Didier Drogba se fue lejos, muy lejos. En una maniobra digna de Houdini, el grandísimo delantero marfileño abandonó el fútbol europeo cuando el trofeo de campeón de la Champions League aún mostraba sus huellas, las redes del Allianz Arena seguían teñidas de pólvora azul y a las banderas de Stamford Bridge no les había dado tiempo a ondear a media asta. El imberbe cachorro de Lens que se fogueó en el Guingamp, mostró sus colmillos en Marsella y fue depredador letal en Londres durante más de ocho años, había decidido finalizar su carrera en China. Al abrigo de un buen sueldo, alejado de los focos y del estrés postraumático, envuelto en una cultura milenaria, Drogba encontraba su cementerio de elefantes.
Didier Drogba ha marcado 283 goles en toda su carrera. Más del 55 % los anotó en el Chelsea, equipo al que llegó de la mano de José Mourinho en 2004, cuando Roman Abramovich tejía con manto de dólares un equipo que campeonara en Inglaterra y Europa. Drogba fichaba por un conjunto que buscaba su gloria perdida. Muy atrás quedaba su primera y única liga, conseguida en 1955. En 1971 ganaría la Recopa de Europa. También lejano en el tiempo el declive de la institución, su vuelta a la Premier y los intentos de revitalización del equipo a base del espíritu azzurri de los Vialli, Zola o Ranieri, con Gullit de fondo. Los blues se convirtieron en una Torre de Babel que buscaba ver más allá del horizonte sin ser consciente de lo que tenía bajo sus cimientos. Fue un portugués de Setúbal quien asumió el mando y convirtió a un equipo construido a golpe de talonario en una corte de fieles y talentosos peloteros cuyo núcleo duro estaba formado por John Terry, Frank Lampard, Peter Cech y el propio Didier Drogba. El Chelsea se proclamó campeón de la Premier ese mismo año, cinco décadas después, repitiendo el curso siguiente y saciando en parte el apetito del jerarca ruso que solo tenía una obsesión: la Champions League.
Los sueños del Chelsea eran los de Drogba, cada año más líder y dominador del área, que sazonaba sus goles con títulos y decepciones a partes iguales. La mayor, la final de Champions de Moscú en el 2008 ante el Manchester United, convirtiéndose el máximo título continental a nivel de clubes en una verdadera ballena blanca que arrastró sin piedad entrenadores y jugadores, pero que siempre se topó de bruces con el marfileño y su tropa de coetáneos. Cuando todo parecía perdido, con una generación de futbolistas agonizante pero aún retadora e ingobernable para un lampiño Villas-Boas, el Napoli propició el despido del portugués en la ida de los octavos de final. Llegó Di Matteo, la autogestión y entonces ocurrió lo impensable. El Chelsea se plantó el 19 de mayo en el Allianz Arena de Múnich. Drogba se erigió en protagonista absoluto de la final empatando el partido y anotando el penalti decisivo de la tanda para despedirse de forma imperial, a lo grande, como el jugador más decisivo del torneo, con todos los rumores sobre su futuro empañados de gloria europea. El destino del Chelsea había ido de la mano de Drogba, desde el principio hasta el final. Ocho años de sus vidas de terciopelo azul.
Con el deber cumplido, decidió abandonar la febril Europa para dar un salto a lo desconocido. Se enroló en el Shanghai Shenhua, equipo de mitad de tabla de la liga china donde se reencontró con Nicolás Anelka. Con un currículum de tal calibre, daba pena ver a Drogba deambulando por una liga menor cuando era evidente que sus condiciones podían permitirle un último arreón de genio. La relajación ante una menor exigencia y diversos condicionantes no ayudaron a que su estado de forma fuera el más óptimo, y es que lo exótico suele salir caro, a pesar de que su salario rondara los 315.000 euros semanales.
Decía Milan Kundera que “el crepúsculo de la desaparición lo baña todo con la magia de la nostalgia”. Eso pareció sufrir Didier, que recordó tiempos mejores en los que él era el rey y el balón su cetro. Elegido mejor goleador del siglo XXI, su afán competitivo hizo el resto y firmó por el Galatasaray poco antes de que su selección volviera a fracasar en la Copa de África, en la que su rendimiento personal no pasó de discreto.
Anoche anotó su primer gol con el conjunto turco a cuatro días de su retorno en la Champions ante el Schalke 04. Marco idóneo para un hombre de grandes noches y emotivos escenarios. La duda que nos asalta es si podrá recuperar el tono que requiere la alta competición para este momento decisivo de la temporada, si volverá a experimentar sensaciones como las de hace un año, en las que su físico imponente y su voracidad cara al gol eran factores diferenciales.
Los elefantes, cuando divisan su fin existencial, buscan el mar para descansar plácidamente cerca de él. En Estambul, el estrecho del Bósforo separa dos continentes y conecta el Mar del Mármara con el Mar Negro. Europa y Asia, puntos convergentes en la carrera de Drogba. Aún está por ver si este será el último puerto en la carrera del gran Didier, el Rey Elefante.
* Sergio Pinto es periodista.
– Fotos: Seskim (WENN.com) – AP
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