Colarse entre los dos grandes es una heroicidad. Lo es para un Atlético de Madrid que se empeña en no aceptar el destino estructuralmente diseñado y para el estandarte de su carácter y modo de vida: Diego Costa. Según discurren estas líneas, habríamos de empapelar paredes con clasificaciones que no reflejaran otra cosa que Barcelona y Real Madrid como líderes y Cristiano Ronaldo empatando a Messi en todo lo que hiciera. Resulta que llega el derbi y, superado el primer mes de competición, el Atlético y Diego Costa se han metido en medio sin permiso. No le vale al Tata haberlo ganado todo y a Messi haberlo marcado todo, todavía sigue el chinche rojiblanco ejerciendo de gemelo y adherido a la rueda del avión sin atisbo alguno de flaqueza. Al Real Madrid debe irritarle que otro haya usurpado su lugar, al fútbol español en conjunto tendría que enloquecerle que no pase lo que estaba escrito en el guión de la película.
Cuenta la leyenda que los entrenadores tienen siempre una prolongación de sí mismos. Sería algo así como ese perro que termina pareciéndose a su dueño. Simeone tiene a uno de pura raza, que refleja a la perfección su filosofía de fútbol y de vida. De Diego Costa escucho a menudo que es muy torpe, que no tiene talento, que se tropieza, que solo sabe pegarse y meterse en líos. Esta definición la defiende aquella parte del planeta que lo odia, a saber: todos menos los rojiblancos. Y por aquí empieza a entenderse parte de su gran éxito. Son incontables los ejemplos de futbolistas adorados en casa y vilipendiados fuera. Es el primer síntoma de debilidad del rival, que lo repudia porque lo considera y que se irrita porque le hace daño. Le sucede a Cristiano Ronaldo, como antes a Stoichkov y en el baloncesto al genio de Sibenik, Drazen Petrovic. Esos que rinden más cuanto peor es el clima que soportan son los que están hechos para ganar.
Y el Cholo está hecho para ganar, por eso quiere a Diego Costa. Probablemente Adrián tenga más talento puro, pero le falta el deseo de crecer a toda costa que llevó al brasileño a comerle el terreno la pasada temporada. Simeone no tuvo más remedio que darle de comer al hambriento, por eso dejó claro que “Costa se ganó todo lo que tiene”. Y que nadie se engañe. Los siete goles de Costa (Messi no ha metido más que él todavía) no solo se marcan con deseo. Quien aparque su odio por un momento verá que es capaz de aguantar el balón de espaldas como ninguno, que se lleva balones imposibles porque usa el cuerpo mejor que nadie y que es un jugador incontenible si arranca en velocidad. Rapidez más potencia es igual a defensas rodando por el suelo.
Costa es tan incansable como capaz de reventar las piernas y la cabeza del defensa. El agotamiento que genera por sus constantes movimientos sin balón convierte en un martirio cualquier partido contra él. Si a todo esto le sumamos su cara de malo, sus gritos e insultos, sus marrullerías (que también las tiene, no me voy a engañar) es fácil entender que un buen amigo llamado Raúl Gañán me dijera un día que era el delantero más insoportable al que se había enfrentado nunca. Sucedió en un Albacete-Salamanca de Segunda División.
Las razones brotan solas. Es un tipo que juega igual de intenso, igual de pesado y de competitivo en cualquier categoría. Porque para llegar hasta aquí ha tenido que pasar por el Celta, por el Valladolid, por el Rayo, por innumerables cesiones. Pudo haberse cansado del Atlético, que nunca apostaba por él, y fue el conjunto rojiblanco el que, exhausto, tuvo que darle la oportunidad que estaba empecinado en tener. Y para ser justos, se la empezó dando Quique Sánchez Flores, que todavía tendrá los oídos rechinando de las caricias que recibió por mandar al banquillo a Diego Forlán. Un hat-trick de Costa después (Pamplona para ser más concretos), Quique entendió que merecía continuar y los numerosos amigos del uruguayo entre el periodismo no lo aceptaron. Hoy el uruguayo deambula por el fútbol brasileño mientras su sustituto le discute a Messi.
Al final tuvo que ser Simeone, al que no le influyen más relaciones de poder que el rendimiento descomunal de su alter ego. Así se presenta el pichichi y el colíder de la liga en el Bernabéu. Lo normal es que ahí acabe la molesta presencia del chinche rojiblanco al mando de todo, pero no me atrevería a darlo por hecho si Costa y Simeone andan sueltos. Ya se cargaron la fiesta de un autobús rotulado en la final de Copa del Rey, y a la vista está que a ninguno le importa dejarlo todo y enseñarlo todo por rebelarse. Antes de empezar la temporada un amigo me dijo que Villa marcaría veinte goles con el Atlético. Le respondí que Villa no, pero quizá Costa sí. Solo le quedan trece.
* Alberto Pérez es periodista.
– Foto: Alberto Martín (EFE)
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