Argentina volvió a quedarse a las puertas de una consagración y sigue acumulando años sin triunfos en la selección mayor. En la primera experiencia oficial con Gerardo Martino al frente de la albiceleste, el equipo cayó ante Chile por penales en la final.
Tras el torneo surgen varios disparadores para analizar el estreno del exentrenador del F. C. Barcelona y su equipo. La vara era alta: Argentina en Brasil 2014 disputó una final de una Copa del Mundo luego de 24 años y llegaba a la cita en Chile como principal favorita a quedarse con el certamen que obtuvo en 14 ocasiones.
El Tata Martino hizo de este tema una bandera. Ya sea en los micrófonos, como en las listas de convocados y, lo más importante, en sus decisiones a la hora de alinear el equipo e ir configurando una fisonomía del mismo marcó a grandes rasgos cómo imagina su equipo ideal. Más allá de esa construcción, lo que dejó claro el Tata es que quiere distanciarse de su antecesor, Alejandro Sabella. En especial de lo que terminó siendo el conjunto albiceleste en la Copa del Mundo pasada.
Tenencia, juego en campo rival, salida clara, laterales altos, posesión. Palabras que el seleccionador repite una y otra vez ante la prensa. En las listas de citados, la aparición estelar de Carlos Tévez (por las polémicas que siempre suscitó su figura) y la vuelta de Javier Pastore como novedades principales. En la formación, la presencia del volante del PSG como diferencia máxima con la formación de Sabella, con un agregado: Martino no quiere ubicar a más de un delantero nato. Así, la ecuación indica que hay lugar para un solo futbolista entre Sergio Agüero, Gonzalo Higuaín y Tévez.
¿Y qué pasó en la cancha, más allá de las intenciones? Pues bien, Argentina tuvo actuaciones disímiles a lo largo de la copa. Un soporífero comienzo ante Paraguay que se abrió por un error individual de un rival y una segunda parte rota en la cual le empatan sobre el cierre. Un encuentro cerrado ante Uruguay en el cual el equipo albiceleste fue superior, pero en el que terminó sufriendo. Un juego ante Jamaica que debía ser un trámite, que debió haber servido para ahorrar energías, se cerró con una incógnita algo insólita en el marcador. En cuartos, una muy buena actuación en lo colectivo ante la timorata Colombia de José Pekerman, pero que debido a la nula eficacia se definió en los penales. En semifinales, la soberbia noche de los atacantes ante Paraguay que así como padeció en defensa (terminó 6-1 y pudieron ser más) también prenunciaba algunas fallas defensivas. Y una final en la cual Argentina fue un híbrido carente de protagonismo y esencia con el consabido resultado final.
El andar del equipo fue variando, pero en la final, en el momento crítico, el equipo dio un paso atrás. Porque no fue ni aquel que pretende dominar a su rival ni tampoco un buen equipo contragolpeador predispuesto a machacar a su adversario en la transición defensa-ataque. Martino jamás corrigió durante el juego, como si hubiera estado conforme, y en un ciclo que desde el vamos se paró en un lugar, que en el momento de la verdad no se aferrara a lo que pretende, puede ser un traspié de cara al grupo.
Por otro lado, queda planteada la duda. Si Argentina alcanzó su pico en los últimos años con un equipo feroz con campo para recorrer (aquel de los cuatro fantásticos: Messi, Di María, Higuaín y Agüero) y si llegó a la final del mundial con menos picante, pero más seguridad defensiva, es lo ideal intentar girar 180° de forma tan abrupta. Por supuesto, con la capacidad individual de los futbolistas albicelestes, el cambio es algo menos radical, pero parece una picardía dejar de lado el legado de un ciclo anterior exitoso.
Responder este enigma debería ser la principal de las preguntas que el Tata tiene tras de sí con un agravante: ya dirigió al rosarino en el Barcelona. Lamentablemente el resultado se parece demasiado al que se vio en la temporada 2013/2014: con Martino, Messi parece menos trascendental que con cualquier otro entrenador que tuvo en su carrera, incluyendo a Sergio Batista o Diego Maradona.
Que Messi haya terminado la Copa América con solo un gol en seis juegos –y encima de penal– es mucho más una causalidad que una casualidad. El equipo no genera las condiciones para que él quede en posición de gol. Pero no solo eso, tampoco lo hace partícipe principal del andamiaje ofensivo, y eso sí es preocupante. Con Martino, Messi en el Barcelona tuvo su media goleadora más baja en cinco años, equiparable a la que marcó en la 2009/2010, año de transición en el Pep Team hacia la definición de Leo como falso nueve de forma definitiva.
El seleccionador sacó pecho al ver que Luis Enrique comenzaba a ubicar a Messi sobre la banda derecha. Pero los contextos de uno y otro son demasiado diferentes. Porque en el Barcelona ese es punto de arranque y desde allí Messi comanda. En Argentina puede tocar dos pelotas en los primeros 18 minutos del complemento como pasó en la final y que nada pase. Por momentos, a menos que él y el equipo se desaten y puedan correr con espacios, parece una pieza más. Eso es un pecado.
Más allá del nivel de responsabilidad del Tata, Messi también quedó en deuda desde lo individual en la final (eso sí, con una aparición mágica en el minuto 90 que podría haber significado el título). Ya ha quedado demostrado que frente a la adversidad –la que le genere el rival o a veces el mismo equipo–, Leo siente incomodidad, por lo cual este punto es esencial para el futuro de esta selección. La construcción de un modelo de juego que le dé a Messi el lugar que le corresponde debería ser lo que le quite el sueño a Martino de aquí en adelante.
Excluyendo lo táctico, otro de los legados que parecía dejar el ciclo Sabella era la ponderación de un grupo fuerte por encima de todas las cosas. La ausencia de divismos y heroísmos particulares en función del colectivo. Para alcanzar este pico, Pachorra tomó decisiones fuertes en su hora como excluir a Carlos Tévez, a sabiendas de lo que significaba tener al Apache en el banco. Martino no solo lo volvió a llamar para no utilizarlo, sino que además excluyó a otra figura de peso comprándose por su cuenta más inconvenientes.
Fue tan notoria esa incomodidad que en el primer juego ante Paraguay los incluyó con fórceps. Tévez terminó siendo interior derecho e Higuaín ocupó el centro del ataque. El resultado fue malo y a Argentina le empataron un juego que debió haber sido goleada. Quizás aquel día Martino entendió lo que significaba tenerlos a ambos en el banco. Como sea, el Tata debe también situarse por encima de los nombres. Si logra hacerlo con estos mismos apellidos –o cualquier otra figura de turno que le toque ser reemplazada–, adelante. Y si el peso es demasiado, deberá tomar otras determinaciones. Nuevamente aparece la imagen de su paso por el Barcelona y el peso de los apellidos como mal antecedente. Por otra parte no es novato en el campo de selecciones, aunque en Paraguay tenía un universo menos amplio para escoger y el problema era diferente.
Quizás el gran debe. Hasta la final era clara y entendible la idea que se quería plasmar. En la final, no. Porque jamás se buscó el protagonismo tan mentado, ni la posesión ni una recuperación rápida. Las escenas de Gary Medel o Marcelo Díaz con largas conducciones hasta mitad de campo se repitieron una y otra vez en la final. Ahora bien, si el planteo pasaba por recuperar y salir rápido, en algún lugar se tenía que operar una presión conjunta para alcanzar esa recuperación. Messi, Agüero y Pastore prácticamente no mordían al rival, y así, Argentina no contragolpeaba. Si quería hacerlo, debía cambiar al menos a un jugador para tener más eficacia en esa tarea.
Pero tampoco dominó. Ante la más mínima dificultad se lanzaba en largo y se saltaban las líneas. Agüero terminó tragado por la zaga chilena con facilidad. Jamás se vio el intento de enviar a Pastore, con algo más de envergadura física a jugar de punta y ver si ante esos envíos largos podía generar algo más que el Kun. Entonces, Argentina terminaba siendo un híbrido que, además de todo, con la pelota era un canto a la previsibilidad con un juego posicional totalmente anunciado sin variantes ni desmarques.
Pero peor que esto fueron las nulas correcciones durante los desarrollos de los partidos. Excluyendo el ya citado caso del debut ante Paraguay, Martino optó siempre por variantes de posición por posición. Jamás pateó el tablero ni modificó desde lo táctico. Los cambios de la final, en especial en el de Di María por Lavezzi (cuando ya era evidente que Chile superaba a Argentina en lo colectivo) por lesión expuso las pocas ambiciones y la estrechez de variantes. Si había un momento para dar vuelta el destino de la final, parecía ser ese.
El DT dijo que sigue contando con el total de los que formaron parte de esta Copa América y que luego irá agregando a otros, pero está claro que en el mediano plazo debe incluir a varios futbolistas jóvenes. Pensando en Rusia 2018, el corazón de este equipo pasará el umbral de los 30 años, una edad demasiado avanzada para un torneo que provoca demasiado desgaste desde lo físico y lo mental.
Mauro Icardi, Paulo Dybala, Luciano Vietto, Rodrigo De Paul, Lucas Ocampos, Matías Kranevitter, Ángel Correa, Gerónimo Rulli, Adrián Cubas, Emanuel Mammana, Germán Pezzella, Yonathan Cabral, Joaquín Correa, Ezequiel Ponce, Juan Iturbe, Guido Carrillo, Fede Cartabia, Lucas Zelarayan, Sebastián Driussi, Lucas Romero, Emanuel Más, Jonathan Silva. Todos estos son algunos de los nombres que en el mediano y largo plazo, si siguen creciendo –algunos ya son realidades del primer nivel europeo–, pueden soñar con formar parte del futuro no tan lejano de la selección. Los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro serán un muy buen momento para que Martino empiece a configurar el primer gran paso de la generación que tiene que suceder a esta y tomar la posta. Hay material.
* Diego Huerta es periodista y editor del sitio web «Cultura Redonda».
– Fotos: EFE
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