Diez años después

por el 31 marzo, 2014 • 10:41

River se llevó una victoria importante. Muy importante. En todos los clásicos lo son, pero esta tuvo un sabor extra porque hacía diez años que no festejaba en la casa de su rival y además lo hizo en las postrimerías del choque, cuando parecía que aún debía aguardar a una nueva visita a La Bombonera para poder llevarse un triunfo.

¿Quiénes se quedarán con la porción más importante del crédito? Si nos guiamos por el juego periodístico posterior al partido, no los que más lo merecerían: Fernando Cavenaghi y Ramón Díaz salen victoriosos cuando en verdad no fueron los artífices del triunfo.

En verdad, el triunfo en sí mismo no fue justificado de acuerdo a lo que ofrecieron unos y otros. Es cierto que como pocas veces se escucharon voces disonantes al finalizar el Superclásico en torno a merecimientos y virtudes. El partido tuvo demasiados matices y fue bueno. No solo emocionante, fue bueno. Si lo comparamos con los del 2013, este fue muy superior.

Es precisamente por eso que apena escuchar a los entrenadores de ambos equipos en vestuarios. De un lado, Carlos Bianchi invoca al azar (el que está en todos los encuentros de fútbol, pero que solo aparece en el discurso del Virrey cuando el resultado no se ajusta a su conveniencia), por una parte, y luego una larga parrafada a los errores arbitrales.  Del otro, Ramón Díaz saca pecho y se llena la boca diciendo que veía en la actitud de su equipo en la semana previa el triunfo. Ganó con una pelota detenida, a minutos del final, cuando no generó opciones de peligro asociadas tras el empate parcial. El juego de los micrófonos quedó desfasado con lo que ocurrió en el césped.

Los noventa minutos fueron intensos, vibrantes y con dos equipos que se acomodaron bien a libretos disímiles y que a su vez intercambiaron pasajes de dominio. En ese guion, el juego contaba con opciones en ambos arcos. El mal estado del campo por las lluvias que se habían dado en las horas previas no minó el desarrolló del encuentro.

Boca salió a hacerse dominador, algo que no ha sido su tónica desde que Bianchi volvió al club a comienzos del 2013. Riquelme le ponía su sapiencia a cada entrega, el Burrito Martínez exigía por afuera y Gago (¡por fin actuando como volante central y no tirado a un costado!) le daba mayor claridad a la salida. Sin embargo, el hombre destacado en el ataque xeneize no fue ninguno de estos, sino Emanuel Insúa. El lateral izquierdo exigió y ganó de forma constante; ese problema jamás pudo ser resuelto por Carbonero, que sufría y mucho en la faz defensiva.

Pero Boca mantiene un inconveniente flagrante desde hace meses: su transición defensiva. Si del otro lado hay tipos tan lúcidos y técnicos como Lanzini o Teófilo Gutiérrez ,esto se sufre más todavía. Carbonero y Mercado tenían una estancia a la espalda de Insúa, quien jamás gozó de una cobertura de un compañero. Por allí se fabricaría el gol de River en el complemento, pero ya en el primer tiempo los visitantes habían tenido avances claros por esa franja. Forlín ya contaba con demasiado trabajo con las correcciones sobre Cata Díaz como para también tener que estar atento a su izquierda. Se sabe que Gago no es el volante más disciplinado tácticamente, y Sánchez Miño tampoco colaboró. Sobre el otro lateral, los problemas de Grana son repetitivos y ya aburren.

Gigliotti –quien peleó más de lo que jugó–, Erbes y Martínez tuvieron opciones para anotar. Teófilo también había tenido las suyas del otro lado. Sin embargo, el encuentro siguió igualado hasta los doce minutos de la segunda mitad. Fue allí cuando Álvarez Balanta anticipó en el círculo central, en una de las pocas maniobras en las que no fue al choque y sí sobre la pelota. Rompió líneas como en sus mejores partidos y tras jugar con Carbonero, este lo hizo rápido con Teófilo (quien estaba centímetros en fuera de juego en algo solo detectable por televisión). Conexión cafetera en La Boca. El delantero, que sin estar en su mejor nivel es el mejor atacante de River por un abismo, le sirvió el gol a Lanzini, que se aprovechó del espacio vacío y la no cobertura de Díaz para poner el primero.

Posterior al gol, se vio lo mejor de River. Ledesma tocaba simple y un jugador de rol como Rojas se sentía muy cómodo en ese plan. De hecho, el zurdo dejó a Cavenaghi de cara al gol, pero el capitán millonario exhibió sus carencias físicas al llegar desarmado a la zona de definición. Parecía que era cuestión de minutos que los de Núñez sentenciaran el clásico. Sin embargo, un rapto de inspiración de Martínez derivó en una falta que acabó en una genialidad. Riquelme, que podría haber jugado su último Superclásico, dejó una pieza de colección. Román hundió todo el pie en la pelota y esta viajó en un vuelo eterno al ángulo. Golazo.

Boca ya contaba con el interesante Luciano Acosta y apostaba al triunfo. Del otro lado, Ramón Díaz evidenciaba el peso de las jerarquías al reemplazar a Teo y no a Cavenaghi para el ingreso de Villalva, quien no desequilibraría en su tiempo en cancha. Minutos más tarde ubicaría a Kranevitter para darle más contención a un equipo que ahora parecía perdido y desinflado.

Pero Riquelme pidió el cambio por una molestia y Boca perdió a su líder. Teniendo a Riaño en el banco como para mantener la intención del triunfo, Bianchi optó por Colazo, un volante para rearmar un mediocampo más tradicional. El empate parecía conformarlos a los dos entrenadores.

Sin embargo, en un contragolpe, Lanzini le ganó la espalda al frágil Grana, quien se habçia rehecho y tras ir al suelo había conseguido que la pelota rebotara en el mediapunta millonario. El juez sancionó tiro de esquina. Nada se diría de ese fallo arbitral (también difícil para la terna, ya que se dio del lado opuesto al que está el asistente) de no ser por la muy buena ejecución de Lanzini, el pletórico salto de Ramiro Funes Mori y la pésima salida de Agustín Orión, quien quedó totalmente desacomodado. A tres minutos del cierre, River se llevaba un premio enorme, desmedido. Un actor secundario, que entró por la suspensión de Vangioni, terminó sellando la victoria de River.

En lo anímico, River sale fortalecido. En el juego mostró la inestabilidad que exhibe semana a semana. En lo numérico quedó a un punto de la cima en un torneo que separa a sus primeros quince equipos por apenas seis unidades cuando llegamos a la mitad del mismo. Para Boca, el mayor golpe pasa por lo psicológico. Perdió luego de uno de sus mejores partidos en el torneo: a diferencia de casi todos sus choques, evidenció algunos circuitos interesantes. Sus falencias defensivas siguen claras para quien quiera verlas. En la tabla, quedó a seis del líder y a cuatro del colista.

Más allá de la grandilocuencia de las declaraciones, River tendrá que ser más solvente si quiere pelear el título. Además, debería ejercerse algo más la meritocracia desde la conducción. Newell’s y Belgrano en los próximos dos encuentros son dos juegos que pueden marcar la tendencia del Millonario. Del lado de Bianchi y compañía aparecen algunas incógnitas mayores propias del resultado puntual y del andar general que ha tenido el equipo desde la vuelta del Virrey.

* Diego Huerta es periodista y editor del sitio web «Cultura Redonda».




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