Las grandes fiestas se muestran ante uno de manera inesperada. Es por esa manifestación sorpresiva por lo que acaban siendo grandes y buenas noticias. De hecho, las expectativas son la última forma de divertirse por lo que conlleva de planes y sueños previos. La Copa, ciertamente, no está siendo especialmente lúcida en cuestiones de nivel, aunque la organización y, especialmente, el cáterin estén respondiendo por encima de lo que esperaba (acostumbrado al Unicaja que, perdonen, pero apenas bebe uno unos centilitros de agua). Uno tiene tanto espacio para escribir en la sala que a menudo piensa si echarse una siesta antes de empezar, por eso de calentar antes de hacer un gran esfuerzo.
Lo de dormir viene como consecuencia de los partidos. Madrid y Barça vuelven a sentirse como Oliver en Supercampeones; pasara lo que pasara durante el partido acabarían ganando y vacilando. Es una resignación difícil de aceptar cuando toda la parafernalia mediática –como en el fútbol y en la bolsa– anda inflando valores de equipos o jugadores para poder imponer su producto. Esto en realidad no deja de ser un reflejo de la última fase perceptible del periodismo: vender la moto, aunque sea sin ruedas. Aquí podría acabar el texto si no fuera porque lo habrán abierto unas cuatrocientas palabras.
Justo detrás del banquillo visitante hay un voluntario de seguridad (así me dijo que era su puesto, aunque venga siendo un auxiliar) que permanece impávido desde el primer partido de cuartos de final. El tipo se ha convertido en parte del atrezzo como un poste al que evitar cuando uno va caminando de memoria. De tal manera que, como las cosas inertes o como sucedía como en la alegoría (o mito) de la caverna de Platón, el partido le llega de oídas, con algunas sombras, pero con una dosis indudable de realidad. No hubo motivos para la tentación. A excepción del Valencia-Baskonia, donde por la inercia ya se intuía el final, todos fueron monopartidos con pocos cambios de ritmo y un solo dueño.
Llega el domingo y el primer plato aún sin tomar. No teman apresurarse a tomar todo de golpe, es la última oportunidad. El Madrid llega con el frac y la camiseta del primer día puesta. Blanca, como si acabaran de bajar del AVE y fuese miércoles; el Barça, con esa confianza tan de Concha Espina de dejar todo para el final y sacar sobresaliente. El menú no es más que un gran plato que solo puede mejorar los aperitivos que uno vio servidos y dos se lo comieron. Ahora sí, como decía Pascal, lo último que uno sabe es por dónde (y cuando) empezar.
PD: La MiniCopa es el postre. Los dos mejores (también con holgura durante el torneo), Unicaja y Real Madrid. Solidaridad colectiva y dos talentos que, con sus apenas trece años y pico, hacen digna una entrada para el espectador neutral: Uriel Carrillo y Tomas Balciunas. Se acaba esto. Mañana más.
* Fran Alameda es periodista.
– Foto: ACB Photo
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