Un enfrentamiento del calibre de un Real Madrid-F. C. Barcelona suscita siempre un gran interés entre los amantes del fútbol. Por la calidad de las plantillas, por los técnicos que las manejan, porque la transcendencia anímica del choque va más allá de los tres puntos en juego. Pero para los que intentamos comprender lo que ocurre sobre el terreno de juego más allá de lo evidente, la ocasión presentaba alicientes adicionales por las incógnitas que planteaban ambos equipos antes del encuentro. ¿Jugarían los tocados Messi, Rakitic, Benzema y Sergio Ramos? ¿Quién les sustituiría si no lo hacían? ¿Cómo condicionaría esto el planteamiento de los dos entrenadores? ¿Saldría el Madrid a presionar arriba? ¿U optaría por un repliegue más bajo? ¿Apostaría Luis Enrique por un intercambio de transiciones? ¿O intentaría dominar el juego?
Una hora antes del partido se conocieron las alineaciones: Benítez sorprendía renunciando a Casemiro y saliendo con toda su artillería arriba, una alineación muy parecida a la que hace un año avasalló al Barça en la primera visita de Luis Enrique al Bernabéu como técnico del Barcelona. Esta temporada, los Cristiano, Benzema, Bale y James solo habían podido coincidir contra el Real Betis (jornada 2) por culpa de las lesiones, pero ese único partido ya había servido para demostrar lo que podían hacer si se les dejaba asentarse en la cancha contraria. Por su parte, el Barcelona apostaba por el que terminó siendo su once de gala el curso pasado, con la salvedad de la entrada de Sergi Roberto por un Messi todavía falto de rodaje tras su lesión. El panorama quedaba mucho más claro: ambos equipos estaban diseñados para tener el balón, por lo que el partido estaba destinado a decidirse a favor del equipo que consiguiera el dominio del cuero y, con él, del juego, condenando al rival a perseguir sombras.
En clave azulgrana, esto implicaba encontrar la forma de superar la presión alta que tanto le había incomodado en su anterior visita al feudo blanco, pero también en partidos de la presente campaña como el de Balaídos. Una pérdida de balón en la salida sería gravemente penalizada (en lo que llevamos de temporada, el Real Madrid ha marcado casi la mitad de sus goles en casa tras recuperaciones de balón en campo contrario), mientras que el abuso del juego en largo facilitaría a los blancos asediar el área azulgrana con toda su artillería ofensiva. Luis Enrique tenía las ideas claras, y diseñó un plan para llevarlas a cabo.
A diferencia de otras ocasiones, cuando el Barça salía desde atrás los laterales se mantenían a menor altura, muy abiertos, mientras que Busquets e Iniesta se ofrecían por dentro. De esta forma los centrales siempre tenían opciones de pase fácil porque el espacio que tenían cubrir los atacantes rivales era demasiado grande. Y en caso de duda, siempre quedaba la opción de apoyarse en un Claudio Bravo que ejercía de pivote para garantizar una superioridad numérica que anulaba totalmente los intentos de presión blanca. Es cierto que la mayoría de esos pases no batían líneas, pero tampoco suponían riesgo alguno de pérdida, y en su concatenación terminaban consiguiendo que los jugadores del Madrid desajustaran su posición y permitieran ahora sí ese pase vertical (preferentemente a Iniesta) con el que el Barça ya se asentaba en campo contrario.
El proceso se repetía después unos metros más arriba, pero con todavía más facilidades. Como ni Benzema, ni Cristiano Ronaldo ni Bale seguían la jugada cuando el Barcelona había superado sus descoordinados intentos de presión, el centro del campo azulgrana solo tenía que mover el balón sin arriesgarlo, dando un pase atrás cuando fuera necesario, hasta que Modric o Kroos cayeran en la trampa, salieran de su posición y regalaran un goloso espacio a su espalda que ni Sergio Ramos ni Varane podían achicar por culpa de la amenazadora presencia de un inconmensurable Luis Suárez.
La jugada del 0-1 es el mejor resumen posible de lo que acabamos de describir. Secuencia de pases de más de un minuto donde intervienen todos los jugadores de campo del Barcelona. Cuando no se puede progresar, pase atrás para volver a intentarlo, hasta que Kroos y Modric pican el anzuelo, salen a por Busquets y regalan su espalda a Sergi Roberto para que este inicie la diagonal final. Sergio Ramos también pica y sale a por él, regalando a su vez la espalda a Luis Suárez, que no perdona.
Si el desempeño azulgrana era ejemplar en ataque, no lo era menos en defensa. Sin balón, el Barça replegaba cerca de la medular con dos líneas de cuatro muy juntas y solo Neymar y Suárez arriba. Sin hombres libres ni líneas de pase claras, los centrales blancos no sabían qué hacer con el balón hasta que Modric bajaba para ofrecer una primera salida que siempre era presionada por Luis Suárez. Cuando la presión tenía éxito, la recuperación del balón posibilitaba una transición rápida como la de la jugada del segundo gol. Cuando eso no sucedía, el buen posicionamiento de los culés por detrás del balón provocaba que en la mayoría de ocasiones los jugadores del Madrid terminaran partidos en una especie 5-5 que condenaba a los de arriba a perder la posesión por encontrarse rodeados de rivales. El resultado: un solo disparo a puerta del equipo de Benítez en el primer tiempo y una sensación de manifiesta incapacidad para generar peligro a pesar de la calidad de los jugadores. El mapa de calor de Benzema es significativo: determinante el año pasado, el sábado prácticamente solo tocó balón para sacar de centro.
Sergi Roberto también destacó en la faceta defensiva. Si en el duelo de la temporada pasada Marcelo, Isco y Cristiano Ronaldo entraron una y otra vez como un cuchillo por la banda que defendían Messi, Xavi y Dani Alves, esta vez el carril derecho azulgrana fue un seguro, en buena parte por la participación del canterano, que se incrustaba como cuarto centrocampista por la derecha a la hora de defender. Sergi Roberto siempre aguantaba a Marcelo, sin entrarle, hasta recibir la ayuda de Rakitic, por lo que el lateral madridista no podía superarle con un regate para generar superioridad contra Dani Alves. Además, el brasileño del Barça mantuvo siempre su posición y sirvió de apoyo por detrás del balón en las combinaciones de ataque, sin proyectarse en profundidad, de forma que en ningún momento regaló su espalda cuando los azulgrana no tenían el balón. El Barcelona consiguió desactivar la que había sido una de las principales bazas ofensivas de los blancos en sus enfrentamientos del curso anterior.
Y por detrás de ellos, un Claudio Bravo soberbio bajo palos que con sus intervenciones en el segundo tiempo impidió que el Madrid recuperara algo de esperanza para volver a engancharse al tren del partido.
El posicionamiento medio y los mapas de calor de ambos equipos reflejan a la perfección cómo el orden azulgrana (4-3-3 de libro con Sergi Roberto cayendo al centro) se impuso a un Real Madrid partido y con muy mala ocupación de las bandas. Mientras que los blancos apenas generaron algo de juego donde se juntaron Modric y James, los azulgrana penetraron como cuchillos por los carriles de los interiores y, en menor medida, también por fuera.
En resumen, si a pesar del triplete del curso pasado a Luis Enrique a veces se le había reprochado (no sin razón) haber construido un equipo de jugadas, que se imponía por la pegada que le da la increíble calidad de su tripleta atacante, después del partido del sábado es de justicia reconocerle que la exhibición azulgrana se fundamentó en el juego. La sensación de aplastamiento, de infinita superioridad, no se dio tanto por el resultado como por el dominio absoluto del Barça. Un dominio fundamentado en la pizarra y en la apuesta por lo que ha sido la esencia del futbol del Barcelona en los últimos años: generar superioridades en el centro del campo, jugar con el compañero próximo para buscar al lejano, atraer rivales para generar hombres libres a su espalda. El abecé del juego de posición interpretado a la perfección, sobre todo por Iniesta en el manejo de los tiempos y por Sergi Roberto en la utilización de los espacios. Los canteranos tocando el violín con tanto virtuosismo que el equipo pudo permitirse exhibirse ante el máximo rival con Messi disfrutando desde el banquillo y Neymar participando mucho menos de lo que lo venía haciendo en ausencia del rosarino. La orquesta que dispone de los mejores solistas dio su mejor recital con un juego coral. El Barça de los delanteros deslumbró más que nunca cuando volvió a ser el de los centrocampistas.
* Xavier Codina.
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