Desde algún lugar de España,
¿Cómo estás? Portugal atemorizó a España hasta el quebranto, aunque al final hubiera final feliz. Más allá de que se tuviera que recurrir al trance de los penaltis, no tan azaroso como se dice, ¿no te pareció que para los españoles fue el partido más delicado en cuatro años? Los portugueses no gozaron de una gran cantidad de ocasiones claras, más bien tuvieron pocas, pero la sensación de desactivación del circuito de juego español fue aterradora. España jugó con prudencia buscando enfriar las estampidas lusas (Cristiano, Nani), pero lo relevante ocurrió en el centro del campo. Por fases, España no lograba articular palabra. Balbuceaba dos pases y luego reculaba torpemente, o peor, perdía el balón sin remedio. ¿Cuántas selecciones le han quitado la pelota a Vicente del Bosque? En el mejor de los casos, las contamos con los dedos de una mano. Se compitió con la solvencia de siempre pero la imagen fue de evidente inoperancia y de un cortocircuito radical en la cadena de transmisión española. La resurrección en la prórroga parece desmentir la tesis del agotamiento físico total, pero en todo caso, coincidirás conmigo en lo más obvio: el campeón llega a la final sin que le sobre ni un gramo de fútbol.
El problema es que no pareció tanto un partido malo, un día tonto, como sí la constatación de los apuros de un equipo extraordinario que se va vaciando. Se ganó en la raya de meta, con apreturas tanto futbolísticas como mentales y físicas. ¿Se ha agotado la fórmula mágica de la España victoriosa? El libreto no parece obsoleto pero la singladura hacia el triunfo –impensable en otras épocas- ha sido inversamente proporcional a los hallazgos ofensivos en esta Eurocopa. Para ganar, ganar y ganar parece haberse pagado el precio de la gracia, como un pacto fáustico que intercambia años de vida y belleza por victorias. A Vicente del Bosque queda poco que reprocharle: España está en la final –después de Euro y Mundial, ¡complicadísimo!-. Pero el planning ha secado todos los recursos y ha devorado todas las despensas. España se enfrentará contra Italia braceando con urgencia hasta la orilla. Quizá toquen la playa de llegada –incluso lo hagan con holgura, quién sabe-, pero el replanteamiento parece obligado una vez se regrese de Ucrania. La fantasía de la asociación ha dado paso a la posesión defensiva y de ahí a una política ganadora tan eficaz como muchas veces pírrica. Los niños siguen vibrando sin más con la España ganadora de los últimos tiempos pero el análisis tranquilo revela sin dificultad que, se gane o se pierda el domingo, España ha mutado hasta acortar su recorrido sensiblemente.
Para ganar, ganar y ganar parece haberse pagado el precio de la gracia, como un pacto fáustico que intercambia años de vida y belleza por victorias
Sólo queda disfrutar de la final y luego seguir sacando conclusiones. Adicionalmente, creo que es interesante que te recuerde ahora las dos primeras cartas que te envié hace ya tres semanas. En la primera te aseguraba que la baja de Carles Puyol sería una ausencia determinante y en la segunda decía algo parecido sobre la lesión de David Villa. Pues bien, visto ahora, parece que erré con lo de Puyi y acerté con lo del Guaje. El extraordinario crecimiento de Sergio Ramos y la puesta a punto de Gerard Piqué, que venía de una temporada aciaga, ha propiciado una solidez en la zaga que nada tiene que envidiar a las mejores defensas recientes. Injusto no acordarse también de Arbeloa, discutido pero solvente al menos en labores defensivas, y de Jordi Alba, la feliz irrupción de la Eurocopa. Pero a David Villa sí se le ha echado bastante de menos. El amable culebrón del (falso) ‘9’ sólo ha sido el corolario de una realidad mucho más importante y menos comentada: España tiene poco gol. No tener referente goleador significa que puede marcar cualquiera como puede no hacerlo ninguno. De haber contado con el alivio realizador de Villa, las flaquezas hubieran estado más disimuladas, pero al campeón exhausto no le vienen las pulgas sólo de su falta de eficacia goleadora. Si ha llegado al final de la competición con poco alma ni brillo es por un planteamiento conservador que ajusta al milímetro los rendimientos con los objetivos. ¿Podría haber hecho otra cosa Del Bosque, orquestar más alegría, prescribir más arrebato? Es probable que no. Los chicos parecen bastante agotados y el modelo parece más lejos que nunca de aquel 3-0 a Rusia en las semifinales de 2008. Me temo, mi amigo, que no cabían muchas más posibilidades si se quería ganar. Ya habrá tiempo de relanzar a este equipo fantástico cuando toque hacer balance de futuro.
Por favor, guarda esta carta hasta el 1 de julio. Pase lo que pase mantén la correspondencia. Afectuosamente,
– Carta III: Buscando a Portugal
– Carta IV: El entorno adolescente
– Carta V: La realidad y el deseo
* Carlos Zúmer es periodista. En Twitter: @CarlosZumer
– Foto: EFE
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