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Creer

por el 12 marzo, 2013 • 11:28

Hace sólo un mes, el Barça de Tito era el equipo que había hecho la mejor primera vuelta historia de la historia de la Liga, habiendo ganado cada punto merecidamente. Hace sólo un mes, no había habido un partido en el que el Barça no hubiera competido hasta el final. Hace sólo un mes, el Barça fue mejor que el Real Madrid en el Bernabéu. Sí, a los blancos les faltaban tres hombres fundamentales, pero resultó que el rendimiento de dos de sus sustitutos fue superior. Meses atrás, siendo al Barça a quien faltaban sus centrales, tampoco fue peor que el Madrid. Tampoco en la Supercopa, pues no fue menor el repaso dado por el Barça al Madrid en el Camp Nou al que sucedería en el Bernabéu a la inversa.

Pues bien, hace sólo un mes, el Barça había sido mejor que prácticamente todos y no inferior al rival más complicado que pueda encontrar. No era un equipo perfecto, claro. Encajaba muchos goles, pero marcaba aún más. Tenía altibajos en el juego, como no hay equipo en el mundo que no los tenga. Pero competía siempre y, por encima de todo, creía. Creía en sus posibilidades y en su estilo de juego hasta el último aliento. No en vano se convirtió en el Barça de las remontadas cuando las victorias no eran tan claras, y ello no fue chutando desde 30 metros ni colgando balones a un nueve alto, conviene recordar. Pese a que seguramente tuviera más motivos para dudar, el Barça de Tito creía en sí mismo más aún que el de Pep.

Pero llegó la Champions. Tocaba visitar un estadio de infausto recuerdo en el que se encontraría con una muralla extremadamente compacta plantada encima de un patatal. Entre esto y el runrún de la debilidad defensiva, de que con la misma no se podría competir en Champions y demás teorías no contrastadas, el cuerpo técnico decidió que ese equipo que tanto creía en sí mismo, por un día, se convirtiera en uno distinto. En uno parecido a la España posesivo-defensiva de Del Bosque, cuando el giro del modelo guardiolista efectuado en Can Barça había sido el opuesto. Minimizando cualquier riesgo aunque de manera cuestionable, como reduciendo la presión alta para tratar de evitar una situación de mayor exposición ante un temido pelotazo. Podía haber salido bien, claro. Hasta las posibles manos de Zapata, el 0-0 que ondeaba en el marcador hacía justicia a lo que se había visto en el campo. Y haberse marchado con este resultado de Milán –el que se dio en la ida de la eliminatoria de la temporada pasada entre los mismos equipos–, no habría sido en absoluto negativo. Pero llegó el gol de Boateng y los culés no supieron en qué creer. Echaron más en falta que nunca a su líder, no sabiendo encontrar un nuevo plan ahora que el marcador era adverso. Y es que no estaban preparados para ejecutar el plan que sienten como suyo. O, tal vez, no supieron si era el que correspondía. En cualquier caso, mostraron una fragilidad anímica desconocida cuando, este curso, se habían caracterizado por una fortaleza incluso mayor en este aspecto.

Y en estas, con un incómodo Sevilla entre medias, llegó el Madrid. Esta vez no se especularía, no se trataría de ser un equipo distinto. Con esta idea claramente asimilada en la previa, el Barça protagonizó un grandísimo inicio de partido. Sin embargo, en la primera ocasión que concedió, penalti y gol. Y vuelta a las dudas. A pensar en la mayor vulnerabilidad defensiva que causa la verticalidad, a no ir a presionar por el pánico al pelotazo… En definitiva, a no creer en lo que son, siendo por tanto un equipo desnaturalizado. Desnaturalización que no cambiaría en el siguiente Clásico en el Bernabéu pese a enfrentarse a un equipo plagado de suplentes. Las dudas generadas por la fragilidad defensiva volvían a hacer que se dudara. Que se perdiera. Que se consumaran los peores resultados del Barça en muchos años, acompañados además de las peores sensaciones. Sobre todo, la más clara y contundente, que habían dejado de creer.

Pudiera parecer que se sobrevalora la importancia de creer en lo que se hace. Pues bien, por mucho que insista en la misma, pecaré inevitablemente de lo contrario. Porque un planteamiento regular en el que los futbolistas creen a pies juntillas es mejor que el planteamiento teórico ideal si los mismos no creen en él. Porque las tácticas, las consignas, las ejecutan personas inevitablemente condicionadas por sus sensaciones subjetivas. Por mucho que nos detengamos en aspectos tácticos, la principal razón del éxito o del fracaso de los mismos es la fe que se tenga en su idoneidad. Porque el mayor mérito de Guardiola fue convencer a su equipo de que, por infinidad de metros que quedaran a la espalda de sus centrales, si atacaban bien no sufrirían en defensa. Y, a partir de ahí, de creérselo, surgió todo lo demás. Porque lo que hizo del Barça de Tito un equipo imparable fue la convicción colectiva de que las fortalezas eran mayores que las debilidades, por lo que ahondando en esas fortalezas serían más fuertes pese a la existencia de las debilidades.

No obstante, la situación actual es la que es. Los malos resultados –y la manera de la que han sido cosechados– hacen difícil que el equipo crea en su plan, especialmente si se da alguna circunstancia adversa. Y contra el Milan, a no ser que se consiga ir ganando en el 30’ y, como mínimo, igualar la eliminatoria en el 60’, cada minuto que pase será en sí mismo una circunstancia adversa. Por ello, seguramente no basta con pedir a los jugadores que vuelvan a ser ellos mismos, que jueguen a lo que saben de la manera exacta de la que lo venían haciendo hasta hace un mes, pues cualquier contratiempo podría provocar que se volviera a dejar de creer.

Es este, y no otro, el motivo principal de la necesidad de variantes tácticas. La dotación al equipo de nuevos estímulos mediante los cuales vuelva a creer en su plan, el cual seguirá siendo el mismo pese a que varíe el nombre y/o la posición de algún intérprete. Sentir que, después de haber fracasado de una manera, se ha retocado la misma con la inclusión de nuevas soluciones se antoja clave para que el equipo vuelva a creer. Vuelva a creer en que juntándose son mejores que haciendo la guerra por su cuenta; en que cada pase y cada conducción se realizan con una finalidad específica; en que el balón ha de circular rápido; en que el portero inicia el juego desde atrás; en que se trata de recuperar el balón por todos los medios en cuanto se pierde; en que no hay gol o circunstancia adversa a la que no puedan sobreponerse haciendo lo que mejor saben: jugar al fútbol. Encontrar la tecla para que el equipo vuelva a creer se antoja clave para conseguir la remontada histórica que le falta a esta generación.

Las variantes tácticas en las que puede consistir la misma, así como la manera de que Messi pueda volver a decidir han sido analizadas en profundidad en el ExtraSemanal del Club Perarnau.

* Rafael León Alemany.


– Fotos: vayagif.com




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