1.- «El Málaga jugó lo que le dejamos». Siete palabras para definir un partido. Toda la globalidad del mismo resumida por Moutinho, que además fue el reflejo de lo que significó la primera parte de la batalla entre Porto y Málaga. Pellegrini reconoció después del partido que el caudal ofensivo de su equipo fue malo, pero el mérito del Porto fue total: planteamiento, matices durante el partido e intensidad. Pérdidas sin riesgo y presión altísima tras pérdida. Pereira ganó la batalla a Pellegrini, ojo, a partir del balón.
2.- El encuentro parte de una base compleja para el Málaga, que el técnico chileno tendrá que observar y, con toda probabilidad, replantear: Isco en la izquierda y Joaquín en la derecha. Rigurosamente abiertos y anclados para controlar a Danilo y Alex Sandro, que estuvieron 90 minutos fijando como extremos. La distancia entre los dos máximos generadores del Málaga fue vital para el desarrollo. Ninguno se atrevió a abandonar su zona y distanció al Málaga de su esencia. Ni Baptista ni Iturra-Toulalan fueron capaces de dar cohesión. A ello hay que sumar la presencia de Santa Cruz en lugar de Saviola, un elemento muy débil lejos del área.
3.- El debate sobre la posesión de balón es absolutamente inocuo y facilón por su tendencia a pensar que asegura algo cuando no es cierto. Bueno sí, el balón. Pero, en principio, solo eso. El Porto generó mayor posesión, pero trascendente en todos los casos. Con los laterales a la altura de Moutinho y Fernando suelto, con más vuelo del habitual, el Porto se fue liberando y ocupó todos los espacios del campo. Obligó al Málaga a defender ancho y a correr constantemente en vertical y horizontal. Siempre detrás del balón. Moutinho tomó el metrónomo y distribuyó con una enorme frecuencia de primeros toques. Mientras, Jackson Martínez fijó y ganó todas las batallas físicas a Demichelis y Weligton.
4.- Pellegrini suele usar a Portillo como escalón hasta la media punta. Y Joaquín e Isco de interiores penalizan la salida. Además, el Málaga ya demostró en La Rosaleda contra el Milan que las presiones altas le duelen a más no poder. Le niegan el inicio y obligan a Isco (sobre todo a él) a recepcionar muy escorado o muy lejos de su zona de influencia. Al equipo de Allegri le penalizó su sentido colectivo y defender con cinco, pese a su buena idea. El Porto es mucho más. Eliminó de una tacada la tenencia y expuso a Mangala y Otamendi (dos correctores de mucho nivel) a la posibilidad de rupturas a la espalda. Ni una. Ni un problema: líneas juntas, cero espacios, robos rápidos y control absoluto del juego.
5.- Pereira sorprendió con Izmailov. Tal vez la tercera variante tras Atsu y James (aún necesitado de ritmo de partidos tras la lesión). Ante todo, el ruso fue molesto. Se movió especialmente hacia dentro, aunque partiera desde la banda izquierda. En la primera parte no hirió en exceso porque Sergio Sánchez bascula bien hacia dentro -a menudo demasiado-, pero su presencia en la derecha coincidió con el gol del Porto. Durante unos minutos, arrastró a Antunes hacia dentro y llamó la atención de Weligton. Arañó y obligó a recular. El Málaga no supo gestionar los espacios en el centro del campo, donde fue del todo superado. Aun así, defendió con sobriedad.
6.- Moutinho. En el espacio, con balón, con ritmo y con pausa. Remató llegando en una ruptura magistral, a pesar de estar levemente adelantado. Su partido fue para saltar a un grande. Adrián Cervera, técnico del Marbella, lo catalogó como «uno de los mejores jugadores del mundo en los momentos sin balón». Incluso en la transición defensiva es un jugador que, pese a su aparente liviandad, roba una gran cantidad de balones.
7.- La presión tras pérdida del Porto fue sensacional. Propiciada por el orden de la posesión, siempre ubicado en el espacio libre, pero válido. La sensación de solidez colectiva fue máxima y el trabajo de Lucho, Moutinho y Fernando por dentro, así como Izmailov y Varela por donde el Málaga menos sale, fue soberbio. Ni una salida limpia.
8.- El partido, en general, nace también de los laterales altos, técnicos y listos y de la superioridad física global del equipo. Pereira permitió a los suyos transitar hacia delante con más o menos metros. Jackson, que realmente asustó a Demichelis-Weligton ensució esa salida. Siempre obligaba a un pase acelerado y de bastantes metros para lo que acostumbra el Málaga, que a nivel individual no brilló, aunque fue el dominio táctico del Porto el que ofreció la sensación abismal de superioridad.
9.- El duelo de técnicos merece una mención especial. Pellegrini planteó un once extraño. Baptista y Santa Cruz es una pareja que chirría y no favorece al contexto que prefiere el Málaga. Son dos jugadores que, por tendencia natural, conducen más de la cuenta y ralentizan. Usar a los dos significa volcar al equipo en vertical y hacer uso de su fortaleza aérea. Desagregan, podríamos decir. Y Joaquín e Isco se separaron. Y Pellegrini no logró rectificar. El postpartido hizo, tal vez, ver que el chileno creyó en un mal día propio y muy bueno del rival, pero la realidad es que había soluciones en el banquillo para equilibrar algunas balanzas. Portillo minimizó la diferencia con balón, Saviola agrega y Piazón luce con espacios y es capaz de romper. Sus planteamientos suelen ser muy buenos conforme el partido madura (siempre planteamientos previos), pero esta vez Pereira ganó. Propuso mejor, disimuló todas las carencias y corrigió el ritmo con James y dio la pradera a Atsu.
y 10.- El marcador fue corto, pero el Porto sale muy reforzado del partido (excelente a nivel colectivo e individual; tal vez irrepetible) cara a la eliminatoria. Y el resultado, con todo, es difícil de remontar porque un gol visitante obliga a tres locales. El cuadro de Pellegrini, por encima de cualquier otro defecto, sufrió no sentirse. En otras palabras: el Málaga no se reconoció a sí mismo porque, como dijo Onetti, «la vida es uno mismo, y uno mismo son los otros«.
* Fran Alameda es periodista.
– Foto: Salvador Salas (SUR)
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