Si me pongo en su lugar, a mí también me costaría. Aunque supiera que no es lo conveniente, aunque me avisaran de que me estoy equivocando, pese a que fuera consciente de cuál es la manera en la que tantos y tantos futuros se han ido al garete por una mala gestión del presente. Ahora mismo, tanto Garbiñe Muguruza como su entorno solo piensan una cosa: todavía no hemos hecho nada, partido a partido. Al fin y al cabo, ¿por qué soñar con más de lo obtenido? Campeona en Pekín, su primer Premier Mandatory, con los 22 años recién cumplidos y un billete en su equipaje para disputar el torneo de maestras en Singapur. Con un estilo dominante que es capaz de poner en problemas a cualquier jugadora, a esas que ya se han cruzado con ella y han visto de qué pasta está hecha. A esas que cada vez que les preguntan por la hispano-venezolana y su futuro responden extrañadas: ¿Futuro? Esta chica ya es presente. Así lo demuestran los resultados esta temporada, la de su confirmación, con una progresión voraz que le ha dejado esta semana a un solo punto del podio mundial de la clasificación. Situación que sí alberga en la Race, donde solo Serena Williams y Simona Halep acumulan más puntos que ella en el vigente calendario. Si los propios periodistas somos los primeros en emocionarnos y ver todo lo que puede venir por delante, ¿cómo le vamos a exigir a ella que mantenga los pies en la tierra?
Pues los mantiene. Quizá sea porque no sabe lo que tiene entre sus manos (concretamente, en su muñeca), algo que no tardará mucho en descubrir. Por si todavía hay alguien descolocado que no entiende de lo que hablo. yo se lo recuerdo muy brevemente: Garbiñe Muguruza tiene todo para ser número uno del mundo. Este será mi pequeño secreto con ustedes, no se lo vayan a decir a ella, de momento no puede enterarse. Lo ocurrido en Pekín, o una semana antes en Wuhan, son hechos que simplemente caen por su propio peso. Es decir, no se puede no rendir sobre la pista teniendo las aptitudes que tiene esta muchacha cada vez que empuña una raqueta. Por su camino se cruzaron jugadoras de todos los calibres posibles y, aunque todas encontraron la manera de inquietarla, ninguna pudo frenar aquel ciclón. Hubo dudas hasta en la misma final, con una Bacsinszky en plena lucha por asistir a Singapur, pero nada. En el tenis podemos generar muchos debates y estrategias que al final siempre acaban ganando los buenos. Y Garbiñe es muy buena. Tanto, que da miedo imaginarse dónde puede estar en unos años cuando ya haya alcanzado por completo la madurez profesional.
El camino hasta aquí no ha sido fácil, y eso que aún no han servido los platos fuertes, pero en los cimientos está la clave de toda buena construcción. Perseguida desde joven por sus raíces venezolanas y la presión de elegir un país al que representar, comparada ya desde sus inicios con otras grandes raquetas patrias como Aranxta o Conchita, señalada sin miramientos cuando los resultados no acompañaban o no se configuraba un buen calendario, sin tener en cuenta su juventud. Imperturbable en cada caso. Los primeros peldaños en la élite los dio junto a Alejo Mancisidor en la sala de máquinas, carburando cada pieza para que funcionara correctamente. Primer título como profesional, primeras finales perdidas, segundas semanas en Grand Slam, ingreso en el top-10… Pero había algo que le impedía continuar. Un extraño enfrentamiento de valores entre jugadora y técnico que, a raíz de la plata en Wimbledon, obligó a bifurcar una travesía que parecía de un único sentido. Las críticas llovieron sin paragüas ni techo sobre el que cobijarse, hasta que Sam Sumyk, entrenador curtido en mil banquillos, vio petróleo en la situación y decidió ir a extraerlo. El resultado ya lo han visto. Con un vestido o con otro, el ascenso de Muguruza era sencillamente inevitable.
«Una no siempre tiene una el nivel que quiere. Sabía que iba a ser un partido difícil en el que no iba a estar al 100 % física ni mentalmente. Pero quería tanto ganar en Pekín que he salido a la pista a dar todo lo que tenía, y lo he conseguido». Estas palabras me transportan irremediablemente a aquella final de Australia en 2009, donde un Rafa Nadal descompuesto por su partido ante Verdasco estuvo a punto de tirar la toalla antes de batirse con Federer. Pero no lo hizo. Salió ahí fuera, se puso el traje de obrero y empezó a edificar una nueva proeza. Por supuesto, este caso no es comparable a aquella gesta, pero sí sus palabras. El deseo de crecer pudo con cualquier contratiempo e infortunio. Hay veces en las que la ilusión es más poderosa que el drive más potente, la suerte es que Garbiñe posee ambas cartas. En su tenis se encuentra ese as en la manga que todas quisieran poseer, el poder más deseado por cualquier deportista: que el resultado dependa de ti. Ella sabe que si saca sus armas –empezando con su saque y terminando con su derecha– y las ordena correctamente en su cabeza, las opciones de su rival pasan a pender de un hilo. Y ella tiene las tijeras. De ahí que en muchas decepciones de la española se haya escrito la frase tiró el partido en vez de salió derrotada. Una conversación de una sola voz donde Muguruza elige la cara de la moneda sin pedir opinión.
Ahora, con todo esto, que alguien vaya a esa mujer y le diga que no se va a comer el mundo. Que no va a ganar Grand Slams. Que no va a ser número uno. Háganme un favor, no lo hagan. No compartan ni siquiera este artículo, no sea que lo acabe leyendo y descubra que su evolución no tiene límites. Que aprenda a base de caídas y también a base de triunfos. Que siga ganando, creciendo, aumentando su experiencia y generando expectativas. Ayudémosla a no querer llegar al seis sin antes pasar por el cinco. Pasito a pasito, aunque por dentro estemos todo rezumando melancolía por ver cómo los tiempos de Arantxa y Conchita representan ya la penúltima etapa de éxito del tenis español femenino. Por delante nos quedan cientos de batallas, de crónicas, de celebraciones y algún que otro saquito de lágrimas. Disfrutemos del viaje y acompañemos a Garbiñe hasta donde ella quiere llegar, ojalá que sea hasta la cima. Y si os preguntan por su futuro, responded con rostro serio: «Esto es solo el principio». Mientras, por dentro, trazaréis una sonrisa y pensaréis: «Lo mejor está por llegar».
* Fernando Murciego es periodista.
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