Desde algún lugar de España,
El tiempo ha pasado volando. Esta es mi quinta carta y las semifinales de la Eurocopa están a la vuelta de la esquina. ¿Crees que han pasado los equipos que más lo merecían? Sin que sirva de precedente, el consenso es prácticamente total. Si bien tras la fase de grupos quedaron atrás algunos equipos que habían mostrado bastantes cosas buenas, como Croacia, Polonia o Dinamarca, los cuartos de final sí parecen haber sido un filtro capaz de discriminar sin error (es un decir) a los mejores equipos del torneo. Para mí, los conceptos de jugar o competir son fundamentales en este análisis, pero lo que realmente explica los cuatro cruces directos, el verdadero común denominador, ha sido la tormentosa relación entre la realidad y el deseo.
El choque de Chequia y Portugal tuvo un desenlace lógico. Ronaldo desequilibró un partido en el que los lusos salieron teniendo claro su rol de favoritos mientras la República Checa jugaba a verlas venir. Tanto fue el cántaro a la fuente que al final se rompió y Cristiano terminó por perforar la portería de Cech, que ya lucía sembrada de casquillos de bala. Portugal tenía más y lo demostró. Ronaldo es uno de los mejores jugadores del mundo y lo demostró. Los checos dejaron una imagen linda, aunque fueron timoratos y en todo momento parecían complacidos por la perspectiva de la prórroga. No les alcanzó y a la postre el 1-0 fue un resultado indulgente, muy por debajo del apetito voraz que mostró, especialmente, Cristiano Ronaldo. No en vano Jesús Garrido tituló su crónica del partido Chequia no quiso, Cristiano sí. Y precisamente eso, no querer, parece un lujo determinante si además eres inferior futbolísticamente, ¿no te parece?
El cruce de Grecia y Alemania discurrió por similar deriva inevitable. Los griegos hicieron un planteamiento práctico, rocosos atrás e incisivos saliendo al contragolpe. Creaban poco peligro porque adelante estaban muy solos, pero no pareció que pudieran darse muchos más lujos si no querían ser masacrados. Al merecido gol de Philipp Lahm en la primera mitad le sucedió, hermosamente, el tanto del empate de Samaras en la segunda parte después de un contragolpe excepcional de los griegos. ¿Partido igualado, milagro a la vista? Nada de eso, mi amigo. Con implacable diligencia, Alemania respondió con goles y aplastó el partido sin miramientos. Todas las simpatías suscitadas por los helenos se dieron de bruces contra una realidad categórica: en seis años Joachim Löw ha armado una selección alemana extraordinaria, potentísima. Y en cuanto a Grecia, ni todos los días son fiesta ni todos los años son 2004. La ilusión y las ganas no son suficientes si el fútbol no las respalda.
En cuanto al choque de España y Francia, coincidirás conmigo en la superioridad de los españoles. Francia salió a jugar desfigurada, con una disposición reactiva al libreto español y un planteamiento preventivo en el centro del campo. España manejó los tiempos con el balón en los pies e hizo estéril el despliegue físico de los jugadores galos, que se dedicaron a mirar y desear con la mirada. Con el talento francés en el banquillo y la poderosa sensación de que Francia no sabía quién era, los de Vicente del Bosque compitieron, administraron y gestionaron; pararon, mandaron y dispusieron. El penalti sobre Pedrito, discutible, fue la coda de un partido decantado por el oficio de una Selección española en claro estado de madurez. Lo peor para los franceses fue la sensación de que toda su propuesta de fútbol, avalada e impulsada por Laurent Blanc, se quedaba en papel mojado ante el primer escenario serio. La Francia que quería ser España se arrugó justo cuando se puso delante de su supuesto espejo.
El último cruce lo protagonizaron Inglaterra e Italia, dos históricos con cierto desconcierto existencial. Seguro que, como a mí, te gusta la Italia de Prandelli. Remozada por la savia nueva de la Juve campeona, esta ‘azzurra’ vitaminada ofrece un agradecido contraste con la Inglaterra vulgar de Roy Hodgson, que mucha culpa tampoco tiene. Después de una fase de grupo pocos menos que suertuda, los ingleses compitieron con pocos argumentos, forzaron la prórroga buscando su oportunidad pero finalmente cayeron en su particular via crucis de los penaltis. En el fastuoso lanzamiento de Andrea Pirlo está la justicia poética contra una Inglaterra en mínimos históricos y a favor de una Italia que galopa hermosamente sin que nadie sepa hasta dónde pueda llegar, ni falta que nos hace saberlo. Afortunadamente pasó lo normal, que no es lo que siempre pasa: ganó el mejor de los dos equipos. Y además era Italia.
Y en cuanto a Grecia, ni todos los días son fiesta ni todos los años son 2004. La ilusión y las ganas no son suficientes si el fútbol no las respalda.
Y a partir de ahora, ¿qué?, me preguntarás. Pues a partir de ahora todo se vuelve más impredecible si cabe. Las cuentas comenzarán a no salir y, en buena lógica, los dos partidos de semifinales se decidirán por un estrecho margen que no admitirá lecturas demasiado reveladoras, lógicas ni apriorísticas. En la antesala de la final de una Eurocopa hay que desear muy fuerte para poder pasar y hay que hacer los deberes muy bien para conseguirlo. La voluntad y el anhelo deberán quebrar todos esos obstáculos que dispondrá lo inevitable. Es cierto: hay claros favoritos y son España y Alemania. Pero, ¿quién se fía? No podemos adelantarnos. Los pronósticos tienen una capacidad inagotable para retratar a los cándidos futurólogos. Por lo pronto, en cuartos de final la realidad ha sido tozuda. Veremos si las semis deparan más espacio para las sorpresas. Sólo sé, mi amigo, que la mejor forma de conquistar la victoria es darle las menos razones posibles para que te dé la espalda.
Por favor, guarda esta carta hasta el 1 de julio. Pase lo que pase mantén la correspondencia. Afectuosamente,
– Carta III: Buscando a Portugal
– Carta IV: El entorno adolescente
* Carlos Zúmer es periodista. En Twitter: @CarlosZumer
– Foto: Ivan Sekretarev (AP)
©2024 Blog fútbol. Blog deporte | Análisis deportivo. Análisis fútbol
Aviso legal