El undécimo milagro

por el 29 agosto, 2015 • 8:23

 

Hay que ver cómo pasa el tiempo. No, en serio, hay que verlo. Aprovechen cualquier momento de desconexión para sentarse cómodamente y repasar lo sucedido durante la última década. Por elegir un pasaje –uno de mis favoritos–, propongo viajar al norte de Francia, bordeando el lago Bois de Boulogne, un escenario impregnado de tierra batida y un joven de apenas 19 años aterrizando en la final de Roland Garros en su primera participación. Hacía dos días que soplaba las velas dejando en el camino al número uno del mundo; ahora el rival viste de naranja y habla argentino. Mariano Puerta separa al español de escribir la historia, algo que toma fuerza tras apuntarse la primera manga en el tie break. Pero el destino ya había elegido quién sería el héroe durante aquella tarde de primavera. Rescatando los dos siguientes sets y salvando tres bolas que habrían forzado el cuarto, el bisoño tenista balear cae desplomado en la arcilla, aprieta los puños y llora de emoción. Se trata de Rafael Nadal conquistando el primer Grand Slam de su carrera, un ritual que mantendría a rajatabla durante las siguientes nueve temporadas. Hoy, en los últimos retazos de este caluroso agosto, han pasado ya diez años de aquella historia, y a escasas horas de que arranque el US Open 2015, el mallorquín afronta el reto de seguir girando la rueda. El desafío es no bajar el telón al curso sin reinar en una de las cuatro grandes plazas del circuito.

Arranca enero y, entre todas las alistadas en el calendario, cuatro pruebas sobresalen por encima del resto: Australia, París, Londres y Nueva York. Allí donde emergen las estrellas, allí donde se forjan las leyendas. Cuatro citas y un hombre fiel a la cita, siempre alerta en alguna de ellas. Desde aquel 2005 donde abrazó su primer Roland Garros, Rafa Nadal no ha fallado a su leal encuentro con la gloria a lo largo de toda su trayectoria desde la cima, una cuerda que amenaza con romperse en la presente temporada. El 2015 no ha traído grandes éxitos para el español, sí fracasos por partida triple. Melbourne sirvió como reencuentro con los grandes escenarios, un test que Tomas Berdych se encargó de archivar en cuartos de final. Después llegó el Abierto de Francia, lugar donde luce la etiqueta de nonacampeón y mito absoluto del torneo, allá donde Novak Djokovic tiñó la oportunidad de decepción en idéntica ronda. Por último, Wimbledon, un paisaje exento de presión donde Nadal pudiera enderezar el rumbo entre tanto bache. Dos etapas duró la aventura, con el balear desorientado sobre la línea de fondo y un iluminado Dustin Brown colgando de la red. Tres llaves en el zurrón y ninguna capaz de echar la puerta abajo. Golpes psicológicos que dejan de doler al día siguiente, pero no escapan de la mente hasta mucho tiempo después. Nueva York cerrará el círculo anual a partir de este lunes, esperemos, por el bien de Rafa, que sin evocar antiguos desencantos.

Borna Coric, número 35 del mundo, aguarda ya en la entrada de Flushing Meadows para acompañar al manacorense al baile inaugural en la Gran Manzana. No es por ser pesimistas, pero el croata estaba dentro de los tres o cuatro peores rivales que te pueden tocar en primera ronda de un Grand Slam. Nunca antes, en sus doce años de profesionalismo, había cruzado Nadal en su encuentro de debut ante un oponente de tal enjundia, el mismo adolescente que el octubre pasado desenfundó su joven raqueta en Basilea para inclinar a un Rafa damnificado por su operación de apendicitis. Más adelante, los fantasmas de Fognini, Raonic, Djokovic o Nishikori ensombrecen la travesía hasta su tercera corona en Nueva York, un abanico de contrincantes que ya saben lo que es vencerle esta temporada. Algunos, en más de una ocasión. En una hipotética final, haciendo caso al ranking, un Roger Federer en su séptima juventud ante el que nunca se enfrentó en el Grand Slam estadounidense, único gran teatro que no disfrutó de la rivalidad más emblemática del presente siglo. El camino no es duro, es durísimo, pero es el precio a pagar a una posición mediocre en la clasificación y a un estado de forma que representa una vulnerabilidad inédita en el español.

Su desamor con el US Open no se convirtió en flechazo hasta la temporada 2010, momento en el que se unió a Donald Budge, Fred Perry, Rod Laver, Roy Emerson, Andre Agassi y Roger Federer como los únicos capaces en reunir los cuatro Grand Slams en sus vitrinas. En sus primeras participaciones (2003-2008) no logró pasar de cuartos de final; en las dos siguientes (2008-2009) fue despedido en semifinales y se quedó a las puertas del partido por el título; y en sus tres últimos intentos (2010, 2011, 2013), época de máximo liderazgo, nunca cayó antes del segundo domingo de competición. Con la ayuda de Óscar Borrás y un saque portentoso se coronó hace cinco cursos derrotando a Novak Djokovic en la final, el mismo ante el que perdería un año después y al que volvería a inclinar dos cursos más tarde. En 2014 no acudió a defender la corona, lastrado por una lesión de muñeca, un viaje que ha vuelto este verano a su hoja de ruta con el objetivo de seguir cubriendo de azúcar uno de los libros más dulces de la historia del tenis. De momento, su paso por Norteamérica no ha sido una oda a la alegría (derrotas ante Nishikori en Montreal y Feliciano en Cincinnati), aunque con un extraterrestre de esta categoría de nada sirven los números. Basta recordar su regreso en 2013 después de ocho meses de calvario e incluso llegar a insinuarse una retirada anticipada. Diez títulos en diez meses disiparon las dudas.

Pero en Nueva York no estará solo. Ni solo ni bien acompañado. Por delante de Nadal desfilan una serie de jugadores con mejores boletos para hacer saltar la banca en Wall Street, aunque del dicho al hecho hay un trecho. Novak Djokovic volverá a ser el blanco a batir, un hombre que solamente es noticia cuando pierde y que viene de jugar las tres finales previas de Grand Slam esta temporada. Tras el serbio, dos carriles a temer: Roger Federer, un suizo hechizado capaz de detener el tiempo, y Andy Murray, un escocés de nuevo en la brecha empeñado en recuperarlo. Los tres complementan las cartas más poderosas de la baraja, situadas un nivel por encima del segundo escuadrón de batalla: Wawrinka, Nishikori y Nadal. El de Lausana solo alcanza su cota máxima de brillantez en los torneos de quince días de duración; el japonés, técnica de diamante y físico de cristal, regresa a la Gran Manzana para ocupar el trono que dejó escapar hace dos meses; mientras que Nadal, finalista en sus tres últimas participaciones en Flushing Meadows, ni se le ocurre pronunciar la palabra favorito de cara al certamen norteamericano, un abrigo del que se ha desprendido en los últimos meses, pero que continúa esperando en el interior de su armario para volver a ser mostrado.

Diez años ganando al menos un Grand Slam suena a chiste hasta que descubres que Borg, Sampras o Federer pararon el contador en ocho. Pero no siempre se conformó con uno. En 2008 y 2013 fueron dos. En 2010, solo se escapó uno. Un ejercicio de vigencia extrema que nace hace una década y que todavía no conoce fecha de defunción. Las próximas dos semanas serán cruciales para Nadal, dispuesto a dejar atrás los 14 grandes de Pete Sampras y evitar, por primera vez en diez años, encadenar seis majors al hilo sin atrapar la bandeja de campeón. «Las estadísticas ahora ya no son importantes, solo pienso en competir y ganar partidos», recita el español cada vez que sale el tema de los récords sobre la mesa. No esperar nada y recibir lo que llegue, disfrutar más con la victoria y restar llanto a la derrota. Llegados a este punto del curso es de justicia aceptar que, lamentablemente, Rafa no ha cumplido ninguna de las metas propuestas a principios del calendario. Ahora, ya con el tiempo encima y los cuchillos preparados, un nuevo peligro acecha su historial de gladiador. Cerrar el curso sin morder un Grand Slam diez años después o efectuar el undécimo milagro de su liturgia. Igual que ocurre con la religión en cualquier lugar del mapa, todo queda en un ejercicio de fe. Rafa Nadal cree. ¿Tú crees?

* Fernando Murciego es periodista.




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