"Todo lo que no está creciendo está muriendo. Crecer significa aprender y transformarte cada vez en una mejor versión de ti mismo". Imanol Ibarrondo
Reparen en ese perfil, fijen la mirada hasta observar el detalle anatómico. ¿No les recuerda a un gorrioncillo desvalido? Entre los humanos con rasgos asimilables a las aves, ya metidos en tal jardín metafórico, impresiona Samuel Beckett, siempre asociado a las águilas imperiales de ojos pequeños, nariz ganchuda y mirada intimidatoria. Símbolo de poder. En cambio, sin irle a la zaga en la comparativa, ahí tienen a Matthias Sindelar en su retrato tradicional, golondrina rápida en atardecer estival cuyo gorjeo anuncia la noche, vuelo rasante que podría quebrar cualquier circunstancia, fragilidad evidente por dictado de la naturaleza.
Cierta vivacidad se advierte, como si ese mirar observara detalles imposibles de reparar para el común de los mortales. Mirada tierna, la de Matthias Sindelar, leyenda austríaca, monumento a la humana decencia cuyo mito no deja de hallar nuevos escribidores que apenas aportan ya detalles desconocidos, nuevas líneas de texto a una vida extinta hace setenta años. Siete décadas de polvo sin olvido, de mala conciencia entre sus contemporáneos que han traspasado inconscientemente el sentimiento a quienes les sucedimos cuando se trata de rememorar tan insigne figura. Sindelar, Der Papierene (el hombre de papel). También conocido como el Mozart del fútbol, nada menos, ahí es nada el bautizo con tan hiperbólico mote.
La historia de este gran mito la podéis leer en la Revista nº 7 del Club Perarnau, firmada por Frederic Porta.
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