"Volved a emprender veinte veces vuestra obra, pulidla sin cesar y volvedla a pulir". Nicolás Boileau
El fichaje de David Villa por el Atlético de Madrid fue tan inesperado como dudoso. Es cierto que en cuanto a la operación económica, tanto el conjunto rojiblanco –paga este año sólo dos millones más ficha– como el F. C. Barcelona –se ahorra casi trece millones de euros en el sueldo del jugador– salen ganando, pero el caso se traslada más al apartado puramente futbolístico. ¿Volverá a ser el jugador que era? ¿Será capaz de hacer olvidar a Radamel Falcao?
El problema principal que se puede vislumbrar en la llegada del Guaje al Manzanares es la edad y el estado físico. Cerca de los 32 años y lejos del nivel de juego que mostró en Zaragoza, Valencia o su primer año y medio con el Barça. La terrible lesión que sufrió en el 2011 le privó de seguir disfrutando del verde del terreno de juego y la impresionante disputa que en el equipo de la Ciudad Condal existía –y existe– por formar parte de un once titular escandaloso terminó por acabar con un David Villa que, aunque fue el segundo máximo goleador la temporada pasada tras Leo Messi, no mostró el nivel requerido para ser titular en un equipo tan competitivo.
Aterriza en el Vicente Calderón y, junto a él, cientos de goles marcados en sus años anteriores y una promesa: volver a ser el que era, primero físicamente, de la mano del profesor Ortega, y después intentar que la hinchada colchonera no eche la vista atrás para echar de menos a un colombiano que llevaba el ‘9’.
Esa no será una tarea fácil. Salir con Radamel Falcao al campo era estar equipado con una espada manufacturada en la ciudad de las tres culturas, tremendamente grande y puntiaguda con un veneno mortal al final de ella que provocaba la muerte al contacto con ella. Perfecto para el enfrentamiento de cuerpo a cuerpo. El David Villa actual es ese arquero que desde la distancia se dispone a lanzar flechas a sus adversarios, pero que en el cara a cara pierde eficacia.
Su llegada sería aún mejor si viniese acompañado de la mano de un mediocentro organizador. Y sería perfecta si el resto de sus compañeros no le dejasen sólo en la misión por la que vive el fútbol: marcar goles.
Decir algo del máximo goleador de la historia de la selección española es quedarse corto. Sus números hablan por él: 326 goles en 651 partidos como profesional de club y 56 tantos con la camiseta de la selección española puesta. Campeón de todos los títulos posibles como profesional –salvo la Copa Confederaciones– y cuatro veces trofeo Zarra de la Primera División. El bagaje de este futbolista es simplemente espectacular.
Pero su presente y futuro se vive con incertidumbre. Mientras el Atlético realizaba una gira por Sudamérica, él, junto a otros compañeros, se quedaba en Madrid para coger el mismo tono físico que el resto. Y en su debut se vio a un David Villa eléctrico, con ganas de agradar, conectado a sus nuevos compañeros. Con algunos ya tiene una relación especial, como es el caso de Óliver Torres o Adrián López. Marcó y decidió el partido. Limpiando las telarañas de la escuadra de la portería de la U. D. Las Palmas. Como en los viejos tiempos. Como en Wembley.
La liga ya está en el horizonte más cercano, con una Supercopa con olor a venganza entre medias. ¿Ser el de antes o un nuevo rol? ¿Error o acierto? El balón marcará las diferencias, pero de momento el caso Villa para la afición del Atlético de Madrid, no existe. Tienen a su nuevo ‘9’ y no lo cambiarían por nada del mundo.
* Imanol Echegaray García.
– Foto: Ángel Gutiérrez (Atlético de Madrid)
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