Siempre pensamos, cuando vemos a alguien enfermo a nuestro alrededor, cómo reaccionaríamos si nos tocara a nosotros. Y nadie, estoy seguro, acabaría haciéndolo de la forma en que lo visualiza. Porque no es lo mismo una dolencia que otra. Como no son los mismos momentos, las mismas circunstancias y las mismas vivencias si recibes la noticia en una edad o en otra.
En lo que no albergo ninguna duda es en que ninguno de nosotros, por maduros o fuertes mentalmente que nos creamos, estamos preparados para recibir un mazazo demoledor a los 20 años. En esta misma web hemos hablado del caso de David Casinos, que perdió la vista a los 25 años casi de un día para otro. Pero la historia que hoy presentamos es todavía más complicada de asimilar.
Poca gente conoce a María Jesús Navarro León. Entre otras cosas, porque no es un atleta de élite. Al menos en el estricto sentido jurídico del término. Aunque, a tenor de sus circunstancias, pocos de los que lleguen al final de este texto no la considerarán como tal.
A nivel atlético, Maje (como todo el mundo la conoce) llegó incluso a ser lo que llamamos una gran promesa, sobre todo en el campo del medio fondo. Pero, como suele ocurrir, una revisión médica volcó por completo su estable existencia. Y la fue modelando, poco a poco, hacia la persona que es hoy.
Hace diez años le diagnosticaron artritis reumatoide, una enfermedad degenerativa que afecta a las articulaciones y provoca de forma constante malestar, dolor, hinchazón y fiebre. Pero, en realidad, a lo que lleva en la mayoría de los casos es al paciente a una silla de ruedas. Diagnóstico, el primero de muchos, que recibió la valenciana una década atrás.
Dicen sus amigos, sin embargo, que siempre ha sido igual de cabezota. Y de vital. Pero antes de desvelar cómo está hoy y qué es lo que hace, humanicemos a los héroes. Durante casi dos años dejó de hacer prácticamente todo y se autocompadeció. Y buscó la opinión y el expertise de otros médicos hasta que dio con uno que le dijo lo que quería oír.
Y es ahí donde da comienzo su verdadera historia. La de una chica condenada a la discapacidad que hoy tiene 16 maratones en su haber, varios ultratrails y un nuevo reto en esa cabeza que no deja de dar vueltas: participar, y por supuesto terminar, el Ironman de Lanzarote en 2015.
Sus palabras siempre son claras. Para ella, volver a correr (gracias a la insistencia de sus personas cercanas) cambió su destino. Le permitió enfrentarse de otra manera a su enfermedad. Le dio armas para demostrar que el ejercicio físico ayuda a mejorar la salud de las personas. Y no solo de las sanas, sino incluso de aquellas que sufren un síndrome tan severo como el suyo.
A veces, por supuesto, le cuesta un mundo levantarse. Tanto, que tuvo que inventar un sistema de poleas para dar de comer a su hijo porque no tenía fuerza en las manos. Muchos días no puede entrenarse corriendo porque le duelen una o varias partes de su cuerpo. Pero lo suple subiéndose a una bici de spinning. En el 90 % de los casos. Ha aprendido, aunque le ha costado, que el 10 % restante te imposibilita en la cama y que el descanso, en este caso, es la mejor medicina.
Con todo, sus mejores armas las exhibe a diario: una sonrisa que jamás se borra, un entusiasmo contagioso y una sensación de responsabilidad a la hora de transmitir en charlas su experiencia a gente que está en su misma situación.
Al final, Maje no es Paula Radcliffe. Pero tampoco le hace falta.
* David Blay.
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