Despertó un día en la cama y era una sombra de sí mismo. Ya no era el tercer equipo de España.
La resaca del doblete parecía sólo aroma antiquísimo, mera coartada de nostalgia. Muy al contrario, seguía soñando con Neptuno pero hacía muchas noches que sólo era comparsa, club errado. La mañana menos pensada el Atlético de Madrid despertó en su habitación y su cuerpo se había convertido en el de un indeseable insecto. Había olvidado su fútbol, pues apenas podía moverse. Pero sobre todo había olvidado su mentalidad, su garra. Tras muchos años incubando mediocridad por fin amaneció completamente inútil y desfigurado. Desfilaron por el dormitorio los mejores médicos y curanderos pero ninguno pareció servir, ninguno sacó al transformado enfermo de la cama. Al enésimo desengaño, aroma de manzanas, vino de urgencia un antiguo inquilino de la casa desde ultramar. Todo el edificio amaba al Cholo, pues su mismo nombre sugería la gloria pasada, que nunca se olvida. El Cholo era joven, pibe exitoso pero poco experimentado en labores de gestión y recuperación. Despertó un escepticismo lógico. Le abrieron la puerta, en todo caso. El Cholo gruñó, braceó, trajo un torrente de energía. Dejó su impronta de carácter y puso el cuarto patas arriba. Tras algunos días, el enfermo desperezó sus extremidades y la ropa de cama acabó por caer al suelo. Todo el colchón se estremeció bajo intensas vibraciones. Los presentes, que eran decenas, no pudieron contener su sorpresa ante lo que estaba ocurriendo. Como por arte de alquimia, el metal más baldío comenzaba a refulgir de oro puro. El insecto anquilosado brillaba con su aurora de otro tiempo y pronto se le dibujaron de nuevo sus pies, sus tobillos, rodillas, sus brazos frescos, todo lo necesario para el apolíneo ejercicio del fútbol. Mientras tanto, el Cholo siguió estimulando a Lázaro para que se levantara. Crujieron todas sus articulaciones, otra vez vivas. No fue a la segunda ni a la tercera, pero al fin se puso en pie con firmeza. Se frotó los ojos como recién liberado de la gruta platónica, acaso recordando quién era y por qué estaba allí. Por último, el balón. Nadie supo de dónde vino, pero de pronto el Cholo sostenía una pelota entre las manos, que entregó con desafío al hombre renovado. Pelotearon un rato, que para ambos era como respirar.
Entonces el Atleti volvió a parecer preparado para la victoria, aunque en el palco siguieran gobernando los mismos hombres de Kafka, arriba, en el castillo inefable.
* Carlos Zúmer es periodista. En Twitter: @CarlosZumer
– Ilustración: Metamorfosis de Kafka
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