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Carlos Zúmer / Firmas

Cartas a Europa del Este (IV): El entorno adolescente

por el 20 junio, 2012 • 11:56

Desde algún lugar de España,

La verdad es que te hubiera hecho gracia la última frase del artículo de ayer de David Gistau: “Pobrines, si no me los imagino ni devolviendo las películas sin rebobinar”. Se refiere a los chiquillos de la Selección. Más allá de la gamberrada, es una ocurrencia que explica bastante bien el sentir del combinado y su afición. Gistau habla de la santurronería de una Selección que tiene que ganar sacando el ballet y el cuarteto de cuerda. Todo lo que no es eso parece una victoria desalmada y grosera. Con todo, creo que los chicos practicarán el credo esteta de la posesión hasta las últimas consecuencias pero abrazarán la victoria por imperfecta que sea. En el fondo todos darían por buena esa máxima de aquel presidente italiano, aunque no sea el camino deseado: “Lo ideal sería ganar un partido contra un equipo que no para de chutar al larguero y que en el minuto 90 se mete un gol en propia puerta”. La inocencia de los bajitos no implica la ausencia del pragmatismo necesario. El problema, más que los propios jugadores, es del entorno, que va mucho más allá. El entorno nunca sabe lo que quiere.

 

Viste que España pasó a cuartos a disgusto, como con la pinza en la nariz. ¿Tanto importa la forma de jugar? De un tiempo a esta parte, sí. El criterio estético es el prurito del momento. Resulta extremadamente curioso, mi amigo, que se haya conseguido lo más deseado, el célebre gen competitivo, pero que el ambiente se abronque con la conocida colección de reproches de corte y confección. ¡Qué mal jugamos contra Croacia! Y es muy cierto pero, ¡y sacar adelante un partido tan atascado, una situación tan tensa, con la clasificación en clarísimo peligro! Parece un milagro, pero después de años de sambenito perdedor, España ha logrado una evidente capacidad para superar con éxito situaciones adversas. Se ganó a Italia en aquellos penaltis de 2008. Se sobrepusieron a la derrota inaugural en Sudáfrica, frente a Suiza, y posteriormente se salvó la papeleta ante Chile. Luego vencieron todos los cruces por 1-0, que es poco menos que jugar en el alambre. Y la final la ganaron con sangre, sudor y lágrimas, justo en ese trance en el que las rutinas competitivas decantan los partidos. Lo sucedido contra Croacia es otra muestra de la valiosa solvencia que ha aquilatado España. No quiero desdeñar la importancia del método y la idea de juego (¡importantísima!), pero sin la cultura ganadora nunca se puede vencer en grandes torneos. Y ahora que lo tienen se prefiere enredar con la auditoría estética de tertulias. Como te decía, el ánimo insatisfecho no tiene final.

Sé lo que piensas respecto a esto y discrepo contigo: no creo que estemos hablando de la (alta) exigencia del entorno. Muy al contrario, todo lo que rodea a la Selección, o al menos lo más ruidoso, parece caprichoso y volátil. Héroes se acuestan villanos y al día siguiente vuelven a ser dioses. Sistemas de juego encumbrados como prodigios de Miguel Ángel son poco menos que una calamidad cuando un partido no sale bien. Y por supuesto, el juego de los nombres concretos coloca en la diana a todo el que haga falta, se llame Arbeloa, Torres o Vicente del Bosque. La verdad es que nuestra capacidad para alzar y defenestrar da auténtico pavor. Ten muy presente que la Selección se hizo mayor en una Eurocopa, la de 2008, a la que Luis Aragonés llegó bajo una oposición ferocísima. Esto no hay que olvidarlo. El tránsito de la nada a la gloria se hizo bajo un ruido insoportable de bayonetas, aunque todas enmudecieran luego de golpe, muy de pronto, y los filos se convirtieran de pronto en generosos parabienes. Por eso nos retrata tan bien la dolorosa frase de Del Bosque, que tiene varias milis: “Hemos pasado de pobres a ricos muy rápido”. Puedes hacerla extensible a cuanto quieras que no sea fútbol.

 

La inocencia de los bajitos no implica la ausencia del pragmatismo necesario. El problema, más que los propios jugadores, es del entorno, que va mucho más allá. El entorno nunca sabe lo que quiere.

 

Al final, volviendo a Gistau, coincido con él en que el fútbol no parece ningún espejo de moralidad antropológica tal y como insinuó Camus. Fútbol es fútbol y debería bastar, porque no es poco. En todo caso, a quienes retrata mejor es a los que rodean al rectángulo de juego, los que miran el pasto desde la barrera. Sigo pensando que la afición no está a la altura de la Selección, inocente y sinfónica, aunque frente a Croacia estuviera encogida y timorata. Por más que el aficionado medio defienda ahora la posesión como el catecismo del momento, ni eso convierte al hincha en seguidor sacro ni al futbolista que lo practica en depositario del verdadero fútbol. Sonroja ver que son los que defendían la Furia los que ahora enjugan lagrimones viendo a su Roja. Tal y como dices a veces bromeando, da la impresión de que un día bajará Capello en helicóptero y nos donará felizmente el catenaccio, y entonces será el cerrojo y sus bondades lo que nos hará darnos de cuchilladas a la salida del bar como si la vida nos fuera en ello. El entorno es tan mezquino como soberano, y me temo que no queda sino bailar a oídos sordos su música de moda y temporada.

Por favor, guarda esta carta hasta el 1 de julio. Pase lo que pase mantén la correspondencia. Afectuosamente,

 

Carta I: La vida sin Puyol

Carta II: La vida sin Villa

Carta III: Buscando a Portugal

* Carlos Zúmer es periodista. En Twitter: @CarlosZumer




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