"El éxito se mide por el número de ojos que brillan a tu alrededor". Benjamin Zander
El revés cruzado de Novak Djokovic se escapa por dos palmos y el juez de silla anuncia el final el partido. El serbio acaba de perder una final de Masters 1000 casi tres años después (Cincinnati 2012) después de haber ganado las doce últimas que ha disputado En esa sonriente travesía se cruza Andy Murray, el hombre que ha salido perdedor en sus últimos ocho duelos ante el tenista balcánico. Pero nadie le gana nueve veces consecutivas a Andy Murray. No de momento. Solamente recordar la cifra resulta mareante para el lector: 30 victorias ininterrumpidas. Son exactamente las que sumaba el número uno del mundo en este tipo de torneos, dueño de los cuatro certámenes que había disputado esta temporada (no estuvo en Madrid). Precisamente en la Caja Mágica fue donde el británico aprovechó esta ausencia para lograr su penúltimo entorchado en la categoría, antes de sumar el pasado domingo el undécimo en su cuenta particular. Dos historias que avanzan a la vez en el circuito ATP y que están destinadas a encontrarse en muchas más ocasiones de aquí en adelante.
Se estaban dando la mano en la red y todavía había personas en el público boquiabiertos, frotándose los ojos, aguardando un segundo más para aceptar aquella realidad debido a la incredulidad del suceso. Total, en la pista se enfrentaban el número uno del mundo ante el número tres, el cual, desde este lunes, es número dos. ¿Tanta conmoción causaba que saliera vencedor el de menor ranking? Pues sí, de hecho yo desde mi casa estaba igual que ellos, aireando la pantalla de mi portátil para confirmar que aquello era cierto. Se podría decir que el tenis no ha sido justo con Murray, o no todo lo justo que hubiera sido en cualquier otra época de este deporte. Tiene todas las condiciones suficientes para ser un gran campeón y dominar el vestuario, de hecho, en sus vitrinas así lucen dos Grand Slam inmersos en una trayectoria que quedará ligada para siempre a la del BigFour, comunidad de la que forma parte. Sin embargo, de ahí a poder competir contra ellos hay un largo camino. Aunque suene raro, y a no ser que en el próximo lustro cambie mucho el panorama, el de Dunblane (Reino Unido) siempre será recordado un escalón por debajo de Roger Federer, Rafa Nadal y Novak Djokovic.
Esto es tan cierto como doloroso, pero es algo que todavía está a tiempo de remediarse. Quizá con Federer tenga ya la batalla perdida, dos estilos antagónicos hasta el extremo y con el de Basilea cada día más cerca del adiós. Frente a Nadal dependerá del nivel del español, aunque si comparamos a ambos jugadores, podríamos llegar a la conclusión de que el balear representa una versión mejorada del escocés. En sus buenos tiempos, claro está. Y luego está Djokovic, el miembro del BigFour con el que más similitudes tiene y, pese a ello, ante el que más problemas ha tenido en los últimos tiempos. Tan parecidos son cuando se sitúa una red de por medio que incluso se llegan a anular, transformando en pocos segundos una cita apasionante en soporífera. Para muestra, véase cualquiera de las finales que han disputado este curso: Open de Australia, Miami y Montreal. En las dos primeras ganó el de Belgrado; en esta última giró la tendencia.
Estando bien o estando mal –entiéndase mal como menos bien–, son pocas las oportunidades que suele dar Novak Djokovic cada vez que hay una victoria en juego. En casi ocho meses de competición regular, el serbio había cedido en tres ocasiones ese botín: Karlovic en Doha, Federer en Dubái y Wawrinka en Roland Garros. O lo que es lo mismo, un tropiezo en un ATP 250, otro en un ATP 500 y otro en Grand Slam. Faltaba un nicho por ocupar y Andy Murray era el elegido para cubrirlo. Pero llegar a meta no fue sencillo para el escocés, que tuvo muchos momentos de presión yendo por delante en el marcador y obligado a proteger esa ventaja ante el chacal del vestuario ATP. Siendo sinceros, el partido no fue bonito, tampoco vamos a mentir. Por no tener, no tuvo apenas ni emoción, al menos hasta los dos últimos juegos, donde la caída de Djokovic fue tomando forma lentamente y la mano de Murray cada vez golpeaba más encogida. Al final, ese revés cruzado que comentábamos al principio del artículo se marchó largo, sobrepasando los pies de Murray. Manos al cielo y, rápidamente, un gesto made in Wawrinka, dedo derecho apuntando a su frente. Mirada intensa a Björkman y a disfrutar de una sensación que se le resistía desde la final de Wimbledon 2013. Ocho decepciones más tarde, el británico volvía a inclinar al balcánico.
“El año pasado fue un año muy difícil para mí, pasé por muchas cosas. Caí del top-10 y la gente se hacía muchas preguntas sobre mí, mucha gente había perdido la fe en mí. Estoy muy feliz de haber recuperado mi nivel y estar jugando así de bien“, declaró el único hombre que realmente sabe por lo que ha pasado en ese año de tortura. “Novak está en su mejor momento ahora. El año pasado y este han sido fantásticos para él, mientras que el año pasado para mí, cuando volví de la lesión no fui capaz de competir con los mejores jugadores. Me ha tomado mucho tiempo volver a este nivel. Esta temporada he tenido un montón de opciones cercanas y no logré conseguirlo, así que es fantástico ser capaz de obtener una victoria así. Es una buena inyección de confianza para las próximas semanas”, asintió tras levantar su segundo Masters 1000 del calendario, un territorio que este curso solamente reconoce el acento serbio o el escocés. Una lucha que se ve extendida hasta una nueva batalla, la que recompensa con ocupar el rincón más alto de la clasificación. Y no, no estoy bebiendo.
Novak Djokovic es humano. Y como humano que es, igual que ahora se muestra imparable, llegará el momento en que abrace la vulnerabilidad. Ahora, hace falta alguien para ocupar su lugar en ese instante, y ese hombre se llama Andy Murray. Nacidos ambos en 1987, el de Dunblane tardó dos años más que el serbio en introducirse en el circuito profesional. Uno cuenta ya con nueve Grand Slam, el otro tiene dos. Uno guarda en sus vitrinas 24 Masters 1000, el otro apenas 11. Uno lleva 160 semanas al frente del ranking mundial, su rival jamás conoció esa sensación, esa percepción de sentirte insuperable. Pero tranquilos, a cada uno le llega su momento. Este domingo, en Montreal, Murray vio una puerta abierta. Era la misma de siempre, solo que esta vez decidió cruzarla, se lo creyó, fue superior. Ahora ya sabe que puede, que es capaz, que si se lo propone no tiene por qué marcarse un techo. Pero debe saber una cosa más, la más importante: si hay alguien en el circuito que, a largo plazo, puede desbancar al serbio de la azotea de la clasificación, ese es él. Dura tarea para alguien que nunca probó esas mieles, precioso reto para un hombre al que el tenis le debe mucho.
* Fernando Murciego es periodista.
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