El verano de 2002 no lo olvidarán fácilmente los seguidores levantinistas. Cuando terminó la temporada 2001-02, el Levante era matemáticamente equipo de Segunda División B. Los granota debían ganar el último encuentro del curso en Soria ante un Numancia que no tenía ya objetivos por los que luchar y esperar una conjunción de resultados que no se dio. El Real Murcia cumplió en La Condomina ante el descendido Jaén, el Leganés hizo lo propio en Albacete, así como el Polideportivo Ejido, que ganó 1-0 a un Racing de Santander que ya tenía plaza segura en Primera División.
En los inicios del nuevo milenio vimos cómo varios equipos, históricos o no, sufrían el castigo de la Federación y descendían de categoría por impagos o por imposibilidad de conversión en Sociedad Anónima Deportiva. Esto fue lo que salvó al Levante de regresar tres años después a la infernal Segunda B. La justicia deportiva mandó al Burgos C. F. a la división de bronce, castigando de nuevo a un club de la ciudad castellanoleonesa, como ya pasara con el histórico Real Burgos. Pero Valencia era una fiesta, y no sólo porque los de Benítez habían ganado la Liga.
La plantilla granota cambió casi de forma radical. Hasta veinte jugadores se unieron al proyecto valenciano durante un mercado estival de locos. La subida de moral que produjo la extraña pero real permanencia en Segunda hizo a la directiva buscar objetivos valientes y atrevidos. Uno de los jugadores más importantes de la plantilla sería durante tres magníficos años Alberto Rivera, que volvía de su experiencia en Marsella para guiar al equipo, acompañado por un jovencísimo Duda, cedido por el Málaga. Los goles serían cosa de Gaby Amato y Edwin Congo. Dos nombres que han dejado diferente recuerdo en el fútbol español pero que con sus cifras hicieron felices a la afición levantinista.
Pero la bomba estaba por llegar y se confirmó una vez acabado incluso el periodo de traspasos. El 2 de septiembre, el Levante hacía oficial el fichaje de Pedrag Mijatovic. Un golpe de efecto que tenía como objetivo animar a sus seguidores y hacerles creer que la aspiración ya no era evitar el descenso, ni siquiera vivir tranquilos en mitad de la tabla. El Levante puso sus miras en Primera División.
La temporada distó muchísimo de la que había realizado el club el curso anterior. Se pasó gran parte de las 42 jornadas luchando por uno de los tres puestos que daban el ascenso directo, incluso lideró la categoría durante algún tiempo (justo hoy hace diez años era líder por encima de Zaragoza y Albacete). El sueño estuvo vivo hasta que visitó el estadio del que a la postre sería campeón de la categoría, el Real Murcia. Aquel día, un gol de Acciari devolvía a los granas a Primera matemáticamente a falta de cuatro jornadas. El Levante era cuarto, el que marcaba la distancia.
Esa derrota alejaba al Albacete, tercero, a ocho puntos a falta de 12 por disputarse. Al final, seis puntos los separaron, pero las bases estaban formadas para el equipo que conseguiría regresar a la élite futbolística cuarenta años después de la mano del gran Manolo Preciado. Ayer, ese mismo club entraba en los dieciseisavos de final de la Europa League en su primera participación en una competición europea. Un equipo de currantes, sin demasiadas florituras, que dejó con la boca abierta a toda España el año pasado. Jugadores comprometidos con la causa, sabedores de sus limitaciones y capaces de explotar al máximo sus virtudes. Ese es el Levante, el EuroLevante.
* Jesús Garrido es periodista.
– Fotos: Levante – EMV
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