Hay una máxima en golf que dice que el camino más directo hacia el hoyo pasa por la calle y el green. La lógica es aplastante: si se evitan los problemas es más sencillo terminar en menos golpes. Ben Hogan, allá por los cincuenta, lo definió del siguiente modo: “El hombre que falle mejor va a ganar”. Sin embargo, a lo largo de la historia, hemos podido ver cómo algunos jugadores eran capaces de visitar los lugares más recónditos de los campos de golf y aún así se alzaban en primera posición el domingo por la tarde. Arnold Palmer fue uno de los primeros y Seve Ballesteros o Tom Watson le siguieron después. Phil Mickelson es el último exponente de esta rara especie de aventureros.
No es el que gran Hogan estuviera equivocado, sino que su forma de jugar buscaba la perfección, y no dejaba que absolutamente nada interfiriera en su método. Estos otros exploradores son mucho más imprevisibles, ya que aceptan los malos golpes como una parte inherente del camino, los olvidan e intentan encontrar un modo de atajar. Son capaces de lo mejor y de lo peor, de enviar su bola hacia los altos árboles para posteriormente encontrar un hueco entre dos ramas o de hacer siete birdies consecutivos y terminar jugando desde un parking. Es la razón por la que un día se acuñaron conceptos como un par de Seve o un par de Watson. Nadie sabía cómo lo habían conseguido, pero necesitaban de los mismos impactos que sus ordenados rivales.
En ocasiones, esta forma de jugar es peligrosa y temeraria, incluso para su enorme imaginación. Mickelson, por ejemplo, no ha terminado en los últimos diez años entre los cien primeros en una estadística clave en el golf profesional, llamada precisión desde el tee de salida. Es su talón de Aquiles particular, ya que si no juega desde la hierba segada al ras es muy complicado que se produzca oportunidades de birdie. Con sus más de cuarenta victorias en el Circuito Americano carga también un enorme número de desilusiones, normalmente en forma de debacle en sus últimos hoyos. Si Nicklaus, Hogan o Tiger hubieran pegado en su lugar uno de sus drives en el tramo final de algunos torneos, el bueno de Phil podría haber ganado el doble de grandes o, al menos, conseguido la victoria en alguna de las cinco ocasiones en las que ha finalizado segundo en un US Open.
Esta semana, el Abierto de los Estados se trasladó a un campo con más de cien años de historia empapado por la lluvia. Se decía que era demasiado corto para los profesionales de hoy día, que los greenes estarían blandos y que corría peligro el récord de golpes conseguidos a lo largo de cuatro jornadas en este torneo. El Merion Golf Club imponía respeto, pero no estaba en las mejores condiciones para enseñar sus garras. Se habló tanto de las facilidades que podía otorgar que alguno se olvidó de que a este campeonato también le llaman el examen de golf definitivo. El rough es un conjunto de alambres pegajosos, los calles son movidas y estrechas y los greenes son mármol pulido hasta su capa más fina. Ni la lluvia ha conseguido frenar una nueva sangría de errores. Después de una suspensión por la amenaza de una tormenta, solo dos hombres han conseguido finalizar sus vueltas por debajo del par. El resultado más bajo lo entregó Mickelson.
Phil ha aprendido a compensar su dispersión con golpes que agitarían el pulso de los mejores del mundo, habitando en una angustia atroz y constante. Eso sí, cuando este zurdo se muestra seguro desde el tee de salida, es prácticamente imbatible, ya que transfiere todo ese voltaje acumulado a lo largo de la temporada a sus ataques a bandera. Solo falló tres calles en todo el día y su resultado reflejó toda esa electricidad: 67 impactos, y dos de ventaja sobre su más cercano perseguidor, el bombardero belga Nicolas Colsaerts.
Muchos otros se quedaron a mitad de recorrido, cuando ya no quedaba más luz en Filadelfia. Luke Donald consiguió mejorar el registro de Mickelson con menos cuatro, aunque todavía tiene que afrontar los últimos cinco hoyos de Merion, su tramo más exigente. Adam Scott, todavía vestido con la chaqueta verde que le acredita como ganador del Masters, le sigue con menos tres en el hoyo 12, mientras que Webb Simpson, Mathew Goggin y Alistair Presnell son cuartos con menos dos, también con varias pruebas pendientes. Gonzalo Fernández-Castaño, Sergio García y José María Olazábal se encuentran por encima del par, aunque no demasiado lejos de los veinte primeros.
La precisión y la consistencia partían como las bases para triunfar en este US Open: había que ir desde la calle hasta el green y evitar los grandes errores. Sin embargo, en esta primera jornada, el idioma de Phil Mickelson ha sido el que mejor se ha adaptado a las exigencias de Merion. El del ataque constante, las recuperaciones milagrosas y una agresividad que a veces roza la inconsciencia. No es aconsejable para ser regular a lo largo de todo un año, pero en ciertas semanas, esta lengua rara y primigenia puede utilizar los mismos términos que comprende la victoria.
* Enrique Soto.
– Fotos: Matt Sullivan (Reuters) – Darron Cummings (AP)
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