"Hay que recordar que quienes escriben para los imbéciles siempre tienen un numeroso público de lectores". Arthur Schopenhauer
Servidora, manchega cuarentona, defensora del atascaburras y el ajo de mataero, sigue emocionándose, sin embargo, con las buenas maneras y la educación. Estos días, estas últimas semanas, desde que se supo que la final de la Europa League la disputarían el Athletic de Bilbao y el Atlético de Madrid, esa misma manchega cuarentona oye hablar a Simeone de Bielsa y se siente estupendamente. Esa, que soy yo, y que desde que se acuerda es colchonera y no sabría ser otra cosa, está mejor de ánimo rojiblanco desde las pasadas Navidades. Lo está desde que le sonó el móvil y alguien le contó que el Cholo iba a entrenar al equipo y lo estará, pase lo que pase el miércoles en Bucarest, porque es el Cholo el que entrena a su equipo.
Como jugador, Diego Pablo Simeone llegó al Atlético de Madrid en 1994 y el primer partido que disputó con aquella camiseta tan grande que se llevaba entonces, zas, se perdió. Acabado el encuentro, entró al vestuario y le pegó tal bronca a sus compañeros que, como cuenta entre risas, estuvo tres meses sin que le llegara un balón. Ya dejaba claro que aquello le importaba y que su implicación iba más allá de los plazos de su contrato. Un tormento a veces insoportable para el contrario, sí. Una bendición cuando está de tu parte y el Cholo lo estuvo de la nuestra. “Yo me ocupo” parecía decir siempre.
Hace dos veranos nos lo encontramos en la puerta de embarque del avión que nos llevaba a Mónaco. No les voy a negar la emoción que me produjo verle. Dios mío, está ahí el Cholo, ay Señor, que me traigan una manzanilla. Se pasó la espera hablando con los aficionados como un aficionado más. Infinitamente más pendiente de responder a preguntas sobre las alineaciones y las tácticas, mucho más pasional recordando goles y pifias y ratos y anécdotas, muchísimo más relajado pasando por uno más y no por un jugador de los que hacen historia.
“Yo me ocupo” parece decir ahora. No hay más que verle celebrando los goles o maldiciendo los errores desde el banquillo, no hay más que escucharle hablar de los jugadores, del club, de la camiseta, de la afición, no hay más que percatarse de su transformación. Diego ya no es un jugador, aquel jugador. Ahora es el entrenador de un equipo que siente desde entonces como suyo. “Yo me ocupo”. Le dejaría sin dudar mi monedero. Es Simeone, primera persona del plural.
* María José Navarro es periodista. En Twitter: @MaryjoeJarl
– Foto: Arturo Rodríguez & Daniel Ochoa de Olza (AP)
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