"Todo lo que no está creciendo está muriendo. Crecer significa aprender y transformarte cada vez en una mejor versión de ti mismo". Imanol Ibarrondo
Dicen que a la tercera va la vencida, o eso pensaba Dolgopolov, que tras salir de una lesión que le mantuvo lejos de la pista casi tres meses se encontró con tres derrotas consecutivas sin paliativos. La dificultad en cada regreso a la élite la marca el tiempo que haya transcurrido desde la última aparición. Cuantos más días, más complicado es recuperar esos automatismos tan importantes en la vida diaria del tenista. Al menos, así debería ser, aunque luego llegue Rafael Nadal tras siete meses parado, arrase con todo lo que encuentre por delante y eche abajo las teorías. En este caso, el ucraniano ha sufrido el coste de una operación en la rodilla que le ha obligado a inclinarse en tres ocasiones hasta por fin conseguir la ansiada victoria. Ha sido en Valencia, un entorno mágico que siempre ejerce de aspirina para los más necesitados.
El sorteo no fue para nada benévolo con Dolgo, que quedó emparejado en primera rueda con Gilles Simon, uno de esos jugadores con los que, si se puede elegir, mejor no encontrarse. El francés tuvo su punto de inflexión hace 15 días en Shanghái, donde entregó nueve meses de decepciones a cambio de un lugar en su segunda final de Masters 1000 (Madrid 2008). De nuevo la perdió, esta vez ante Federer, pero al de Niza le sirvió para levantar el vuelo y recuperar su lugar en las hipotéticas listas que ya se barajan para la final de Copa Davis que Francia jugará en menos de tres semanas ante Suiza. Sin embargo, este martes Gillu naufragó ante un hombre que ya no recordaba lo que era morder. Un Dolgopolov que formuló la ecuación que en su día le hizo ser la decimotercera raqueta del ranking.
En el Ágora, con una tercera parte de las entradas vendidas, Feliciano López y Norbert Gombos protagonizaban, cerca de las 14:00 horas, el segundo turno del día. A 70 metros de distancia, en la Pista 1 del Open de Valencia, los números 18 y 24 del mundo presentaban una pelea que, en cualquier torneo del mundo, hubiese formado parte del plato principal. Tan apetitosa era que Dolgopolov decidió devorar a su rival en un primer set que fue visto y no visto: 6-0. Un rosco que a The Dog le sirvió para quitarse de encima todos sus intentos fallidos desde su regreso. Una boda entre tantos funerales. Aunque todavía faltaba el sí, quiero.
Antes es necesario ubicarse en el punto de partida. Fue en Hamburgo, partido de segunda ronda ante Tobias Kamke, donde el de Kiev volvió al hotel con un doble castigo: derrota y lesión. Tocaba operarse y decir adiós a los torneos de Umag, Toronto, Cincinnati, US Open y Copa Davis. Cinco pruebas en forma de cinco dedos que atestaban un manotazo demasiado cruel a una de las revelaciones de la temporada. Tras su paso por el quirófano y la consecuente recuperación (6 semanas que terminaron siendo 11), Dolgopolov decidió volver a vestirse de corto: Sock en Tokio (6-4, 6-1), Bautista en Shanghái (6-4, 6-4) y Mannarino en Estocolmo (6-4, 6-7, 7-6). Tres disparos y ninguno a la diana. Nadie dijo que fuera fácil, pero tampoco que jugar se iba a convertir en un martirio.
No sería así esta vez. El Dolgopolov de siempre aterrizó con sus mejores armas en Valencia y deleitó a la Pista 1, repleta hasta la bandera, con tiros que solo entienden de supervivencia si sienten una línea cerca. El juego del ucraniano necesitaba de una tarde como ésta, ligado a esa bendita locura que hace que sea un tenista tan especial. Tan fácil de amar como de odiar. El público se volcó con Simon en el segundo set –querían más partido–; incluso el francés pudo recuperar un break con 4-3 para tener en su mano la igualada. “Hoy no”, pensó su rival, quien volvió a quebrar y finiquitó la cita minutos después con su servicio: 6-0 y 6-3. “Muy contento de estar de vuelta en el camino a la victoria. Gracias por vuestro apoyo, sigo peleando duro para dejar atrás la lesión”, escribía horas más tarde el propio tenista en su cuenta de Twitter. Finalmente, el público valenciano no tuvo más remedio que rendirse ante él.
Aquella lesión fue sin duda la peor noticia para un jugador que ahora mismo viaja sin entrenador. Pese a tener ese vacío en la grada, el ucraniano alcanzó a principios del curso una final en Río de Janeiro, unas semifinales en Indian Wells y unos cuartos en Miami. Por el camino, triunfos ante tenistas consagrados como Ferrer, Raonic, Wawrinka o el mismísimo Nadal, a quien nunca antes le había arañado un set. En la gira de tierra batida fue desinflándose, mientras que en la de hierba disputó dos certámenes y en ambos fue apeado por Grigor Dimitrov. Agosto volvió con el rocoso cemento, su superficie predilecta, pero su rodilla no estuvo dispuesta. ¿Quién sabe de lo que podría haber sido capaz sin tal contratiempo?
Tras pasar por el infierno de la inactividad y la impotencia, ahora Dolgopolov vuelve a sonreír. La victoria ante Simon, sumada a la forma en la que se dio, es un oasis en medio del desierto. El tenis más directo y esperpéntico ha decidido reintegrarse en su Wilson bajo la bóveda del Valencia Open, un torneo del que guarda grandes recuerdos. Lo ha disputado en dos ocasiones: la primera, en 2011, cuando cayó en su debut ante Marcel Granollers (futuro campeón); la segunda, en 2012, cuando llegó a la final (vengándose de Granollers en cuartos) para caer ante David Ferrer, el guardián del Ágora. Dicen que a la tercera va la vencida. Tratándose de este genio, yo me esperaría cualquier cosa.
* Fernando Murciego es periodista.
– Foto: Valencia Open
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