Somos tan sumamente imperfectos que, cada año nuevo que empieza, queremos cambiar la mitad de las cosas que hacemos. Dejar de fumar, beber o comer dulces y empezar a seguir una dieta equilibrada o hacer ejercicio son algunos de los propósitos más repetidos. También se dan con frecuencia otros profesionales, como no dejar la faena para última hora con tanta frecuencia, o sociales, como prestar más atención a quienes nos importan.
Sin embargo, la mayoría de estos objetivos fracasan. Y no es (solamente) por la ausencia de fuerza de voluntad, sino porque el análisis suele ser incompleto. Definimos cuál es nuestra meta y tratamos de alcanzarla sin haber analizado nuestra realidad, las distintas opciones que tenemos ni trazado un plan de acción coherente. Y, claro, lo normal es que fracasemos.
Pensaba hace poco en estas cosas cuando me acordé del Barça, y como es habitual, en estos días no fue un pensamiento agradable. Porque el Barça está peor que el fumador que luego no aguanta sin fumar ni una semana. O, como mucho y siendo muy optimista, está igual. Su meta es ganar títulos, pero no se advierte plan de acción con el más mínimo atisbo de lógica para lograrlo.
Luis Enrique llegó abrazando el liderazgo desde el primer día –lo que hacía falta–, pero de momento ha faltado algo fundamental: liderar consiste en que otros te sigan, y para que te sigan necesitan saber adónde vas. Esta meta puede ser muy distinta, pues en el fútbol existen muchos caminos. Incluso puede ser una variable, como ser imprevisible para los rivales, lo que parece fundamental para el asturiano.
Sin embargo, si no se hace bien puede ocurrir que los propios jugadores se sientan más confundidos que los rivales, como ocurrió contra el PSG. O que Mathieu se sienta perdido contra el Real Madrid en una posición que prácticamente no había ocupado en Barcelona y que supo poco tiempo antes que iba a ocupar. Si el plan es ser imprevisible, los jugadores deben estar preparados para que para ellos no lo sea.
Insisto: no entraremos aquí en el análisis de las distintas opciones. No mencionaremos si es posible ganar a los mejores con los actuales Xavi e Iniesta como interiores del 1-4-3-3 de Messi, Neymar, Suárez y una línea defensiva con carencias. Pero sí que, si ese es el plan elegido, son necesarios ciertos mecanismos de juego que solo se alcanzan mediante la repetición y el trabajo constante. No se puede tratar de volver a eso el día grande tras haberlo olvidado los meses anteriores, desde luego.
Del mismo modo, si se pretende ser un equipo vertical que no elabore demasiado las jugadas para llegar a la portería contraria, hay que estar preparado para las fases en las que toque defender en campo propio. Y hacerlo con solo siete jugadores de campo, algunos de los cuales son bastante endebles en esta faceta, carece de lógica.
Si la estrella del ataque es Messi, no puede ser a él a quien se mueva en función de los otros atacantes. Ni a Mascherano en función de los zagueros, desde el principio defensa (ya juegue de central o mediocentro) más importante para el asturiano.
Con algo tan simple y tan complicado como que Luis Enrique deje claro a sus jugadores cuál es la manera pretendida para ganar a los mejores rivales y el camino elegido (a ser posible razonable) para lograrlo, el equipo tendrá mucho ganado. Sea más vertical u horizontal, más cambiante o permanente, más ofensivo o defensivo. Antes de llegar a un sitio, hace falta saber que se va hacia él y cómo. Veremos si en 2015 por fin se sabe.
* Rafael León Alemany.
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