Internacional / Champions League 2013-2014 / Fútbol
Era posiblemente el grupo más abierto por la igualdad existente. La inexperiencia en la competición del colectivo sólido y trabajado que formaba la Real –cuando pasó por encima del Olympique de Lyon en la previa, hasta la baja de Illarramendi y el cambio de entrenador pasaban desapercibidos– se compensaba con la incógnitas que suponían la llegada de Moyes al banquillo de Old Trafford, la profunda renovación de un Shakhtar despojado de su santísima trinidad (Fernandinho-Willian-Mkhitaryan) y la capacidad de Hyypiä para alcanzar esos dos escalones que se le resisten últimamente a la clase acomodada en Alemania: hacer sombra a Bayern Múnich y Borussia Dortmund y dejar su sello en Europa –algo que en los últimos tiempos solo ha conseguido el Werder Bremen llegando a la final de la Europa League en el 2009 y el Schalke con sus semifinales de Champions en el 2011–.
Sin embargo, demasiado pronto se despegó el United y con tanta rapidez como crueldad se descartó a la Real. Para los de Moyes, Europa ha sido un bálsamo en una temporada convulsa, es allí donde han mostrado su cara más férrea como bloque defensivo –mantuvo la puerta a cero en cuatro de los seis encuentros–, Rooney ha ejercido de salvador de la patria cuando ha faltado Van Persie –exhibiciones bestiales en el BayArena y en casa frente a la Real– y han exhibido la pegada que se le espera en los partidos clave. Esa sensación de tener los partidos controlados, de que jugadores como Rooney, Evra, Ferdinad o Carrick ya han ganado ese encuentro decenas de veces ante jugadores que ven como un regalo el simple hecho de disputar esta competición, de que se impone su escudo en el campo, es algo que se ha echado de menos en la Premier League, pero que puede ser una baza importante si Moyes consigue dar equilibrio a un equipo que, quizá frenado por las intermitentes ausencias de Carrick y Van Persie, combina tramos de oleadas ofensivas con momentos de ofuscación en ataque estático –la casi obligación de encajar a Fellaini en el equipo puede acabar costando demasiados puntos– y despistes defensivos producto de la desesperación, de los que se han aprovechado ya más rivales de los que debieran. En esta edición, quedar primero de grupo quizá no te prive de un quebradero de cabeza (aunque los posibles rivales no son muy peligrosos: Galatasaray, Olympiacos, Schalke 04, Zenit y Milan), pero disputar la vuelta en casa y sobre todo los dos meses de margen hasta la eliminatoria son rédito suficiente para un club que no deja de ser un ejemplo de competitividad desde que Ferguson lo hiciera suyo hace 27 años.
Shakhtar y Bayer han mantenido vivo un duelo precioso hasta el final por el segundo puesto del grupo, en el que sus enfrentamientos directos han sido cruciales para decantar la balanza en favor de los alemanes. La temporada de los de Hyypiä ha sido enorme hasta el momento: segundos en la Bundesliga, poniendo en jaque el duopolio que han formado Bayern y Dortmund en los últimos tiempos, y pasando ronda en la Champions con un fondo de armario mucho más limitado que cualquier grande de Europa. Dos momentos clave forjan esta clasificación: el mencionado golazo de Hegeler en el decuento del partido contra la Real y el partido redondo en el BayArena ante el Shakhtar, al que sometió con una goleada escandalosa (4-0). Tuvieron opción de arreglarlo los ucranianos en casa dos semanas después, pero el empate sin goles en un partido muy táctico hacía previsible que todo se decidiera en la última jornada. Las abultadas goleadas del United en Alemania (0-5) y del Shakhtar ante la Real Sociedad (4-0) hacían depender de sí mismos a los ucranianos, que ante un United necesitado de un punto para asegurar el primer puesto del grupo debían igualar o mejorar el marcador que cosechase el Leverkusen en Anoeta. El empuje del Bayer pudo más que la moral de una Real sin más aliciente que el dinero de rigor en juego, y un remate del central Toprak en un barullo a la salida de un córner sellaba el triunfo de los alemanes (0-1), que miraban de reojo a Inglaterra. Poco después, desde Manchester llegaban buenas noticias para los de Hyypiä: Phil Jones adelantaba a los red devils en el marcador, obligando al Shakhtar a hacer dos goles que nunca llegarían. El Bayer Leverkusen parece que por fin se decide a liderar la segunda hornada de equipos alemanes en Europa, con la compañía del Schalke. Al Shakhtar por su parte, le tocará animar una Europa League que se adivina dura a la vista de los terceros que pueden sumarse a equipos como Fiorentina o Tottenham, y que le permitirá a Lucescu seguir reinventándose en la construcción del equipo por enésima vez, algo para lo que ha demostrado talento de sobra desde que aterrizará en Donetsk allá por l 2004.
Se había entrado a la Champions por la puerta grande, el sorteo inflaba las expectativas y el hecho de jugar en Old Trafford creaba una mística que invitaba a soñar con algo grande. Luego la Real Sociedad se daría de bruces con la realidad de la Champions, donde el que compite por primera vez se convierte en aprendiz de maestros de la vieja escuela, la de la letra con sangre entra. Y la Real no dejó de sangrar en todo el trayecto: individualidades rivales que le arruinaban partidos muy dignos, árbitros que alternaban timidez y temeridad dependiendo del área en la que ejercer y una falta de contundencia en la definición preocupante. La suerte de los de Arrasate se iba a decidir en los dos primeros partidos, antes de encadenar el doble duelo ante el United, porque semejante miura se puede torear con la ilusión de tener tres o cuatro puntos en el saco, pero capearlo por obligación a nadie se le escapaba que sería el anuncio de una muerte inminente. La derrota en casa en el debut fue un palo que se intentaría mitigar, pero cuando los puntos estaban contados, ceder tres en un partido señalado en rojo no era ninguna tontería. Lucescu consiguió a duras penas su objetivo de llegar vivo al último tramo del partido, donde la calidad de sus hombres de arriba pudiese sacar tajada de las dudas de un equipo tan exquisito como tierno. Un fantástico Alex Teixeira acabó de ejecutar el plan, tornando en trascendental el partido de Alemania apenas recién comenzada la competición. De nuevo en la primera parte y sin goles en el marcador, el árbitro del encuentro anulaba un gol legal a Griezmann, de la misma forma que ante el Shakhtar se había sacado fuera del área un derribo sobre Xabi Prieto encima de la línea. Con 1-1 la Real tuvo noqueado a un Bayer descompuesto, con el equipo partido, al que solo Leno y la candidez de los delanteros realistas mantenían con vida. En un momento de lucidez a diez minutos del final, la Real se dio cuenta de que lo había tenido todo para ganar el partido, pero no lo había hecho, el físico le hizo mella, se le fundieron los plomos, aguantó tres embestidas alemanas y, cuando parecía que el punto no era tan malo para ninguno, una obra de arte de Hegeler hizo añicos las ilusiones realistas. De aquí al final la agonía se prolongó hasta la definitiva goleada (4-0) encajada en el Donbass Arena de Donetsk, pasando por el soñado partido del Teatro de los Sueños, donde la pesadilla se mostraba esta vez en forma de gol en propia puerta en el primer minuto, circunstancia anecdótica en un partido donde el United mereció ganar holgadamente. La Real cierra su andadura con un punto y un gol, triste bagaje del que los más jóvenes podrán sacar la experiencia como ganancia, pero que supone una decepción profunda para aquellos veteranos que soñaron toda su vida con un escenario así. De todas formas, esto solo es una piedra en el camino, porque si la institución no se desvía del trayecto marcado en la gestión del club, las tardes de gloria no se harán esperar demasiado.
* Alberto Egea.
– Fotos: AFP – EFE
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