"Hay que recordar que quienes escriben para los imbéciles siempre tienen un numeroso público de lectores". Arthur Schopenhauer
Han pasado ya más de ocho meses de aquella imponente exhibición de Falcao sobre el césped del Estadio Nacional de Bucarest. Una escena, la del Tigre bailando con temblorosos leones y sacudiendo la red de Iraizoz, parecía repetirse perpetuamente en la mente de todo aficionado al Athletic, incapaces de sacudirse aquella pesadilla desde entonces. Apenas hubo alegrías después. Otra final, otro fracaso ante el crepuscular Barcelona de Guardiola, y el comienzo evidente de un proceso de autodestrucción.
Marcelo Bielsa, desde su llegada al Botxo, había guiado al Athletic en un viaje cargado de valores, sentimentalismo y buenas intenciones; alimentado de partidos memorables como el liguero de San Mamés frente al Barcelona, o la eliminatoria contra el Manchester United, con más de 8.000 seguidores vascos botando en las gradas del Teatro de los Sueños. Episodios maravillosos de una temporada mágica. Un sueño en sí misma, de trágico final.
Antes de las vacaciones veraniegas, con el vivo escozor de la segunda final errada, Bielsa convocaba a los suyos en Lezama. La charla del vestuario, aireada de forma lamentable meses después, es durísima y ejemplar. El rosarino, herido en su locura y dolido por el sangrante final de temporada, declara a los suyos estar “avergonzado”, e insta a sus jugadores a sentir el mismo rubor por “no estar a la altura de la ilusión generada”, por “haber decepcionado a un pueblo”. La charla sobrecoge y sólo se entiende desde la magnitud, grandeza y complejidad del personaje.
Es fácil, dadas las circunstancias, imaginar a un Bielsa preocupado en temporada estival, masticando todavía el fracaso, ansioso por redimirse y volver al trabajo. Y pronto se escuchan noticias suyas: en sus prisas, arrasa con los obreros que trabajan en Lezama. Y se siguen agrietando las relaciones, el dulce sueño del pasado ha tornado de forma definitiva en pesadilla. Más aún cuando se conoce el deseo de Javi Martínez y Fernando Llorente por hacer las maletas… Pocos veranos más tormentosos se recuerdan en Bilbao.
Confusos, como cuando te deja tu pareja y la tratas de embaucar con los bellos pasajes del pasado… sin aparente esperanza: “He dejado de sentir lo mismo que sentía antes. Ya no te quiero”, te suelta. Perdura el cariño, pero no hay amor. Algo así debió suceder con Bielsa. Sus jugadores y su parroquia de creyentes compartían un sentimiento, una duda: la relación fue demasiado pasional y el desgaste, devastador. Demasiadas emociones recorridas a mil por hora.
Por si fuera poco, el refugio meramente futbolístico desalimentaba aún más las razones de los creyentes más arraigados. El Athletic mostraba una fragilidad e irregularidad preocupantes. Derrotas dolorosas, como el 4-0 en el Calderón (hat trick, por si fuera poco, de Falcao) o la del derbi vasco en Anoeta por 2-0, por no hablar de la insulsa decepción europea. Y lo peor de todo es que los resultados no eran sino un fiel reflejo de un juego mucho más pobre y endeble que el del pasado. Los hercúleos leones habían devenido en jugadores de zancada plomiza y fatiga prematura. Motor y depósito, innegociables en un equipo de Bielsa (“Yo siempre les digo a los muchachos que el fútbol para nosotros es movimiento, desplazamiento. Que hay que estar siempre corriendo. A cualquier jugador, y en cualquier circunstancia, le encuentro un motivo para estar corriendo”).
Así continuó avanzando la temporada; en un ambiente enrarecido, como cada vez que Fernando Llorente sale a jugar entre pitos y abucheos; y con una frialdad habitual en San Mamés que sobrecoge teniendo en cuenta la temperatura alcanzada el pasado año. Sin pena ni gloría. Buscando algo en lo que creer. Y ese algo puede que llegara el pasado domingo frente al Atlético, sí, otra vez.
El 3-0 es sintomático, pero las sensaciones aún más. San Mamés honró a un equipo entregado, obcecado en escapar de esa pesadilla que les horroriza desde el pasado mes de mayo. Los leones recuperaron las señas de identidad de la pasada temporada y soltaron un partido memorable ante un rival terrible. Un cuerpo a cuerpo brutal, intenso y caliente; propio de quien se tiene ganas. El Athletic clamó venganza y consiguió el sentido premio del aplauso de su afición. La misma con la que el Loco todavía se cree endeudado. Inflexible, Bielsa exprimirá a sus jugadores hasta que devuelvan a San Mamés el dulce sueño quebrado. Entonces se olvidará de esta pesadilla y podrá gritar “¡¡¡Athletic, Carajo!!!”.
* Diego Tejerina es periodista y ex futbolista.
– Fotos: Athletic Club
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