Esa es la pregunta que me hago cada vez que veo a algún atleta, deportista o simplemente atrevido, cuando se propone superar algún reto que, sobre el papel, parece del todo imposible de realizar. En este caso concreto, cuando el tan admirado como odiado Josef Ajram, se propone realizar un Ironman en cada una de las siete islas canarias durante los siguientes siete días. Esta persona, aparte de ser uno de los iconos de la marca por excelencia de bebidas estimulantes, es corredor de bolsa y padre de familia.
El reto en sí no es ninguna broma. Consiste en nadar 3.8 km cada día, seguidos de 180 km en bicicleta y, de postre, 42 kilómetros corriendo. Todo ello multiplicado por siete. Preguntado por si esta nueva “machada” cruza la raya de la irracionalidad, Ajram responde: “No conozco mis límites; sí sé donde no están. En todo caso, mi límite es la muerte”. Suena dramático, la verdad. Esperemos que no vea ese límite muy cerca. Ya ha intentado ese reto en una ocasión y no pudo. La condición física no le acompañó en el último momento y sucumbió.
No sabemos qué es lo que empuja al ser humano a exponerse de tal manera, buscando superarse y romper límites, barreras, números, tiempos, que se antojan imposibles de batir. ¿Reconocimiento personal? ¿Adicción a la adrenalina? ¿Inconformismo?
La historia está plagada de hazañas. Cristóbal Colón, los hermanos Wright en su aeroplano, Neil Armstrong al pisar la Luna por primera vez, Amundsen al ser el primero en llegar a la Antártida, Hillary al escalar el Everest, etc… Todos eran considerados en su tiempo como “suicidas en potencia”, nadie apostaba por el éxito de dichas expediciones o hazañas y, sin embargo, alcanzaron la gloria y su nombre está escrito con letras de oro en la historia.
Hay algo dentro de la mente humana que activa el cuerpo, nos hace levantarnos y buscar más. Más emociones, más kilómetros, más dificultad, más nivel… Siempre se busca más. Cuando se empieza a hacer ejercicio, cada vez caminamos más rápido y más lejos. Si el ejercicio es nadar, más de lo mismo. Siempre con ese adverbio como protagonista: Más. Desde el atleta más popular al más profesional, todos buscamos más como sinónimo de mejor. Sin embargo, creo que la mayoría de las personas somos muy conscientes de lo que somos y hasta dónde podemos llegar. Conocemos nuestras limitaciones y dónde está esa línea roja que supone la frontera de nuestra capacidad, tanto física como mental. Con cada salida en bici, travesía de natación o entrenamiento matutino, vamos alejando cada vez más esa línea roja hasta el punto de exigir y poner a prueba nuestra fisiología, a veces, hasta el extremo.
Una vez le preguntaron a Reinhold Messner, el mejor escalador de todos los tiempos, primer hombre en coronar los 14 ochomiles, qué le impulsaba a alcanzar la cumbre a toda costa, a pesar de que en ella podía estar esperándole la muerte. De hecho, su hermano menor murió tras ascender juntos el Nanga Parbat, su primer ochomil. Su respuesta fue: “Cada vez que veo una pared en la montaña, supone un desafío que me impulsa a escalarla. Confío ciegamente en mis posibilidades y mi capacidad”. Y empezó subiendo montañas muy pequeñas del sur del Tirol, de donde es oriundo, progresando y mejorando su capacidad y habilidad, aderezado por un don innato para la escalada, lo han hecho el más grande de la historia en su disciplina.
Otro ejemplo en el mundo de lo extremo en el deporte es Kilian Jornet. Ultrafondista curtido en el Pirineo catalán y francés, es capaz de las hazañas más inverosímiles en lo que carrera de montaña se refiere. Es capaz de correr cientos de kilómetros en varios días, sin dormir, y en condiciones de altitud y frío, pulverizando los parámetros fisiológicos convencionales y preguntándonos cuál es su límite, si lo hay. Cada vez que leo en internet su última hazaña, lo hago con la boca abierta, hipnotizado a la par que admirado. Ha nacido para correr.
Gran parte del secreto de estos héroes parte de su capacidad de motivación. Como sentenció un gran entrenador, “la ciencia termina donde empieza la voluntad del deportista”.
Nunca conoceremos el límite humano porque las combinaciones de las variables que influyen en el rendimiento son prácticamente infinitas, aunque se puedan resumir en varios apartados:
1.- La condición genética. ¿Cuál es la condición genética perfecta para una prueba deportiva concreta? Estatura, tipo de fibras musculares, capacidad para generar energía elástica adecuada y optimizar el rendimiento en el deporte adecuado. Se nace atleta, pero se convierte en legenda con el trabajo, motivación y entrenamiento. La distancia entre querer y poder se acorta con entrenamiento. Pero si uno tiene la suerte de tener una capacidad física más propia de un superhéroe de cómic que de un humano de a pie, todo es más fácil.
2.- El entrenamiento perfecto. ¿Cuál es ese entrenamiento? Niveles de carga “perfectos” para el atleta, medios de entrenamiento“perfectos, planificación perfecta… El límite entre el esfuerzo continuado y la lesión es muy fino, y hay que saber estirar esa goma fisiológica hasta su capacidad máxima, pero sin romperla; o nos encontraremos con lesiones y sobrecargas que torpedearán nuestros objetivos y nos llevarán directos a la frustración y al abandono de nuestros proyectos.
3.- Las condiciones óptimas. Condiciones climáticas: viento, altitud del sitio de competición (no es lo mismo competir en altura que a nivel del mar), temperatura y humedad perfectos. Ese es el sueño de la persona que intenta un reto. Que el día planeado para hacer cumbre no haya viento ni nieve en el Annapurna. Que no haya oleaje en la playa de Kona que pueda amargar la prueba de natación del Ironman o que no llueva y no nos patinen las ruedas de la bici en el descenso de la Madelaine en la Quebrantahuesos.
Ya lo decía Albert Einstein: “Lo hice porque nadie me dijo que fuera imposible”. La mente empuja y el cuerpo obedece.
* Antonio Ríos Luna es traumatólogo, maratoniano y autor del libro «Del sillón a la maratón».
-Foto: EFE
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