«Estoy muy orgulloso de ser romano y vivimos en una democracia, así que festejé el gol con el saludo romano, que ya hacían Marco Antonio y Adriano dos mil años antes de que lo hiciera Mussolini. Además, hay que tolerar cada cosa. Algunos hablan maravillas de uno como Fidel Castro, cuando Cuba es la cárcel a cielo abierto más grande del mundo, donde todavía desaparecen opositores, y me vienen a romper las pelotas a mí por cómo festejo los goles, cuando jamás tuve un incidente racial contra nadie. Al que presume de ser comunista nadie lo acusa de los crímenes del pasado comunista, pero si uno dice que es de una extrema derecha democrática parece que pasa a ser un monstruo». Así respondía el entonces jugador italiano e ídolo de la SS Lazio Paolo Di Canio el 6 de enero del 2005 a las acusaciones que había recibido de los medios de comunicación por dirigirse a su afición alzando el brazo derecho emulando el saludo fascista a la conclusión del derbi romano en el que se habían impuesto por 3-1.
El Comité de Disciplina italiano lo sancionó con un partido de suspensión y 10.000 euros de multa, pero el delantero italiano, que luce un tatuaje con las iniciales DVX (Duce), en referencia al dictador italiano Benito Mussolini, y que nunca ocultó su devoción por la ultraderecha nacionalista italiana, se había ganado un lugar en el corazón de los Irreducibili, sector más radical de la afición lazial que se ubica en la Curva Sud del Olímpico de Roma. Di Canio había formado parte de este grupo en su fundación en 1987, coincidiendo con sus inicios en el equipo biancocelesti, con el que debutaría ante el Cesena en octubre de 1988.
La temporada siguiente el Lazio visitaba el estadio Armando Pichi para enfrentarse al Livorno, en un partido siempre de máxima tensión por el hecho de que sus respectivas aficiones poseen vinculaciones ideológicas completamente antagónicas. Mientras los Irreducibili, que se identifican de manera directa con el fascismo, exhibían banderas con la esvástica, la hinchada del Livorno lucía pancartas con imágenes del Che Guevara y otros emblemas propios de la izquierda revolucionaria. En el minuto 60, poco después de que el Livorno se adelantara en el marcador, Di Canio –que entonces tenía ya 37 años–, instantes antes de ser sustituido y enrabietado por el marcador, saludó a su enfervorecida afición de la misma manera que había hecho meses antes ante la AS Roma. Hasta el portero del Livorno, Marco Amelia –ahora en el AC Milan–, pidió que la Federación tomara cartas en el asunto e impusiera un castigo ejemplar, pero la sanción acabó siendo calcada a la impuesta tras el derbi romano. Di Canio, lejos de arrepentirse, insistió: “Saludaré siempre como lo hice en Livorno, pues es un símbolo que pertenece a mi pueblo”.
Como futbolista, Paolo Di Canio nunca pasó de ser un buen delantero sin más. Luchador hasta la extenuación pero con una acusada carencia de gol en la mayor parte de su carrera. Ni siquiera llegó a ser internacional, pero su actitud irreverente, el eco que provocaban sus continuas polémicas y su condición de símbolo para la afición del Lazio han hecho de él un personaje amado por unos pocos y odiado por otros muchos.
A lo largo de su carrera alternó comportamientos bochornosos con actitudes ejemplares, en especial en sus años en la Premier. En 1998, siendo Di Canio jugador del Sheffield Wednesday, perdió los estribos tras ser expulsado y empujó al árbitro Paul Alcock en un encuentro frente al Arsenal. El Comité de Competición inglés, a diferencia de lo que haría luego el italiano, no se cortó en imponerle una dura sanción de once partidos y 10.000 libras de multa. Esta vez Di Canio sí se mostró arrepentido y terminó pidiendo disculpas. Hechos como este contrastan con otros como el que le valió el premio Fair Play de la FIFA en 2001, cuando ya como jugador del West Ham, en un partido en Goodison Park ante el Everton, paró el juego tras ver al portero rival caído en el suelo cuando estaba en posición franca para haber marcado el gol de la victoria.
En 2008 colgó las botas y comenzó su preparación para dar el salto a los banquillos y emprender una meteórica carrera como entrenador en la que ha pasado en menos de dos años de dirigir al Swindon Town en la League Two (cuarta división inglesa) a irrumpir en la Premier League haciéndose con las riendas del Sunderland tras la salida del técnico irlandés Martin O’Neill.
Nada más firmar Di Canio por el Swindon Town en mayo de 2011, la empresa GMB Union, principal patrocinadora del club y que inyectaba 4.000 libras anuales en sus arcas, anunciaba que rompía su relación con el club, explicando que la marca no podía relacionarse con un declarado fascista como Di Canio dada la fuerte política antifascista que la entidad financiera llevaba a cabo.
Como técnico del Swindon Town ha tenido problemas con todos los estamentos de la competición, con su directiva, con jugadores rivales y hasta con los suyos propios.
Tras la derrota en un partido de Carling Cup a poco de comenzar la temporada, el técnico italiano enganchó de la camiseta en el túnel de vestuarios a un su propio jugador Leon Clarke –fichaje estrella del equipo ese mismo verano– tras conocer que se había producido un enfrentamiento entre el futbolista y el preparador físico. Di Canio afirmó que Leon Clark no volvería a jugar mientras él fuera técnico del Swindon, y así fue. A las pocas semanas el delantero estaba jugando cedido en el Chesterfield.
En la cuarta jornada de la presente temporada, su portero titular Wes Foderingham había cometido un grave error en el primer tanto y el Swindon ya perdía 2-0 a los diez minutos de partido. Ni corto ni perezoso Di Canio humilló a su portero sustituyéndole a los 21 minutos de juego. El enfado de Foderingham fue evidente, y tras el partido el técnico italiano se dirigió a los periodistas amenazando: “Si no comparece para pedir disculpas a los hinchas estará fuera de mi equipo. Es muy bueno y es gracias a él que lo hicimos tan bien el pasado año, pero ha olvidado todo. Se ha convertido en un arrogante y piensa que es intocable”. El meta de 21 años no tardó ni 24 horas en disculparse.
Durante su estancia en el Swindon ha sido con diferencia el entrenador más expulsado de la categoría, algo que parece importarle poco, como ha mostrado en declaraciones del tipo “En mi área técnica hago lo que me da la gana, no me van a parar”, o las que hizo tras ser expulsado en un partido poco antes de que concluyera la temporada que terminaría con el ascenso del equipo: “No tengo ningún problema si quieren expulsarme en todos los partidos. Ascenderemos porque somos el mejor equipo”.
Su época en el Swindon Town no ha podido ser mejor. Cogió al equipo recién descendido a la League Two y lo devolvió a la League One en su primera temporada como holgado campeón de la división. En la presente temporada el equipo está tercero en League One, ocupando zona de promoción para el ascenso, pero los problemas económicos que atraviesa el club y sus discrepancias con los miembros de la Comisión Directiva le obligaron a dimitir en febrero de este año. Poco más de un mes ha permanecido en el paro el técnico italiano, que ahora emprende el fabuloso reto de colocar al Sunderland en una posición acorde a la gran inversión económica que hizo en verano y a la que Martin O’Neill no ha sabido sacar partido. La primera consecuencia del comunicado que ha hecho el club anunciando la contratación de Di Canio ha sido la dimisión de David Miliband, directivo del Sunderland, que se ha manifestado en contra de de su llegada “por ser un militante fascista”. Se reabre el debate sobre si las ideologías polémicas y las formas groseras e irrespetuosas que pueden manchar la imagen de la institución por parte de individuos que representan al propio club pueden merecer la pena o no a cambio de triunfos. Serán una vez más los resultados los que decidan si esta vez le toca a Di Canio ser héroe o villano para la afición del equipo de los gatos negros.
* Alberto Egea.
– Foto: Christopher Lee (Daily Mirror)
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