Del amor a Fàbregas

por JORGE MARTINEZ el 9 agosto, 2013 • 18:11

Hemos pasado años leyendo las ganas locas que tenía Fàbregas de regresar al Camp Nou. El chico de Arenys enviaba cada verano y desde Inglaterra portadas furiosas como epístolas de amor. Era una relación platónica y por lo tanto perfecta. Él era joven e impetuoso, gobernaba con gallardía uno de los equipos más atractivos de la Premier, y el Barça era un conjunto arrebatador, febril si se quiere, que vivía extasiado, siempre al borde del frenesí. Pero a la que el encuentro trocó en realidad se perdió toda la magia, como ocurre con las parejas que se han conocido en el chat de Terra. Al punto de que durante los últimos dos veranos se han vuelto a levantar rumores sobre su retorno a las islas, zanjados ayer, quién sabe hasta cuándo, por el propio Francesc.

El ‘4′ quiso volver a Barcelona cansado de ver a los suyos venga a levantar copas de Europa, que uno lo imaginaba de rodillas frente al televisor, arañando la pantalla con la manita. El famoso entorno culé, la afición y el cuerpo técnico, en plena borrachera de champaña, también exigieron su regreso al grito de “¡más centrocampistas!”, convencidos más que nunca en la idea, que había dejado, en apenas tres años, un reguero exagerado de trofeos.

Para colmo, durante dos o tres temporadas, al bombo le dio por juntar en cuartos a ambos equipos, que Fàbregas salía al campo aturdido, sin saber muy bien a qué portería chutar. Los partidos eran puro espectáculo, con Messi marcando goles como un enajenado mientras el Barça desplegaba la alfombra roja, pero la verdadera historia de aquellos cruces era, precisamente, la cruz con la que cargaba el de Arenys, que le obligaba a transitar por la eliminatoria al trote, con una pena muy honda. Fue un drama hermoso que tuvo su clímax en el Emirates Stadium cuando Cesc, cabreado por el baile que le estaban dando sus amigos (y que inexplicablemente se zanjó con un 2-2), intentó matar al padre sin éxito tirando aquel penalti seco y duro al centro, que marcó pero que le acabó lesionando. Wenger dijo entonces que, si bien reales, las lesiones de su capitán estaban en la cabeza. Al año siguiente, Cesc y el Barça, el Barça y Cesc (que a esas alturas eran ya un todo difuso), se volvían a cruzar y el Camp Nou, sin saber muy bien por qué, le acabó pitando.

En 2011 regresó por fin el canterano, pero la cadencia con la que el Barça ganaba títulos, otrora furiosa y torrencial, perdió fuerza y el juego lustre. Fàbregas no encontraba su sitio y el equipo no terminó de virar del Barça de Xavi a su Barça, al Barça de Cesc. Dos temporadas en las que el centrocampista dejó su huella, sobre todo, en los partidos más alocados. Insuficiente.

De momento, ha sido mejor la espera que el propio acontecimiento. Mientras él no llegaba todo quedaba en deseo. El Barça lo ganaba todo y el Arsenal aún aguantaba en el candelero. España se hizo con la Eurocopa y después con el Mundial, siempre con Cesc de agitador, certero. Entonces Puyol y Piqué le vinieron por la espalda y le enfundaron la elástica blaugrana como si fuese una camisa de fuerza.

* Jorge Martínez es periodista.

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– Foto: EPA