"Cada acto de aprendizaje consciente requiere la voluntad de sufrir una lesión en la propia autoestima". Thomas Szasz
Estadio Sánchez Pizjuán de Sevilla, 7 de mayo de 1986, 20.15 horas. Estaba a punto de comenzar la final de la Copa de Europa que enfrentaba al Steaua de Bucarest y al Fútbol Club Barcelona. El equipo azulgrana era el gran favorito para lograr ese torneo que era maldito a lo largo de su historia. El once de los de Terry Venables estaba plagado de grandes estrellas del fútbol continental y a su lado apenas un canterano, Ángel Pedraza, la punta del iceberg de la primera generación de futbolistas que se alojaron en La Masia y el fundador de la poderosa dinastía de centrocampistas canteranos que han jugado en el primer equipo. Aquella noche tenía como misión ser el escudero de Schuster y vigilar a Bölöni, auténtico líder del equipo rumano. El canterano de Rinconada cumplió a la perfección con su labor; no se puede decir lo mismo del albino cerebro alemán, que fue sustituido en el 85′. Sin embargo, el azar de la tanda de penaltis cambió su carrera. Falló el suyo al igual que el resto de sus compañeros, que vieron como el trofeo más ansiado pasaba a formar parte de las vitrinas del museo del equipo del ejército rumano. Sin embargo, para siempre quedará que se ofreció voluntario para tomar la responsabilidad con total determinación. La misma con la que afrontó su vida y la maldita enfermedad por la que falleció hoy hace exactamente dos años.
Centrocampista cerebral, pausado y con buen toque en corto, agregaba a su técnica individual una buena dosis de coraje y vehemencia que le hacía salir victorioso en los balones divididos. Dotado de todas estas virtudes para triunfar en el fútbol de élite, formó parte de la primera hornada del por entonces proyecto experimental de La Masia. Los primeros residentes del emblema de la cantera azulgrana fueron veinte jóvenes talentos. Junto a él, destacaban en esta quinta hombres como Esteve Fradera, Guillermo Amor o Jordi Vinyals, que bajo la atenta mirada de Francisco de Asís Segarra recibían lecciones diarias de vida. Más allá de buscar la formación de grandes jugadores, La Masia siempre ha buscado formar personas, buenas personas. Y a fe que Ángel Pedraza lo era, solo hace falta preguntar a quienes lo rodeaban. El volante andaluz creció sin freno en su primer año de formación, siendo un asiduo a las convocatorias de las selecciones españolas inferiores y, cuando era todavía un imberbe de 17 años, se convirtió en el primer masovero en hacer sus pinitos en el primer equipo. Fue un lejano 16 de septiembre de 1980, en un encuentro de Copa de la UEFA contra el Sliema Wanderers maltés cuando Ladislao Kubala le daba la alternativa al sustituir a Tente Sánchez.
Aunque debutó muy joven, le costó asentarse en el primer equipo. No desesperó. Sabía que su oportunidad llegaría. Fue Terry Venables quien se enamoró de sus cualidades y quien le dio continuidad en el equipo. Nunca fue un indiscutible en las alineaciones ya que tenía por delante a hombres como Calderé, Víctor o Roberto que le hicieron imposible consolidarse en los onces iniciales. En cualquier caso, siempre que su concurso era requerido cumplía con nota y sin tacha. Llegó la final de Sevilla y el pesimismo se adueñó del club. Todavía jugó dos temporadas más en el equipo en las que formó parte del grupo que logró una Copa del Rey, la de la temporada 1987/88, ganada a la Real Sociedad con gol de Alexanco. Un año después desembarcó Johan Cruyff en el club y la primera plantilla sufrió un terremoto. Eran tiempos nuevos, lo que sonaba a viejo sobraba y el centrocampista canterano hizo las Américas, más bien las Baleares, y fichaba por el Real Mallorca.
Por aquel entonces, el cuadro bermellón estaba en Segunda División y era el típico equipo ascensor. En su primera temporada en el Luis Sitjar formó parte del equipo que con hombres como Nadal, Vulic, Álvaro Cervera o Stojadinovic lograron la vuelta a la categoría de oro del fútbol español. Formó con Nadal una medular de ensueño, una de las mejores que recuerdan los aficionados mallorquinistas. Durante tres temporadas, el equipo jugó en Primera División y fueron llegando otros jugadores formados en La Masia como Fradera, Serer o Covelo. Por entonces, Lorenzo Serra Ferrer lo reconvirtió en lateral derecho y tras la marcha de Nadal y Zaki Badou se convirtió en capitán del equipo. Su Mallorca descendió y, aunque tuvo ofertas para seguir en Primera, continuó al frente del barco. Un capitán nunca abandona un barco cuando hay naufragio, ese era uno de los valores que aprendió en La Masia. Tras siete años y 229 partidos en el Mallorca, dejó el fútbol de élite para seguir jugando en las islas, concretamente en el Soller, un modesto equipo al que logró ascender a Segunda B antes de colgar definitivamente las botas en 1997.
A partir de ese momento comenzó su carrera como entrenador. Primero lo hizo en La Masia y posteriormente en el Espanyol, llegando a dirigir al filial. Posteriormente pasó por el Benidorm, Villarreal B e incluso emprendió la aventura griega para capitanear el Iraklis de Tesalónica. Volvió a las islas para dirigir al Atlético Baleares y posteriormente a L’Hospitalet, en la que fue su última aventura deportiva. A partir de ese momento se dedicó en cuerpo y alma a luchar contra el cáncer que le segó la vida hace dos años. Cuando lean en la prensa que un canterano llamado Leo Messi ha ganado por cuarta vez consecutiva el Balón de Oro, por favor, recuerden por un momento la figura de Ángel Pedraza Lamilla, el primero de La Masia, el hombre que abrió el camino.
* Ángel Iturriaga Barco es Doctor en Historia y miembro del GIHNT (Grupo de Investigación de Historia de Nuestro Tiempo). Autor de ‘Diccionario de Jugadores del FC Barcelona’ y ‘Diccionario de Técnicos y Directivos del FC Barcelona’.
– Foto: Blaugranas.com
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