Las apariencias engañan. El Chelsea ha vivido una temporada agitada, pero continúa siendo la roca de siempre. Una roca puntiaguda con ese trío de hierro compuesto por Terry, Lampard y Drogba que están (muy probablemente) frente al último tren europeo de sus vidas. Abramovich contrató a precio de oro a Villas Boas para protagonizar la reforma que necesitaba su vestuario, pero fue el vestuario quien reformó al entrenador portugués, mandándole al paro y a Oriol Romeu a la grada. Las vacas sagradas ganaron el pulso y el Chelsea regresó a su receta de hierro y fuego. Hierro en el centro del campo, fuego en los ojos de sus atacantes. Este proceso nos habla una vez más de las enormes dificultades que sufren muchos equipos si pretenden modernizar su juego. Modernizar en el sentido de avanzar en el progreso de la manera de jugar.
El Chelsea ha regresado a los fundamentos que le hicieron sólido en los primeros años de Mourinho, aunque sin el contragolpe feroz que poseían Robben, Duff y Gudjohnsen; y especialmente en las temporadas de la madurez colectiva, en 2008 cuando alcanzó con Avram Grant la final de Moscú y en 2009 cuando la rozó, con Hiddink, ante el primer Pep Team. Esos fundamentos hablan de un 4-2-3-1 en fase ofensiva y un 4-4-1-1 en defensiva, con un eje en medio campo muy complementario: ahora mismo, la pareja Obi Mikel-Lampard, en línea con el principio clásico de mezclar un destructor y un constructor, músculo junto a cerebro. Resulta interesante el contraste de este concepto clásico con la ruptura protagonizada por Guardiola al juntar elementos similares: Xavi, Iniesta, Cesc, Busquets, Thiago… Frente a la idea tradicional de los complementarios, Pep plantea la unión de varios iguales, buscando multiplicar virtudes similares en vez de sumar características opuestas. Propuesta transgresora que contiene sus riesgos, por supuesto, pero que supone una innovación interesante, aunque parece difícil que tenga muchos imitadores. Así, si bien esta nueva semifinal europea entre Barça y Chelsea dirime como premio el billete a Munich, en su trasfondo también equivale a un duelo entre dos modos muy diferentes de entender el fútbol, que se ejemplifica en esa opción por sus centrocampistas. Diferentes no significa de eficacia opuesta: si el balance europeo del Barça desde 2006 es escalofriante, el del Chelsea no es pequeño precisamente, señal de que sus fortalezas, simbolizadas en ese trío eterno, están bien alineadas con los resultados. Stamford Bridge siempre fue plaza difícil y eso no ha cambiado en los últimos meses. Al Barça que parece volar no le espera ninguna misión placentera en Londres: Terry, Lampard y Drogba son gente de hierro, conscientes de que este es, posiblemente, su último gran tren…
– Foto: PA
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