"El éxito se mide por el número de ojos que brillan a tu alrededor". Benjamin Zander
Faltan dos horas para el partido y ya empiezo a adelantar el trabajo. Es domingo, horario asiático, por lo que toda la actividad se produce por la mañana. Desayuno tranquilamente y luego me acomodo frente al ordenador. Busco en mi archivo artículos pasados y rescato el del domingo anterior. Lo abro, lo releo casi por inercia e, inevitablemente, se me escapa una sonrisa. “Bienvenido al día de la marmota”. Preparo la plantilla sobre esta pieza con ligeras modificaciones de manual. Como por ejemplo la fecha, el nombre del torneo, el nombre del subcampeón y busco un par de sinónimos para no repetir siempre los mismos adjetivos. El nombre del ganador no hace falta tocarlo. También altero el arranque y comienzo a planear cómo cerrar esta vez. Cómo contar la misma historia sin que se note la repetición. Cómo reinventar una semana más tu imaginación cuando en la pantalla siempre aparece la misma película, el mismo guión, el mismo final.“Game, set & match, Djokovic”. El juez de silla pronuncia las palabras mágicas y en cinco segundos la crónica ya está a disposición de los lectores. Vestida con nuevas rimas, con otra prosa, pero relatando una sinfonía idéntica a la de hace siete días.
En esto se ha convertido la profesión para el periodista de tenis en los últimos doce meses. Un año entero que se podría definir con una sola palabra: monotonía. Habrá gente que esté disfrutando de esta época, por supuesto. Para los nativos de Belgrado cada domingo es Navidad. O el clásico hater que disfrute con el derrocamiento de Roger Federer y el hundimiento de Rafael Nadal, insensatos ha habido siempre. Lo cierto es que la regularidad del serbio -o la irregularidad del resto- ha transformado el circuito masculino en un viaje previsible, redundante y, si me lo permiten, hasta un poco aburrido. Y no, eso no es culpa de Novak Djokovic, el mejor tenista del momento, son deberes por hacer de sus rivales, incapaces siquiera de competir contra él. Este lunes la clasificación mundial amanecía con una diferencia de más de 8000 puntos entre los dos jugadores mejor situados en el ranking, exactamente la misma distancia que entre Andy Murray, número dos, y Lucas Pouille, número 70. ¿Hay manera de parar esto? Todo lo contrario, el abismo es cada vez más profundo. ¿Qué tiene Djokovic que no tiene el resto? La pregunta debiera de ser qué no tiene. ¿Está preparado el aficionado para vivir otra temporada igual? Lo estén o no, no será decisión suya.
La última de sus conquistas sucedió en Shanghái, territorio místico donde Novak Djokovic pasa de ser el mejor a convertirse en insuperable. Algo tiene la gira asiática que le provoca una inspiración al balcánico que da hasta rabia ver lo bien que juega. Es sencillamente perfecto. Entre Pekín y Shanghái, diez partidos en total resueltos con diez victorias sin ceder ningún set. En el primer torneo ‘regaló’ una media 3’6 juegos por cita, mientras que en el Masters 1000 la cifra subió hasta los cinco juegos por duelo. A través de la pasarela desfilaron John Isner, Feliciano López, Bernard Tomic, Jo-Wilfried Tsonga, David Ferrer, Rafa Nadal o Andy Murray entre otros. Casi nada. Solamente el australiano pudo forzarle un tie-break pero ni allí le entraron las dudas al balcánico. La final ante Tsonga llegó a parecer en muchos momentos una broma de cámara oculta. La cuestión es que le ves jugar y parece que no tenga un gran saque, que no le pegue excesivamente fuerte, incluso que le tenga cierto respeto a la red, por eso se mantiene alejado de ella. Novak no es ningún amante de los lujos ni las frivolidades, él salta a la pista con el ‘sencillo’ objetivo de arrasar a su rival. Ese es el mandato de Boris Becker desde el box y así la cumple su pupilo con gusto y sangre fría. Sin anestesia y por la vía rápida.
En cada rueda de prensa del campeón siempre la misma pregunta. “Novak, ¿estamos ante la mejor temporada de tu carrera?”. Él, elegantemente, ya responde sin tapujos: “Sí“. La cuestión viene ligada por aquel 2011 mágico donde el serbio cerró el telón con un balance de 70-6 en su registro, diez títulos en su bolsillo, tres Grand Slams y cinco Masters 1000. A falta de disputar dos torneos en el presente curso (París-Bercy y la Copa de Maestros), el de Belgrado ofrece datos idénticos, mejorando incluso ya la balanza de victorias (73-5) y a una sola corona de igualar la decena de hace cuatro calendarios. Por delante resta la hoja más plácida para Djokovic, el epílogo de una gira indoor que pone el punto y final a este diario. Allí donde año tras año se reafirma como el líder de la manada (o mejor dicho, el dueño) destrozando a unos oponentes que aterrizan ya con la reserva encendida. Dato arriba, dato abajo, ambas temporadas son impresionantes, por lo que yo cambiaría la pregunta. “¿Es esta época más autoritaria que la que protagonizó Federer de 2004 a 2007?”. Aquí nos metemos en un charco en que existe cierto peligro de ahogarse, aunque ya nadie niega que es obligatorio mojarse. Puede que en números no alcance aquella cima pero, desde luego, en sensaciones, tiene derecho a colocarse a la misma altura que el suizo.
Es el año perfecto, la madurez profesional y personal, la estabilidad emocional y familiar y, para rematar, la inteligencia en su máximo grado en un deportista para el que su disciplina ya no guarda ningún secreto. Es un experto impartiendo su doctrina, un privilegiado poseedor de todos los dones necesarios para escribir un período glorioso, en un circuito que se ha visto reducido a un monólogo constante. Hoy por hoy, incluso a largo plazo, no parece haber nadie preparado para frenar este huracán. Y los que más se acercan, Federer o Murray, ya quemaron sus etapas para dar este relevo. No sabemos hasta dónde podrá llegar este genio de la raqueta, este monstruo insaciable, este ser que ha dejado al tenis como un patio de colegio donde divertirse cada semana. Por eso te odio, Novak. Porque le has quitado la chispa al circuito absorbiendo toda la energía. Porque has fulminado cualquier indicio de pugna o desafío demostrando que la única batalla es contigo mismo, con tu grado de autoexigencia y tu perseverancia extrema. Nos has robado la emoción esta temporada y no sabemos cuándo nos la devolverás, así que solo espero que esta imponente dictadura traspase fronteras y acabes lo que has empezado. Que no te conformes con ser el mejor del mundo y que te atrevas a vestirte del mejor de la historia. Entonces, solo entonces, te ganarás mi afecto. Ya sabes que del amor al odio tan solo hay un paso. En este caso, un buen salto.
* Fernando Murciego es periodista.
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