Aparentemente todo estaba en orden. Una fase de grupos impoluta, un nivel de tenis sublime, un estado físico envidiable y una cita apalabrada con el número uno para la final del domingo. Todo esto son simples consecuencias de un regreso triunfal al primer nivel cuando ya nadie lo esperaba. El resultado de dejar atrás doce meses de funeral y reengancharse al tren de los títulos y celebraciones. Dos semanas restaban para que el 2014 bajara el telón cuando de repente… clic. Una vieja carta en la baraja de Roger Federer volvió al tapete para derribar todo lo construido anteriormente. Aquella espalda maltrecha que le arruinó la mitad del curso pasado reapareció en el momento menos oportuno: en la final de una Copa de Maestros. De tenerlo todo a dudar de todo. Algunos incluso del propio suizo.
Su trayectoria –16 años en la élite– le avala como una persona de fiar: 1221 partidos como profesional y solamente tres capítulos como el reciente. París 2008 (cuartos de final ante Blake), Doha 2012 (semifinales ante Tsonga) y Londres 2014 (final ante Djokovic). Tres retiradas provocadas por molestias que impidieron al helvético presentar batalla. Abandonos en mitad de un partido, jamás. «Veréis como ante Francia ya está bien«, presagian algunos entendidos, apuntando con el dardo antes de que aparezca la diana. Obviamente, la cercanía de la Copa Davis con este torneo es un factor fundamental para tomar esta decisión, pero nadie debería dudar de que si Federer está bien, ayer el público de Londres habría tenido su final soñada. Si la idea era ahorrar energía para la Davis, mejor haberse bajado directamente del Masters. Pero no, gana cuatro partidos y tira la toalla en el último instante, después de todo el esfuerzo y con la posibilidad de coronarse maestro por séptima vez. Por favor, las críticas siempre son bienvenidas, pero con fundamento.
En la otra parte del tatami, Novak Djokovic recibía el trofeo de campeón por tercer noviembre consecutivo, una marca solo al alcance de Ilie Nastase e Ivan Lendl. Seguramente ese era el destino que el certamen le tenía guardado, con o sin final. Después de pasearse en el round robin y superar a Nishikori tras un inquietante segundo set, el serbio llegaba enchufado al compromiso definitivo ante un rival al que ya había tumbado en la última pantalla de Indian Wells y Wimbledon. Ahora mismo, Roland Garros con Rafa enfrente sería la única estampa en la que el de Belgrado no partiría como favorito, un privilegio que se ha vuelto a ganar otra temporada más tras inclinar, al menos una vez, a casi todos los miembros del top-20. Solamente Feliciano López y Kevin Anderson salieron indemnes este año de las garras del balcánico. También es cierto que nunca llegaron a enfrentarse a él.
Djokovic se coronó como maestro sin tener que impartir la lección, un percance que terminó de situar a esta edición como la más caótica de entre todas las vividas. La baja de Rafa Nadal y la no clasificación de David Ferrer significaban dos ausencias dolorosas, eso ya lo sabíamos todos, pero lo que nadie se podía imaginar era la tremenda desigualdad que se iba a evidenciar entre las ocho mejores raquetas del mundo. Una Wilson y una Head dieron cátedra, día sí día también, a aquellos que amenazaban con asaltar el orden establecido. El desenlace no pudo ser más frustrante. Las palizas y los roscos destaparon las vergüenzas de estos novatos hasta el punto que solamente dos partidos de doce se resolvieron en tres mangas. En semifinales ya fue otra historia, con el mismo final pero con una travesía más atractiva. Que esta sea la primera ocasión en la que no se celebra la final de la Copa de Maestros no es casualidad. A partir de hoy, 2014 siempre representará la edición maldita.
No es plato de buen gusto añadir un nuevo cetro a tus vitrinas sin antes haberlo luchado, aunque más doloroso es ver cómo se te escapa de las manos sin ni siquiera la posibilidad de disputarlo. La buena suerte de Federer pasó de florecer en cada esquina a encontrarse con un jardín incinerado. A su lesión de espalda se le une una confrontación con su amigo Wawrinka tras su emocionante duelo del sábado. El de Lausana acusa a Mirka, mujer de Federer, de estar más efusiva de lo previsto y de no respetar el silencio en sus servicios. No sabemos qué pensara el de Basilea, pero el rumor de una disputa entre ambos en el vestuario ya ha alcanzado el estatus de noticia. Mal negocio para dos hombres que en una semana deberán unir fuerzas con tal de lograr algo por lo que vienen luchando codo a codo durante todo el año: una Copa Davis todavía desconocida para Suiza.
Dicen que hasta los genios se equivocan alguna vez simplemente para demostrar su excepcional humanidad. En esta ocasión, Federer ha cometido un error y lo ha pagado. Con 33 años, y sin nada que demostrar, se enfrascó en un doble viaje impulsado por su buen momento de forma. Al objetivo de la Copa Davis se le unió otro más suculento aún, el del número uno. Inmediatamente, París-Bercy se unió a un calendario al que ya se había sumado la deseada cita por la ensaladera. Malas decisiones conllevan malas condiciones, y a la imposibilidad de liderar el ránking se puede incorporar la de ver a Francia campeona. Ahora mismo Federer tiene cinco días para recuperarse de su lesión, cinco días para ajustar su distanciamiento con Wawrinka, cinco días para adaptarse a su querida tierra batida y cinco días para no sellar una temporada espectacular con un hiriente último párrafo. Cinco días Roger, ni uno más.
* Fernando Murciego es periodista.
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