Un equipo son sus defectos. Un equipo no solo puede y debe definirse a partir de sus virtudes, la idea de juego, el modelo que desarrolla, el sentido que propone, la vocación que muestra o los detalles que certifican toda su identidad. Un equipo también viene definido por sus deficiencias, en especial las estructurales, aquellas que perduran en el tiempo, en algunos casos hasta hacerse crónicas. En el Barça, por ejemplo, podríamos mencionar dos defectos de largo recorrido: la dificultad ante el gol y los problemas de cobertura defensiva en fases de no control del juego. El primer defecto parece un contrasentido si pensamos en los 73 goles conseguidos por Messi la pasada temporada. Pero no lo es tanto si recordamos los enfrentamientos con el Chelsea en la última Champions: el Barça fue una tormenta que intentó derribar la casa azul con todos los elementos posibles, rayos, truenos, tornado, diluvio y huracán. En vano. Buscó por dentro, por fuera, por bajo, por alto, en combinación, disparando desde lejos, entrando hasta la cocina… En vano. Esos 180 minutos fueron un compendio de impotencia goleadora y no precisamente por falta de ocasiones: hasta 46 anotó el Barça en la suma de ambos encuentros, con lo que no puede decirse precisamente que el Chelsea presentara una gran defensa. Si concedió 46 ocasiones de remate, no fue una gran organización defensiva. Pero el Barça no logró los goles que precisaba: dos transformados de 46 intentados. No siempre ocurre igual, por descontado. Aún recordamos la ida de la Supercopa pasada, cuando Villa y Messi aprovecharon en el Bernabéu las dos ocasiones que fabricó el Barça: pim pam, dos de dos. Es decir, no siempre se atasca el gatillo, pero reconoceremos que ese defecto, el elevado número de ocasiones de gol desperdiciadas, está grabado a fuego en el equipo.
Una explicación al problema reside en la prolongada ausencia de Villa. Dado que Pedro es un goleador de oportunidades, pero no de grandes cantidades; y Alexis un atacante empleado para desbrozar obstáculos, el auténtico acompañante de Messi a la hora de anotar debe ser Villa. Sin él, el defecto se agravaría según esta explicación. Existe otra algo más compleja y que emplean varios técnicos: las sucesivas fases del juego posicional que va escalando el Barça generan una extrema dificultad para el remate directo en la fase final. Del mismo modo que, durante la progresión, el equipo adormece al rival, también el Barça se acostumbra a un modo pausado de mover el balón y ese modo no resulta fácil de modificar violentamente cuando la portería se acerca. Solo Messi parece poseer esa capacidad de «cambiar de marcha» mental.
El otro defecto reseñable consiste en la dificultad extrema para cubrir las subidas de los laterales (ahora ya suben dos) por parte de los centrales, incluso si Busquets acude en su ayuda. En realidad, el problema no reside tanto en la cobertura precisa, sino en la fase concreta del juego. Si el Barça controla el juego, no hay problema. Pero si no consigue controlarlo, como ante Osasuna durante gran parte del encuentro, entonces el defecto se agrava hasta límites dolorosos, pues la defensa es sorprendida siempre en inferioridad numérica y posicional. En esos casos, la solución no pasa por defender más, sino mejor, que es tanto como quedarse el balón y marearlo en el centro del campo hasta controlar por completo el reloj. Fácil si el marcador es favorable, pero casi imposible si señala en tu contra, con lo que al defecto estructural se le añade la urgencia y la precipitación.
– Foto: Miguel Ruiz (FC Barcelona)
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