Decía el genial Red Auerbach que el baloncesto, como deporte colectivo que es, es como la guerra, donde primero se crean las armas de ataque y pasa un tiempo hasta que las defensas encuentran el antídoto para contrarrestarlas. El Barça de Luis Enrique rompió a jugar en enero sin ser producto de ninguna evolución –los tres primeros meses habían sido un cúmulo de bandazos donde solo la rapidez para activar la presión tras pérdida y la productividad a balón parado se reconocen en el Barça actual–, instaurando un estilo de forma brusca que se ha cobrado víctimas de la talla de Simeone, Pellegrini, Ancelotti o Blanc. Como sucediera en marzo de 2014 con el 4-4-2 de repliegue bajo del Madrid de Ancelotti, pasan los partidos y el estilo del Barça parece indescifrable, y este factor sorpresa se está volviendo a llevar todo por delante.
Las bajas habían hecho añicos la columna vertebral del 4-3-3 del PSG. El sustituto de Motta en el pivote iba a ser un interior en origen como Cabaye, mientras que el joven zurdo Rabiot entraba por Verratti como interior derecho. Arriba, Cavani pasaba a la zona del nueve que dejaba vacante el sancionado Ibrahimovic, Lavezzi partía desde la derecha y Pastore desde la izquierda. Mientras, la ausencia de Alves la despachó Luis Enrique sin alterar el dibujo. Ninguna combinación iba a esconder la trascendencia de una baja que no tiene recambio natural de verdaderas garantías, así que el asturiano metió a Montoya y esquivó dar un orden distinto al patrón que tan buenos resultados le está dando.
Blanc detectó la fragilidad y organizó el partido en torno a sangrar esa debilidad que se le adivinaba al Barça en su sector derecho (Montoya-Rakitic). En defensa organizada, el PSG esperaba en su campo dibujando un 4-4-2 con Pastore y Cavani en punta: marcaban la línea de presión a partir de Busquets, al que incomodaban en cada recepción impidiéndole jugar de cara. Los locales no se desvivían por buscar el balón, pero sí tenían muy claro dónde querían robar. El técnico francés buscó acumular jugadores en el sector izquierdo del ataque blaugrana para que el Barça descargara en la derecha, y ahí incrementar la presión juntando a Matuidi, Pastore y Maxwell en busca de explotar tras el robo los metros que dejaran a su espalda Rakitic y Montoya.
El Barça, que sí que quería la pelota, colocó el bloque lo más alto posible y desplegó una presión intensa que le permitiera robar arriba, dificultando la salida del PSG y persiguiendo evitar las dos fases del juego que menos domina: la defensa estática y el ataque organizado. Con balón, el Barça era lento, plano y previsible, pero también fiable. Le costaba encontrar gente a espaldas de la presión, acumulaba pases horizontales que ordenaban al PSG y la falta de automatismos acababa obligando a Messi a bajar al centro del campo para acabar improvisando cambios de orientación hacia Neymar que estaban siendo poco productivos. Pero este es el Barça de todo lo demás, y ahí radica su magia. En que te mata de todo el resto de maneras. Su ataque organizado es puro tanteo a la espera de los golpes. El que primero bajó la guardia fue Van der Wiel –fantástico Busquets robando balones en un radio exagerado–, al que Messi estaba esperando para castigarle con la crueldad que suele, asistiendo a Neymar para que volviera a plantar la bandera en un escenario de cinco estrellas, costumbre sobre la que está levantando su aura de estrella mundial.
Le crecían los enanos a Blanc. Tras el gol, en el minuto 20 se lesionó Thiago Silva y entró por él un David Luiz sobre el que nadie sabía si estaba forzando o era el final de una comedia que había comenzado hacía diez días cuando se lesionó para cuatro semanas. El PSG dañaba con Matuidi y Pastore por el sector izquierdo, pero moría en el área de Ter Stegen víctima de un Cavani impreciso toda la noche, sometido al control de Piqué y Mascherano. Para coronar la primera parte, una foto. La de la línea defensiva del Barcelona tirando el fuera de juego de forma coreográfica a 20 metros de su portería en una falta lateral, anulando el potencial parisino en los balones aéreos. Faltó que silbara Baresi para completar la obra sacchiana. A transiciones ganaba el Barça, el que hacía sangre de los errores ajenos era el Barça –que minimizaba los suyos propios– y el balón parado también era del Barça. Todos los lances donde se deciden las Copas de Europa eran culés. No había más maneras de conjugar el verbo competir.
Tras el descanso, el PSG cambió de actitud. El equipo adelantó las líneas de presión, subió la intensidad y obligó al Barça a salir en largo. Fueron los minutos más reconocibles de un conjunto francés empequeñecido, huérfano de jerarquía en el equilibrio –Motta– y de lucidez en la creación –Verratti–. La lesión de Iniesta regaló al espectador de buen paladar más de media hora de Xavi Hernández, que ha entendido como nadie que no hay forma más bella de envejecer que seguir siendo útil desde el rendimiento real, alejado de cargas morales e hipotecas en forma de agradecimientos eternos por los servicios prestados.
Blanc quiso prender la mecha metiendo a Lucas Moura por Rabiot, sacrificando control en pro de subir el ritmo del partido con la velocidad y el desborde del brasileño. Pero Luis Suárez iba a destrozar todos los planes locales acto seguido con una jugada escandalosa que dejó patentada en la Premier League antes de fichar por el Barça. Se marca la diagonal a portería partiendo desde ka banda y sortea al que sale por su paso. Acomoda el cuerpo de mil maneras, se cambia de pierna la bola, amaga, se revuelve, tira un caño… Pura calle. El 0-2 mató al PSG. Luis Enrique dio entrada a Mathieu por Rakitic para ganar centímetros a balón parado y rapidez y oficio en defensa, subió a Mascherano a la posición de mediocentro y Busquets se colocó en la posición de interior derecho con la misión de frenar a Matuidi. Todavía quedó tiempo para que Suárez le sacara los colores a David Luiz y cerrara su partidazo poniendo el balón en la escuadra de Sirigu. El autogol de Mathieu maquilló una goleada de impacto que supone, sin duda, un sonoro puñetazo encima de la mesa de candidatos al título.
* Alberto Egea.
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