Competencia futbolística: el fútbol ‘in fabula’

por el 14 junio, 2013 • 10:09

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Hace pocos días llegó a mi carpeta de archivos predilectos, aquella donde mi ataraxia futbolística pierde su equilibrio cediendo el testigo a una reflexión algo más convulsa, una charla de Guardiola en su gira por Sudamérica. Mi mente, en ese preciso instante, hizo un periplo por todo el mundo futbolístico, desde antaño hasta hoy, para tratar de entender este lenguaje universal; lenguaje convertido en debates, éstos en tertulias y éstas que valen tanto como los goles que las avalan… y entonces pensé: ¿de qué idioma hablamos?

En este vertiginoso trayecto que mi emotivo preconsciente decidió recorrer, sin cinturón de seguridad pero con mis convicciones muy claras a modo de airbag, me vino a la mente consciente Umberto Eco, padre de la semiótica o semiología: “Todo tipo de códigos que generan algo más que un entendimiento, proporcionan interpretación y producción de sentido”.

Como ven, no se rodean de malas compañías mis traviesas reflexiones.

En estas fechas donde se gestan nuevos proyectos y se vibra con partidos decisivos, donde se enfrentan modelos de entrenamiento y de juego al amparo del a veces injusto y azaroso último minuto, donde la historia la hace el que gana (por fortuna cada vez menos); en estos tiempos en los que uno está estudiando idiomas para generarse oportunidades futuras en el planeta fútbol, pensaba en el aprendizaje de una lengua y en los códigos que conforman la misma, reflexionaba sobre conceptos y metodología.

Desde principios del siglo XX, para aprender una lengua, todo parece girar en torno a la gramática, con la que obtienes la competencia lingüística, que no es más que ser capaz de comunicarse gracias a esas supuestas reglas que nos permiten emitir un activo para provocar un receptivo, o lo que comúnmente significa entendernos. Hoy día la gramática ocupa aproximadamente un 10 % dentro del estudio de un idioma, al parecer en teoría, porque en la práctica lo ocupa todo. Las nuevas teorías hablan de algo más que gramática: competencia cultural, es decir, que para aprender una lengua hay que sentirla y si no se siente, pues se siente, porque no se aprende como debería. Los técnicos queremos aunar conceptos para entendernos mejor, que nos alejen y diferencien de las tertulias del bar, que nos acerquen más a la respuesta de cómo ganar, palabras que tracen medios tácticos tan precisos como diáfanos en los que únicamente quepan los matices de la intuición sin malinterpretaciones de cualquier reflexión. Por suerte o por desgracia, lo mismo que en el curriculum conducente al aprendizaje de una lengua se necesita abrir el Scope (ámbito de influencia) porque menos es más si se sabe dónde mirar.

Pero olvidamos que la verdadera competencia futbolística, la que nos aleja del conceptualismo lingüístico, sería la de no anteponer medios y metodología a futbolistas y emociones. El mejor medio es ver lo que hay dentro de la mochila del jugador e ir llenándola de lo que necesita, es ir un paso más allá del entendimiento: interiorización. Un medio táctico no interiorizado genera un valor roto. Quizás el reto sea entrenar más en base a los perfiles cognitivo y emotivo conductuales que a los medios y reglas de provocación que generan movimientos virtuales. ¿Una metodología aunada? Sí, pero primero el jugador. ¿Esto es jugar a ser todopoderoso? Creo que no; es construir un modelo desde sus cimientos, como diría Óscar Cano: “Pasar de personas que juegan a jugadores que rinden”.

Y como para muestra un botón, parafraseando a Guardiola: “Nos preguntaban cómo entrenábamos las transiciones de ataque a defensa. Lo cierto es que era tan sencillo como estar muy juntos al tener la posesión, lo que te facilitaba estar muy cerca para evitar la progresión. Unos pensarán que este modelo es válido, otros que no, yo me lo creí y mis jugadores también”. Se trata de creer y sentirse cerca porque los medios tácticos, como todo lo creado por personas, sólo cobran sentido cuando cabalgan a lomos de las emociones y personalidades de los que los sustentan. Esto podría ser una alta especificidad dinámica en el entrenamiento porque fluctúa a imagen y semejanza del ejecutante que la alberga. Recientemente, Axel Torres hablaba del fútbol asiático y exponía que “los centrales no suelen ser contundentes, el desarrollo del juego adolece de verticalidad, entendiendo ésta por chutar a puerta”. Quizás porque el asiático es así. ¿Existen metodologías y medios tácticos contundentes? ¿O es la mochila la que los hace así?

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Hasta hace poquito tiempo pensaba que la ausencia de consenso conceptual entre técnicos convertía a mi equipo en merecedor honorífico de la palabra suerte. Quizás era presa de mi locus control de la pizarra. El fútbol comenzó hace más de un siglo metodológicamente contextualizado en sí mismo: en un balón, once jugadores y la especificidad de acertar con la portería rival teniendo como máxima que “el jugador es un ente táctico en sí mismo” (Lillo). Lo simple era lo más complejo; y lo complejo en este caso quería seguir conviviendo con lo simple; entendimiento perfecto, divorcio forzoso. Pero se metodologizó la realidad y la palabra jugador comenzó a hacer mutis por el foro. Se amonestó a la emoción. Por ello el fútbol y su metodología pasó de la imberbe inocencia de la emoción a lo descontextualizado de la metodología en acción y ahora parece que vive en una balanza metódica entre lo que definen como descontextualizado y lo que promueven como contextualizado. Pero lo cierto es que si no se toca la fibra del que juega no se gana, y esa es la mejor apología de la realidad. Se sabe que ningún camino ni ningún modelo de entrenamiento y competición garantiza el éxito, pero todos sabemos que si no se interioriza y no se cree en lo que se hace, la descontextualización está asegurada, por muchos matices metodológicos que adornen o quieran indicar lo contrario. Todo comienza cuando llegamos a un equipo por observar y hacer voluble nuestra metodología según qué protagonistas tengamos en nuestra plantilla para así potenciar habilidades, ya que el jugador cuando se encuentra al límite de cada interacción de juego se acaba relacionando con él desde sus cualidades.

Por todo lo expuesto hasta ahora, y haciendo un silogismo del fútbol, si y sólo si el fútbol es un lenguaje universal, el fútbol es emoción; luego el fútbol es el lenguaje de la emoción. Si a esto le unimos la sentencia de Boskov de “fútbol es fútbol” la realidad se vestiría con sus mejores atuendos porque por una vez, ésta, se desprendería y despojaría de los matices del concepto inventado.

Lo grande de este deporte es que es multi e intracultural y sus códigos van mucho más allá de los conceptos que definen el juego. El consenso dentro del gremio generaría una competencia lingüística muy importante, pero lo es más saber que el jugador es lo importante. Que la emoción es la que debe saber ganar y debe saber perder. Los medios tácticos son una herramienta que la emoción calibra y la mochila del jugador gestiona. Sería genial ponernos de acuerdo, ¿pero haría falta tal consenso? El problema, como vemos, es otro.

Para llegar a una competencia futbolístico-cultural no hay que hablar el mismo idioma conceptual sino haber interiorizado el idioma emocional. Todo modelo es válido aunque debiera serlo aquel que genera salir de la zona de confort, huir de lo preestablecido, que controla límites desde la proactividad, “que no tenga miedo a jugar a lo que el jugador sabe” (Simeone), pero teniendo en cuenta que eso significa poner a prueba las propias capacidades; aquel en el que los patadones dejen de atisbar cerebros desde el aire.

Umberto Eco, en su libro Lector in fabula. La cooperación interpretativa en el texto narrativo (1979), reflejaba una cooperación interpretativa entre el lector y su propia narrativa por y para ir más allá de lo que se entiende y lo que se explica, por y para un inconformismo que vaya más allá de lo aparente, por y para una emoción y una idea; por y para un fútbol in fabula.

* Francisco José Cervera Villena es entrenador, preparador físico y readaptador. Coautor junto con Rosa Coba (psicóloga y neuropsicóloga) del libro “El jugador es lo importante. La complejidad del ser humano como verdadera base del juego”.


– Foto: DyN




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