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Del Barça celestial a un Barça terrenal

por el 11 noviembre, 2014 • 19:59

Alves

Casi sin darnos cuenta estamos ya en la tercera temporada tras la marcha de Guardiola del F. C. Barcelona, la cuarta tras la última Champions conseguida por el club azulgrana. Y durante este tiempo ha habido una serie de cambios en el juego culé que conviene repasar para entender mejor la situación actual del equipo. Para empezar es importante comprender que el Barça dominador de la era Guardiola se construyó a partir de un modelo de juego que presenta una diferencia sustancial respecto a otros en cuanto a la relación entre la calidad de la ejecución del mismo y los resultados obtenidos. Mientras en la mayoría de sistemas existe una correlación bastante lineal entre ejecución y resultados, el juego posicional del Barça destaca porque los resultados obtenidos son muchísimo más sensibles a pequeñas variaciones en la calidad de la ejecución del plan de juego.

Cuando el plan se ejecuta a la perfección, como demuestra el bagaje de títulos de la era Guardiola, éste se muestra capaz de someter casi a cualquier rival, y las contadas derrotas parecen accidentes del destino más que incapacidad manifiesta de superar el contrario. Pero cuando no es el caso, cuando el equipo no se planta con suficiente orden en campo contrario, cuando la presión post pérdida pierde algo de coordinación y el rival es capaz de sacar el balón jugado con cierta comodidad, los escasos jugadores situados tras el balón y los enormes espacios a la espalda de los defensas convierten al equipo en un combinado tremendamente frágil, susceptible de caer con estrépito ante cualquier rival con suficiente calidad como para explotar esas debilidades.

La dolorosa eliminación de la Champions contra el Bayern hace dos temporadas es paradigmática de lo que acabamos de exponer, y puede explicar en parte el fútbol del Barça del Tata Martino. No sería sorprendente  que una de las razones que llevaran al rosarino a abandonar el juego de posición fuera justamente la consciencia de la fragilidad de este modelo de juego cuando no es ejecutado perfectamente, combinada con la incapacidad de replicarlo como es debido por razones en las que no entraremos aquí. Así, el debate originado por la pérdida de la posesión en Vallecas, en el que muchos confundieron el juego de posición con la simple posesión del balón, pareció convencer a Martino de que la mejor forma de intentar contentar al entorno sin correr los riesgos de un juego de posición mal ejecutado era usar la posesión del balón no como forma de organizarse y a la vez desorganizar al contrario sino más bien como variante defensiva (mientras yo tenga el balón, no me atacan), recordando por momentos a  la selección española de Del Bosque. Para el ataque se confiaba en la calidad individual de los jugadores, que mediante jugadas aisladas podían resolver el partido en cualquier momento.

De esta forma, el Barça de Martino fue incapaz de enamorar ni de ganar ningún título la temporada pasada, pero no se puede negar que sí fue capaz de competir bien. Tuvo opciones en Liga hasta el último minuto. Se plantó en una final de Copa decidida por la capacidad atlética de Bale y la falta de acierto de Neymar en los últimos minutos de partido. Y en Champions fue eliminado por el Atlético más competitivo de las últimas décadas. Y si bien no pudo imponerse a sus rivales en esos choques decisivos, lo cierto es que tampoco fue claramente superado en ninguno de ellos.

En la presente temporada, Luis Enrique ha sido capaz recuperar para el equipo alguna de sus señas de identidad perdidas (meritocracia, cultura del esfuerzo, presión), pero por el momento no ha podido volver a dominar con maestría el juego de posición. En un principio parecía que el entrenador renunciaba voluntariamente a ese tipo de juego, pues hasta el partido de París este nuevo Barça se caracterizaba por los laterales altos, los interiores muy abiertos, y Messi arrancando y acelerando desde el centro del campo, con dos delanteros situados por delante suyo, más centrados que los extremos de antaño. Todo esto propiciaba un juego de ida y vuelta que dio rédito contra rivales inferiores, pero fue claramente superado por el PSG. El equipo de Blanc identificó las bandas como el punto débil del Barça, y entró por ellas como quiso, penalizando cada pérdida de balón de unos laterales avanzados y sin ayudas por parte de un centro del campo muy disperso.

Después de la experiencia de París, a la hora de plantear el partido de liga en el Bernabéu Luis Enrique pareció querer dar marcha atrás en el tiempo y recuperar el juego de posición. Para ello alineó el centro del campo del reciente pasado glorioso del Barça, situando a Mathieu de lateral izquierdo como Abidal en sus días, y pidiendo a Alves que moderara sus incorporaciones al ataque. Y durante dos fases de la primera parte, la inicial que lleva al gol de Neymar y la que concentra las dos ocasiones marradas por Messi y el propio Neymar, el Barça pareció ser capaz de recuperar el juego de antaño.

Pero en medio ya había habido unos minutos que demostraban que todo era un espejismo. Cuando Marcelo decidió incorporarse al ataque, la banda izquierda del Madrid hizo lo que quiso frente al combo Xavi–Alves–Piqué, mandando balones al área donde Benzemá superaba por alto a Mascherano una y otra vez. Exactamente igual que hizo Di María la temporada pasada en ese mismo escenario, pero con la diferencia que esta vez no hubo hat-trick salvador de Messi. Y cuando el Madrid consiguió el empate, el Barcelona se desmoronó como un castillo de naipes: sin ejecutar bien el juego de posición, y a la vez con un perfil de jugadores en el centro del campo que sufren sin balón, el Barcelona terminó partido y solo la mala ejecución del Madrid en algunos contraataques evitó un desastre mayor.

Personalmente, el partido del Bernabéu sirvió para terminar de convencerme de una realidad que mi romanticismo futbolístico me impedía aceptar: sin un genio en el banquillo y con unos jugadores clave que han bajado su rendimiento con los años, intentar replicar el juego del mejor Barça de Guardiola contra rivales poderosos es suicida, y seguramente no queda más que asumir la normalidad del equipo para poder seguir compitiendo al máximo nivel contra los rivales punteros a nivel europeo.

Y es que con la calidad de la plantilla del Barça, una vez aceptada esa normalidad se puede volver a ser tremendamente competitivo. Desde Madrid, Ancelotti es un ejemplo perfecto de cómo sin ser un genio táctico se puede sacar mucho rédito de una plantilla plagada de estrellas si se dejan de lado los “ataques de entrenador” para concentrarse en plantar un equipo sobre el campo que explote al máximo las virtudes de sus jugadores y disimule sus carencias. O en lenguaje Barça, que Luis Enrique nos permita disfrutar de la que por talento individual seguramente es la mejor delantera del planeta, pero que a la vez reduzca la tremenda fragilidad defensiva que ha mostrado su equipo hasta ahora ante rivales de entidad (y también contra rivales teóricamente inferiores como Celta y Ajax) por culpa de la pérdida total de control en el centro del campo. Y para ello la receta no debería ser copiar mal al Madrid partido de la épica y la pegada arriba (una tentación evidente teniendo a Messi, Neymar y Luis Suárez en el plantel), sino encontrar alguna forma de equilibrio reforzando un centro del campo que se ve arrasado por el vértigo cuando Messi retrasa su posición y acelera la jugada justo donde anteriormente Xavi daba la pausa necesaria para que todas las piezas pudieran colocarse en su sitio.

Si Mascherano sufre defendiendo en el área pero sobresale anticipando, y a la vez, si Busquets ya no se basta para barrer el centro del campo cuando el Barça deja de hacer su juego de posición y de estar bien colocado cuando pierde el balón ¿por qué no juntarlos a los dos por delante de la defensa? Si Piqué puede rendir a gran nivel defendiendo en el área, pero es vulnerable cuando tiene que salir a hacer coberturas ¿por qué no protegerle con Mathieu y Bartra a sus costados? Si el rival encuentra demasiados espacios cuando los dos laterales suben a la vez ¿por qué no jugar con un solo lateral ofensivo manteniendo siempre tres jugadores detrás del balón?

Las respuestas solo puede darlas quien conoce la realidad del equipo por dentro, pero los tumbos que está dando el equipo a nivel táctico en los últimos partidos parecen indicar que por el momento ni siquiera Luis Enrique puede resolver esas dudas. Mientras tanto, el aficionado culé ya puede empezar a plantearse si jugar con un doble pivote en el Camp Nou es sacrílego, o si por el contrario lo importante no es el dibujo concreto del equipo sino la idea de juego. También si se es más fiel a una idea manteniendo un dibujo (el 4-3-3) de forma aparentemente invariable en el tiempo o adaptándolo a la realidad del momento. Y si no se ve capaz de responder, que mire lo que ha ido pasando en Múnich desde hace algo más de un año y valore la multitud de variantes que ha ido ensayando nuestro añorado Guardiola en el Bayern con tal de ajustar sus ideas tanto a los jugadores disponibles como a las características de los rivales. Le ayudará a disipar dudas. Y a aumentar la nostagia.

* Xavier Codina.




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