La mayoría de los altos directivos de las empresas son futboleros. Se muestran encantados cuando les invitan a un palco privado en cualquier estadio y suelen hablar con sus empleados de los partidos del fin de semana. Es más, en ocasiones estas son las únicas ocasiones en las que se dirigen a ellos de forma amistosa, más allá de órdenes directas o reprimendas.
Muchos de ellos, además, alaban las virtudes del deporte cuando los equipos funcionan, pero no han sido capaces (motu proprio o con ayuda externa) de trasladar a sus compañías aquello que vislumbran de manera tan cristalina sobre un terreno de juego.
Ocurre, sin embargo, que cuando alguien les plantea trasladar un campo al otro lo consideran una gran idea, pero son reticentes si no viene precedido de una figura masculina. Los hombres suelen sentirse más cómodos entre ellos, por cuestión de códigos de conducta, y pese a encontrarnos en el siglo XXI no dejan de percibir a una mujer como un elemento extraño dentro de determinados temas.
Tuvo que ser la psicóloga Patricia Ramírez quien rompiera esa barrera convirtiéndose en la primera profesional en pisar un vestuario de Primera División, y en ese modelo se miró Lucía Barrachina para dar un giro a sus propuestas profesionales.
Pese a haber estado siempre vinculada al mundo deportivo, se le resistía una metodología que hiciera entender de manera sencilla e intuitiva a los empresarios lo que quería transmitirles para fomentar la productividad y el bienestar en sus empleados. Hasta que encontró cinco sencillos puntos que, rescatados desde el balompié, comenzaron a mostrar su efectividad y a abrirle cada vez más puertas.
La valenciana apuesta por este medio decálogo para sacar del síndrome burn-out a las plantillas, tan presente incluso entre aquellos que trabajan en algo que en teoría les apasiona: el autoconocimiento para encontrar el lugar de mayor rendimiento, el establecimiento de objetivos, la capacidad de generar concentración, la mejora a través de la formación y la toma de decisiones propias.
El primer punto es muy acusado en el llamado Principio de Peter, que dice que uno va ascendiendo hasta encontrar su nivel máximo de incompetencia. En este sentido, el paralelismo es sencillo: como el de un mediocentro con gol que detecta que faltan delanteros en su equipo y que hay menos competencia en ese puesto, por lo que apuesta por jugar ahí y se convierte en indiscutible (Lafita en el Deportivo, por ejemplo). A nivel laboral ocurre lo mismo: quizá te ofrezcan un ascenso para el que no estás preparado y corras el riesgo de salir a corto plazo o incluso seas capaz de encontrar un área inexistente a día de hoy, pero que puede ser productiva en un breve espacio de tiempo por las tendencias del mercado.
El segundo depende del jefe como lo hace del entrenador. Once futbolistas difícilmente sabrán qué hacer por sí mismos. Hay que ponerlos en su sitio, entrenar movimientos, analizar las posibilidades reales, dar un plan de trabajo y establecer un objetivo claro y accesible (permanencia, Europa League, Champions). Lo mismo ocurre en la oficina. La parte de arriba de la pirámide debe saber y hacer saber hacia dónde va la empresa y qué debe hacer cada uno de manera específica para conseguir llegar hasta allí en el plazo marcado.
El tema de la concentración es mucho más importante de lo que se cree. Los profesionales del deporte no solo se encierran en un hotel 24 horas antes de un partido, sino que están exigidos al máximo en las dos horas que dura un entrenamiento. Pero en la vida real, uno, por mucho que quiera ser efectivo, se encuentra con reuniones, interrupciones de los compañeros, llamadas, WhatsApp… El día a día es hoy muy complicado de gestionar y el rendimiento de las personas baja de forma evidente, por lo que deben establecerse unas pautas entre las que incluso podría incluirse el teletrabajo.
A pesar de ser profesionales, los futbolistas deben seguir mejorando año a año. Para ganarse la titularidad, para cambiar a un equipo más grande, para llegar a la selección o para jugar un mundial. Y lo consiguen jugando partidos de responsabilidad y sumando entrenamientos específicos para sus cualidades. En las empresas, sin embargo, apenas se fomenta la formación, el verdadero entrenamiento de sus integrantes. Y una persona que entró hace diez años puede tener, al margen de su experiencia, los mismos conocimientos que en 2005. Que hoy, dicho sea de paso, suelen servir para bien poco.
Y la última establece un curioso juego derivado de las guerras internas que solemos ver entre estrellas que cobran más que sus técnicos y que acaban forzando su destitución. En un trabajo normal, el escalón más alto siempre percibirá un salario mayor que el más bajo y deberá ser quien tome las decisiones, pero si todo debe pasar por ahí, ralentizará la marcha del negocio y evitará que el talento de los de su alrededor florezca. Es por ello que se incide, y mucho, en la confianza y en la necesidad de que los mandos intermedios tomen sus propias decisiones. Aunque para ello, como hacen los entrenadores, haya que darles unas pautas muy claras. Como dijo Bilardo: «Yo pongo a los once y saben perfectamente lo que tienen que hacer. El problema es que luego no paran de moverse».
El fútbol y la empresa. Algo que siempre ha estado unido pero que nunca ha sabido aprovecharse en beneficio propio. Y que, con los profesionales, las formaciones y las necesidades del siglo XXI, vuelve a demostrar que el deporte es el arma más efectiva para afrontar cualquier tipo de situación en la vida.
* David Blay.
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