Para desanimar cualquier tentación hacia el heroísmo envasado al vacío, Jordi Roura nunca se quitó el chandal. Mientras el entrenador fue Pep, también Tito vestía de chándal y solo se puso corbata cuando le tocó ser primero y líder. Consciente y sobrio, Roura hizo bastante más que aceptar ser interino: quiso ser interino. No solo por respeto hacia su jefe, sino como mensaje para quien quisiera entenderlo, fuese de dentro o de fuera: Roura aceptaba ser paréntesis, pero no punto y aparte.
Como cabía imaginar en estos tiempos en que todo nos parece mal a todos, los gestos de Roura no apaciguaron a la fiera que llevamos dentro y su interinidad fue interpretada como debilidad, su rostro insultado groseramente por ese necio llamado Mihai Stoica (“Roura tiene cara de vaca. ¿Qué cree que puede decirle a un jugador con esa cara?“) y su actividad menospreciada con la ligereza tan propia del siglo. A la que perdió dos partidos seguidos ni sabía ni valía, por más que los jugadores principales acabaran indicando que las responsabilidades no había que buscarlas en el hombre del chándal sino entre algunos de los propios futbolistas, más proclives a hablar que a esforzarse.
Roura sale de esta prueba dignificado moralmente. Quizás no sea el mejor segundo entrenador de la historia y es seguro que no lo ha pretendido, que prefiere ser leal y eficaz antes que pasar a los anales: de hecho, ni siquiera quiso hacer balance personal, otro rasgo de inteligencia emocional. Si toca correr, correrá; si hay que estudiar, clavará los codos; y si le corresponde ser paréntesis, lo hará sin rechistar pero también sin corbata. Es difícil que quien solo tiene la victoria como parámetro de medición de todas las cosas pueda valorar otros méritos, en especial si son tan intangibles como la coherencia, el respeto, la sobriedad y no digamos la lealtad, conceptos que por escasos parecen reliquias de la antigüedad. Roura ha sido todo eso y me parece significativo y destacable en esta era en que solo parecen importar el éxito y el resultado. El Barça tomó una decisión difícil pero sensible y honesta ante una circunstancia dramática de su entrenador y el protagonista de llenar semejante paréntesis fue noble y caballeroso. Podemos juzgarle por sus errores, sin duda alguna, porque los tuvo pero por mi parte prefiero valorarle por su actitud, su posicionamiento y también por la discreción con que se manejó.
– Foto: Miguel Ruiz (FC Barcelona)
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