por ganar y mucho que perder.

* Fernando Murciego es periodista.

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