Irlanda y Francia debutan hoy en el Mundial y lo hacen con sensaciones encontradas respecto a cómo afrontarlo y lo que se puede esperar de ellos de cara al desenlace final. Comparten grupo y condición de favoritos para alcanzar el cruce de cuartos de final; ahí es en donde acaban la mayoría de sus similitudes.
Llega Irlanda al Mundial después de haber ganado los dos últimos 6 Naciones, después de haber sido 2º del ranking de World Rugby -recientemente- y con las sensaciones de haber alcanzado un rol de madurez que les permite ganar a cualquiera de sus rivales habiendo desterrado algunos complejos de inferioridad con los que cargaban históricamente.
El rugby irlandés ha dado un ejemplo de actuación conjunta entre la federación y las provincias que lo componen y tenemos dos ejemplos paradigmáticos que así lo demuestran:
Jonathan Sexton: El apertura se fue hace dos años al Racing 92 parisino, harto de los ninguneos a los que según él le sometía la IRFU (Federación Irlandesa de Rugby). El máximo organismo irlandés y la provincia (Leinster) se han movido con la suficiente habilidad para conseguir que -a través de patrocinadores privados- el talentoso apertura tenga un contrato con unos emolumentos superiores a los que recibía en el conjunto parisino y todo ello sin romper el equilibrio salarial del resto de estrellas del XV del Trébol.
Jared Payne: La retirada de Brian O’Driscoll dejaba un vacío imposible de rellenar en el puesto de segundo centro. A falta de un especialista puro, Ulster (la provincia del jugador) le trasladó de su puesto habitual de fullback al de 13 y ahí fue donde Irlanda fraguó al jugador que iba a heredar el dorsal más famoso del rugby irlandés.
Sirvan esos dos ejemplos para demostrar que el rugby irlandés ha alcanzado un nivel de sintonía en todos sus estamentos que les ha permitido dar un salto cualitativo a nivel estructural y deportivo. El equipo dirigido por Joe Schmidt ha alcanzado un equilibrio en todas sus líneas que les permite rendir como un auténtico bloque:
Tienen una de las primeras líneas más sólidas del rugby mundial: Healy-Best-Ross; en la segunda disfrutarán en el Mundial de los últimos servicios de Paul O’Connell (abandona la selección y se va a Toulon con un contrato de dos años); la tercera línea tiene a dos ball carrer de máximo nivel: Jamie Heaslip y Sean O’Brien, que trabajan junto a un especialista defensivo como es Peter O’Mahony. La pareja de medios está formada por Conor Murray y Jonathan Sexton, posiblemente la mejor pareja del mundo jugando con el pie en este momento. La línea de tres cuartos aúna wings talentosos, potentes y sacrificados (Zebo, Bowe, Dave Kearney) con unos centros que sin tener la brillantez de Brian O’Driscoll y Gordon D’Arcy han conseguido dar un relevo sin traumas y con un rendimiento que no desentona respecto al resto del equipo. De cerrar el campo se encarga Rob Kearney, un fullback de máximo nivel mundial por su seguridad y dominio de todas las facetas del juego.
Todo parece encaminado a que Irlanda alcance los cuartos de final y ahí tenga una cita con la historia ya que nunca han conseguido disputar unas semifinales de la Copa del Mundo.
La realidad de Francia es, exactamente, la contraria a la de Irlanda en el día de su debut mundialista.
El XV del Gallo cambiará de máximo responsable tras el Mundial (Philippe Saint-André será sustituido por Guy Noves); y la Federación Francesa de Rugby impuso a los clubes una limitación en el número de partidos que podían disputar sus internacionales durante la temporada pasada con la consiguiente polémica debido al perjuicio que ello suponía a los equipos en sus competiciones.
El problema del rugby francés es estructural, es la liga más potente -por presupuestos- del mundo y sus equipos hacen acopio de estrellas procedentes del hemisferio sur para reforzar sus planteles. La conclusión: ningún jugador francés, de los que van al Mundial, es la máxima figura en su club.
Los equipos franceses han abandonado, hace años, su interés por jugar bien -y bonito- al rugby; se han convertido a un resultadismo puro y duro en el cual muchos de sus partidos se resuelven con anotaciones procedentes de los pateos a palos. Llegados a estos extremos, es normal que en la selección resulte relativamente indiferente llevar a unos jugadores o a otros ya que no hay quien marque diferencias reales ni en juego ni en rendimiento.
Después de pintar un horizonte tan negro hay que decir que Francia sigue siendo candidata a realizar un gran Mundial (en cuanto a clasificación). Acumulan tres subcampeonatos (incluído el de 2011) y un rendimiento a nivel igual o superior -estadisticamente hablando- al de las cuatro selecciones campeonas del mundo.
Francia arrastra dudas en el rendimiento de la primera línea (Guirado, Slimani), la 2ª línea está a un nivel inferior que las de todo el resto de las grandes selecciones (Papé, Maestri). En cambio, la tercera sí es fiable: Picamoles y Chouly tienen potencia y visión de juego suficiente como para igualar en rendimiento a la tercera irlandesa; la fiabilidad de Dusautoir es indiscutible.
Tillous-Borde asegura el trabajo «académico» y Michalak incorpora las pocas dosis de talento que incorpora este XV del Gallo.
Contraste en la pareja de centros, la fuerza de Bastareaud unida al «escapismo» de Fofana y Dumoulin. Yoann Huget es uno de esos wings potentes y hábiles que en cualquier jugada aislada pueden romper un partido, la seguridad atrás la pone el potente Scott Spedding.
Hablar de Francia es hablar de un equipo regular en cuanto a su rendimiento y eso en los mundiales es una gran virtud.
Irlanda y Francia se jugarán ser primeros de grupo y evitar a los All Blacks en cuartos de final; en el horizonte, eliminatoria Francia vs All Blacks en Cardiff y el recuerdo de 2007 en la memoria.
* Javier Señaris es analista de rugby.
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