"La clave del éxito no es jugar como un gran equipo, sino jugar como si el equipo fuera una familia". Stephen Curry
Toda una vida. Ese es el tiempo que lleva esperando Canadá la aparición de unos jugadores que pudieran situar al país norteamericano en el primer vagón del tenis mundial. Años y años viendo cómo otras naciones sacaban legendarios campeones de Grand Slam mientras ellos acumulaban más paciencia que el suelo. Pero siempre hay una primera vez. El calendario destapó 1990 para que, a falta de cuatro días para el año nuevo, un retoño llamado Milos naciera en pos de darle la vuelta a esta situación. Montenegro contempló sus primeros pasos, aunque sería Canadá el lugar que le vería crecer, del mismo modo que en 1994, en la ciudad de Montreal, una pequeña de nombre Eugénie sería la elegida para acompañarle en un viaje tan difícil como emocionante. El camino estaba todavía por descubrir, por escribir, por inventar. Dos décadas más tarde, el segundo país más extenso del globo sentía que aquella espera había merecido la pena, su Federer particular medía 1,96 m y se apellidaba Raonic, mientras que su peculiar Serena recibía el sobrenombre de Bouchard y lucía un rubio tan radiante como el sol. Por fin los ingredientes se hallaban sobre la mesa, solo faltaba cocinarlos.
Eran demasiados buenos como para no triunfar y demasiado únicos como para no tropezar. El último chasco ha llegado en el presente torneo de Montreal. Milos Raonic partía, un verano más, como el favorito local de la grada en una plaza donde ya disputó hace dos temporadas su primera final de Masters 1000. Para abrir boca, Ivo Karlovic. Ni cien tuertos pueden dar tal mala suerte. El croata, motivado por alcanzar los 10.000 saques directos como profesional, ganó al canadiense (7-6, 7-6) mostrando un temple y una determinación insólita para alguien de 36 años. Lo curioso es que el asalto pudo haber acabado mucho antes si no fuera por las 10/10 en bolas de ruptura que el pupilo de Ivan Ljubicic salvó durante el encuentro, una actitud a contracorriente que terminó desbordándose en ese par de desempates, ambos resueltos por dos exultantes 7-1. ¿Saben cuántas oportunidades de quiebre concedió Ivo? Ninguna. “Es que tiene muy buen saque”, se excusaron algunos. Perdonen que interrumpa, pero no hace ni un mes que Raonic admitía en una entrevista tener el servicio mas poderoso del circuito. No disfracemos la realidad.
Se caía el estadio al ver cómo su estrella ponía rumbo al túnel de vestuarios con una nueva decepción en la mochila. No sabían que todavía faltaba la puntilla. Horas más tarde, bien entrada la madrugada en España, Eugénie Bouchard saltaba a la pista central de Toronto, a más de 500 kilómetros de su Montreal natal, para batirse ante Belinda Bencic en primera ronda del Premier 5 canadiense. La cita no pudo comenzar peor, con un rosco a favor de la suiza, que cumplió la mayoría de edad el pasado marzo. La circunstancia señalaba hacia un nuevo tropiezo de Genie, incapaz de superar cualquier adversidad esta temporada, pero no, una mezcla de orgullo y tesón devolvieron a Bouchard a una pelea que, irremediablemente, terminaría escapándose en el parcial definitivo (6-0, 5-7, 6-2). Otra vez la cruz en la moneda, de nuevo abandono por la puerta de atrás, dolor inmenso tras sentir aplausos por decoro de un público que se mordía los labios tras una jornada negra de sus ídolos. Primero él, luego ella. Dos pájaros de un tiro y un sueño que se desvanece un agosto más: en toda la historia de la Era Open, ningún canadiense ha podido proclamarse campeón en casa, ni en Toronto ni en Montreal.
El 2015 está siendo para el tenis canadiense igual que el alcohol a los problemas personales: solo sirve para olvidar. Una final en Brisbane en la primera parada del trayecto intuyó uno camino de éxitos en el horizonte de Raonic, misión que se ha visto traspuesta por un desengaño tras otro. Exento de títulos desde el torneo de Washington del curso pasado, un trono que no pudo defender la semana pasada debido a una lesión, tampoco pudo participar en Roland Garros, ni llegar en condiciones a Wimbledon ni dar la cara en Copa Davis, tres citas que ya venían precedidas de varios suspensos en el acta. El agujero más sustancial es el que refleja un balance de 2-7 ante el top-10, aunque es cierto que el oriundo de Podgorica tampoco ha tenido suerte con los cuadros: el resto de derrotas fueron ante hombres como Kyrgios, Simon, Isner o el propio Karlovic. Pero ninguna herida tan sangrante como la vivida esta semana en su hogar. “La Copa Rogers es un evento que no me perdería por nada del mundo, significa mucho para el tenis e Canadá y es un alegría disfrutar de lo mucho que hemos avanzado”, declaraba el actual número diez del mundo hace una semana. Días después, los resultados mantienen la tendencia negativa, la oportunidad de brillar en suelo patrio se ha desvanecido y habrá que ver si la lesión todavía sigue generando problemas.
Turno de Bouchard, la mujer que ha sufrido la transformación más cruel posible en tan solo doce meses de actuación. En 2014 todos disfrutamos con esa niña de 20 años haciendo semifinales en tres de los cuatro Grand Slam –incluido un subcampeonato en Wimbledon–, adornadas con su primera corona profesional en Núremberg. Todo fluía correctamente, el ascenso a la cima parecía, más tarde o más temprano, inevitable. Por la vía rápida, el 2015 se encargaría de resolver el enigma: sería más tarde que pronto. La temporada señala unos cuartos de final y dos primeras rondas en territorio major, con un registro total de 8-15 y seis derrotas ante jugadoras fuera de la cincuenta primeras de la clasificación (tres de ellas, fuera del top-100). “Siento que ya no soy yo misma. He perdido la confianza en mí y mi agresividad y eso es algo en lo que he estado trabajado muy duro últimamente”, afirmaba la canadiense que, a mediados de mayo, ya daba esta temporada por perdida. “Tengo la creencia y sé que mi talento sigue ahí y no ha desaparecido sin más. Tengo que trabajar duro para volver a la senda correcta”. Pues eso, más tarde que pronto, según la tensión con las que encuerde sus ideas.
La mejor noticia de toda esta historia es la lozanía de nuestros dos protagonistas. Apenas 25 y 21 años condenan a Raonic y Bouchard a aprender de esta nefasta temporada, cada uno con sus dilemas, para volver más fuertes que nunca en 2016. El montenegrino necesita sanear ese maldito pie derecho y recuperar la competitividad de antaño, mientras que en la de Montreal urge un reseteo inminente de su base de datos acompañado de una decisión acertada en la búsqueda de un entrenador que le haga florecer tras la tormenta. Por detrás de ellos, el vacío: Vasek Pospisil es el único canadiense junto a Milos dentro de los 200 primeros; y en mujeres, Eugénie está sola ante el peligro. Saben cuál es su cometido y conocen el camino al éxito, solo la opresión de la responsabilidad recibida podría encallar este entretenido viaje que le dé a Canadá su primer gran campeón, sin olvidarnos del eterno Daniel Nestor. En caso de hundimiento, habría que esperar por el joven Aliassime, la raqueta más joven de la historia (15 años) en cruzar la barrera del top-700. A ver quién corre más.
* Fernando Murciego es periodista.
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