¿Capaz o incapaz?

por el 21 mayo, 2015 • 14:13

 

Rafael Nadal no ganará el próximo Roland Garros. Respiren, no estoy loco, al menos de momento. Después de esta salvaje afirmación –porque no puede vestirse con otra etiqueta– es el momento de argumentar, o al menos intentarlo, el porqué de este alegato. Desde luego no soy el único que lo piensa, la corriente viene de lejos debido a una serie de resultados y sensaciones que no han acompañado al tenista balear durante los últimos meses, provocando una suma de adeptos a este pensamiento de cara al Grand Slam parisino. Ya sea por sus números actuales, su escaso palmarés en 2015, el bajón físico de su juego o el gran momento de alguno de sus rivales, el favoritismo de Nadal respecto al segundo major del curso ha ido decayendo hasta situarse en segundo, tercer, o incluso cuarto escalón, según la opinión de cada uno. Veamos si los fundamentos de esta tendencia se pueden defender.

El origen de todas las decepciones de esta temporada nace en las cuerdas de su raqueta, es decir, su juego. Un estilo que ya no puede dominar como antaño, sustentado en la potencia física y la premisa de pasar siempre una bola más que el rival. Todo esfuerzo tiene su recompensa pero también su factura, un extracto que el manacorense ha empezado a pagar con 28 años. Su cuerpo, habituado a hacer saltar las alarmas, ya ha dado algún que otro aviso visto el peligro que podría entrañar en un futuro, circunstancias que llevaron a Rafa a modificar su planteamiento sobre la pista, volviéndose más ofensivo, golpeando más plano a la bola e incluso ofreciendo unas cifras notables desde la línea de saque (véanse las temporadas de 2010 o 2013). Esa mezcla de estilos le ha llevado a conquistar todas las plazas del circuito, ocupar la cima durante más de cien semanas y convertirse en la bandera más admirable del deporte de nuestro país. El camino a recorrer lo sabe mejor que nadie, ya lo ha transitado otras veces. ¿Por qué no recuperar esa versión para la cita más importante del calendario?

En tan solo cuatro días empezará una nueva aventura en la capital francesa donde el éxito solo aguarda a quien sea capaz de inclinar a las mejores raquetas del vestuario, otro apartado en el que Nadal no llega al aprobado en sus últimas intervenciones. Siete duelos ante jugadores del top-10 esta temporada resueltos con dos victorias y cinco derrotas. Berdych, Raonic, Murray o Wawrinka han encontrado la fórmula para hacerle cosquillas al español en todas las rondas posibles, ofreciendo luz en un terreno donde antes solo había oscuridad. Hablamos del tercer jugador de la historia con más victorias ante los diez primeros del ranking (131) y el segundo que mayor porcentaje de triunfos refleja (67 %), solo por detrás del célebre Björn Borg. ¿Son útiles estos datos en estos momentos o forman ya parte del pasado? Lo que está claro es que si hay un jugador capaz de solventar las situaciones más ajustadas, ése es sin duda Rafa, siempre un paso por delante cada vez que su oponente pertenecía al primer vagón de la ATP.

Podemos saltarnos los factores más subjetivos e ir directos hasta el epicentro de la cuestión, es decir, quien levanta los trofeos cada domingo. Por primera vez desde que Rafael es Nadal –como bien titulan Muñiz y Vega en su libro– nunca antes había llegado a Roland Garros sin ningún gran título en sus bolsillos, con todo el respeto al ATP 250 de Buenos Aires. Ni Barcelona, Ni Madrid, ni Roma pudieron devolver al balear esa dosis de confianza que necesitaba. Pero claro, del mismo modo llegó en 2014 –exceptuando la final ante Nishikori en la Caja Mágica donde una lesión le allanó el camino al triunfo– y claro, el resultado ya lo sabemos todos. La Philippe Chatrier hizo caso omiso a los resultados previos aumentando su racha de victorias hasta el 35-0, otorgándole su novena copa en un territorio que se estremece cada vez que escucha su nombre, la del guardián que más veces ha levantado los brazos al cielo dentro de esas cuatro líneas.

 

Tan ansiado es el botín y tal es la dictadura expuesta en los últimos diez años que solo dos jugadores en activo saben qué se siente al salir coronado en París. A la candidatura perenne del vigente emperador se le une, con más fuerza que nunca, la de Novak Djokovic, número uno del mundo y dominador absoluto allá donde vaya. Solo dos derrotas en casi 40 partidos este curso son la prueba más evidente. Junto a él aparecen Andy Murray, imbatido todavía en arcilla en 2015, y Kei Nishikori, la eterna promesa llamada a desbancar, más pronto que tarde, al genuino Big 4. ¿Cómo parar a raquetas de este calibre forjadas bajo el propósito de asaltar el mayor tesoro de Rafa? Rascando un poco en el pasado, ya hubo un suizo que lo intentó de 2005 a 2008 y, sin embargo, siempre acababa tropezando en la misma piedra. De nada servía que su hogar fuera el ático de la clasificación. Como tampoco ha logrado su objetivo cierto serbio en las últimas tres temporadas, pese a todo el empeño que ofreció por atrapar la última reliquia que faltaba en sus vitrinas. Da para pensar. Quizá estemos ante una cita en la que no importe cómo se llegue, sino cómo se sale de ella.

Voy escribiendo párrafos y me voy dando cuenta que según se van exponiendo los elementos, la leyenda de Rafa los va desplazando a su antojo. Pese a todo, una leyenda que no pasa por su mejor momento, ni siquiera en cuanto a confianza y seguridad personal. Se advierte en su discurso cada vez que aparece un micrófono delante, oteando una decadencia que él mismo anuncia a la vez que se desprende de cualquier tipo de presión o ansiedad. Llama la atención especialmente porque el discurso de Nadal, nunca próximo a la arrogancia, pero siempre estuvo cargado de positivismo y una instinto de superación nunca antes visto. Esa tenacidad tiene que nacer contigo, solo así se puede ganar con 16 años a campeones de Grand Slam, prometer con 18 que vas a ganar Wimbledon y cumplirlo, o superar las mil y una lesiones que se puedan imaginar volviendo en cada una de ellas con más hambre y ambición que antes. Lo dicho, cada flecha que le apunta se la lleva el viento antes de darle siquiera tiempo a afilarse.

Entonces, ¿qué? “Empiezas diciendo negro y terminas inundado entre los blancos”, pensaréis algunos. Ya lo aventuró Gustavo Kuerten hace doce meses: “Rafa no ganará Roland Garros 2014”. Todavía está buscando un lugar donde esconderse. A quién se le ocurre apostar en contra de alguien con 46 títulos sobre polvo de ladrillo, un hombre que lleva diez años de manera ininterrumpida levantando majors, alguien que ha jugado nueve finales en París y las ha ganado todas. ¡Todas! Una derrota en diez participaciones, un porcentaje de victoria en Roland Garros del 83 % y del 92 % sobre la superficie más lenta del planeta. ¿O es que ya no recuerdan el récord de 81 triunfos consecutivos en  tierra batida? ¿O todas las veces que dudamos de él y nos devolvió la fe a base de gloria? Con este monstruo, perdonen la expresión, solo hay una pregunta posible cada vez que un reto se presenta en su camino. ¿Capaz o incapaz? Lo siento, pero no seré yo quien firme la segunda opción.

* Fernando Murciego es periodista.




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