"Lo que equilibra a un equipo es la pelota. Pierde muchas y serás un equipo desequilibrado". Johan Cruyff
Se encuentran ocultos desde la segunda línea de salida. Escondidos entre los grandes nombres de las estrellas del circuito. Camuflados bajo los grandes focos que alumbran y auguran quién será el nuevo rey del tenis. En una época en el que los líderes de la manada (Nadal y Djokovic) no pasan por su mejor momento, la nueva generación aprieta cada día desde posiciones más adelantadas, preparando su emboscada final para hacerse los dueños del ranking. Este fin de semana, dos de los mejores integrantes de esta comunidad volvieron a dar la nota en Barcelona y Bucarest levantando dos títulos que les orientan como el futuro de este deporte. Son Kei Nishikori y Grigor Dimitrov.
Nunca un japonés había gobernado el Real Club de Tenis Barcelona. Hasta ayer. Después de más de sesenta ediciones del Conde de Godó, esta ha sido sin duda la más estrambótica e inesperada que se recuerda, donde jornada tras jornada fueron sucediéndose las sorpresas. Las primeras fueron las caídas de David Ferrer antes de cuartos de final y la lesión, y consecuente retirada, de Fabio Fognini, tercer cabeza de serie. Pero faltaba el plato fuerte. Rafa Nadal, ocho veces campeón en Barcelona, perdía su partido durante la tarde del viernes ante Nico Almagro, a quien dominaba con un aplastante balance de 10-0. La Ciudad Condal se quedaba sin su gladiador particular y, para más inri, Almagro caía un día después en semifinales a causa de un edema en el talón que arrastraba desde el torneo de Houston.
Todas estas desgracias desembocaron en ese titular que nadie esperaba leer hasta dentro de mucho tiempo: dieciocho años después (desde 1996) el torneo de Barcelona no contaría con un jugador español en la final. Inconcebible. Pero alguien se tenía que a aprovechar de todo este ruido para afinar su instrumento. Un japonés de 24 años, más flaco que gordo, más bajo que alto y mejor que el resto. Kei Nishikori repartió cátedra sobre la tierra catalana despachando a hombres como Roberto Bautista, Marin Cilic o Ernests Gulbis, algunas de las revelaciones de este 2014, pero poco duchos sobre arcilla. Apenas un set se dejó el japonés por el camino para levantar la quinta corona de su carrera. La final duró lo que el de Shimane quiso, cediendo cuatro juegos en total ante Giraldo, verdugo del último superviviente español en semifinales. De la mano del excampeón de Roland Garros, Michael Chang, quien le acompaña durante quince semanas al año en la grada, y de Dante Bottini, Kei ha vuelto a poner su nombre en el disparadero y a darle una nueva alegría a su país, ese que sueña con ver a su héroe algún día dentro de los diez primeros.
Caminando un poco hacia el este, unos 2.500 kilómetros, llegamos a Bucarest, donde otra futura promesa del tenis, ya triunfando en el presente, conquistaba otra tierra donde nadie le esperaba. Grigor Dimitrov pidió una invitación para jugar en el país vecino de su Bulgaria natal. El BRD Nastase Tiriac Trophy (así se llama ahora el único certamen disputado en Rumanía) ofrecía un cuadro final discreto con un hombre posicionado un escalón por encima. El oriundo de Haskovo cumplió su cometido y fue quemando rondas a la misma velocidad que Sharapova lo hacía en Stuttgart. La pareja más guapa del tenis contemporáneo acabó añadiendo sendos títulos a sus vitrinas. Dimitrov, además, cerraba una semana perfecta donde ganó todos los sets que disputó para acabar rematando en la final al vigente campeón, Lukas Rosol. Tercer título en menos de un año y, al igual que Nishikori, el primero sobre tierra batida.
Dos historias diferentes con un mismo final y idéntico mensaje: “Ya estamos aquí”. Nishikori y Dimitrov son desde este lunes nuevos números 12º y 14º en el ranking. Ni doscientos puntos les separan de traspasar la barrera de los diez primeros por primera vez. Si cambiamos de columna, en la Carrera de Campeones, que otorga el billete para disputar el Masters de Londres en noviembre, los dos recientes campeones estarían dentro de los ocho mejores (el japonés es 6º y el búlgaro, 8º). Los números no mienten y estos, además de mostrar que están en las mejor temporada de sus carreras, reflejan también que se acercan tiempos de cambio.
La nueva generación ya se ha cansado de calentar motores. Quiere correr la carrera. Nishikori y Dimitrov son los más destacados de esta nueva camada, sin olvidarnos de Milos Raonic, 23 años y encajado entre los diez primeros durante todo abril. Cilic, Dolgopolov, Fognini o Gulbis forman parte de este tren de nuevas raquetas en busca de un lugar en la historia, una historia que desde hace unos años se escribía con apenas cuatro plumas distintas. Y por si alguno todavía no se lo cree, en el último vagón viajan imberbes como Thiem, Kyrgios, Struff, Carreño o Vesely. Se les puede discutir de todo menos el talento; a partir de ahí, la mente y el físico es cuestión de rodaje. El futuro de este deporte está garantizado, solo hay que esperar a que estas plumas se consagren y escriban una nueva página dorada. El domingo, un búlgaro y un japonés ya rubricaron influyentes párrafos.
* Fernando Murciego es periodista.
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