Camino a las Dolomitas

por el 21 noviembre, 2013 • 14:41

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Hace 50 años, mi abuelo recibió, por parte de su cuñado, un sobre cerrado. Dicho sobre contenía una foto firmada por el ciclista italiano Fausto Coppi. Al verla, lo primero que pensó fue que se trataba de una broma, que no era posible. Creyó que su cuñado había cogido una foto del ciclista y había hecho un garabato. Para responder a una broma tan desagradable (mi abuelo era un fanático del ciclismo) decidió coger una foto de Lola Flores, firmarla a su manera y mandarla por correo a su cuñado. Cuando éste recibió el supuesto autógrafo, una gran felicidad le embargó y la enseñó con orgullo a todos sus amigos.

Pasaron los años y mi abuelo nunca se acabó de creer que su cuñado pudiera haber conseguido el autógrafo del gran Coppi, a pesar de que le contó que se encontró con él en un hotel italiano. Por otro lado, al ver la ilusión que le había hecho el autógrafo de Lola Flores, nunca le contó la verdadera identidad de su autor. Hace un par de meses, mi abuela me regaló el autógrafo de Fausto Coppi y me contó la historia que llevaba consigo. Yo por mi parte empecé a indagar sobre su figura y descubrí, de rebote, la historia del que fue su gran antagonista: Gino Bartali.

Coppi

Bartali era un ciclista descomunal, dicen que bebía alcohol y fumaba tabaco sólo para desmoralizar a sus rivales. Los que intentaban seguirle afirmaban que cuanto más duras resultaban las condiciones en las carreras (frío, viento, nieve…) mejor se sentía encima de la bicicleta. Pero lo que me asombró más sobre su vida no fueron sus victorias en las grandes rondas, sino su capacidad altruista, a pesar de llevar siempre consigo el estigma de ser el corredor de Mussolini y uno de los emblemas de la Italia fascista. Cuando se declaró la II Guerra Mundial, Gino Bartali sufrió la frustración del deportista que se encuentra en los mejores años de su carrera y debe dejar de competir. Mientras algunos se escondían y esperaban que pasara el temporal para volver a la normalidad, Bartali decidió involucrarse y defender a los que más lo necesitaban. De este modo, formó parte de una red que ayudaba a los judíos a conseguir documentación falsa para poder escapar de Italia. Gino llevaba dichos documentos escondidos debajo del sillín o en el cuadro de su bici. Algunas veces hacía también de guía y les mostraba los caminos secundarios de una Toscana que conocía como la palma de su mano. Bartali siempre llevaba su nombre inscrito en su camiseta para que la policía pudiera reconocerle de antemano y así evitar preguntas que pudieran poner en entredicho la necesidad de tanto entrenamiento. La realidad es que cuando lo veían, le aplaudían y le animaban o le hacían parar para firmar algún autógrafo. Nadie podía sospechar que un ganador del Tour pudiera formar parte de un entramado como aquél.

El caso es que la guerra terminó y Gino Bartali pudo regresar a la competición, pero en 1948 y en pleno Tour de Francia, recibió una llamada del primer ministro italiano, Alcide de Gasperi. Le comunicaba que el líder del partido comunista italiano, Palmiro Togliatti, había sufrido un atentado y que el país estaba al borde de la guerra civil. De Gasperi le pidió a Bartali si podía ganar el Tour de Francia para calmar los ánimos de la población. Bartali estaba a 21 minutos del líder y sólo le quiso prometer que intentaría ganar la siguiente etapa de montaña. El 25 de julio, en los Campos Elíseos de París, Bartali se subía a lo más alto del podio del Tour e Italia entera lo celebraba. Su leyenda se agrandaba aún más.

Pero, si Gino Bartali era tan grande, ¿por qué mi abuelo siempre prefirió a Fausto Coppi? ¿Quizás era el estilo? ¿Su carisma? ¿Su grandioso palmarés? Es difícil de saber, pero lo cierto es que Fausto Coppi jugó perfectamente el papel de antagonista en esta historia. Un antagonista complejo, como en las grandes películas, ya que la rivalidad entre Bartali y Coppi estaba envuelta en una capa de amistad que el tiempo fue forjando a fuego lento. En sus inicios, Coppi representaba la juventud, la rebeldía y el agnosticismo en el contexto de una Italia puritana como nunca. Al mismo tiempo, Bartali representaba la moderación, la responsabilidad, el catolicismo y la madurez del que no necesita escandalizar para alcanzar la excelencia. Las dos Italias.

Encima de la bicicleta, Coppi sólo creía en su cuerpo y su mente, la fuerza que emanaba de sus piernas. A su lado, Bartali le pedía a Dios más fuerza para derrotar a aquella bestia. La obsesión por ganarle se fue acentuando con el tiempo, hasta analizar cada detalle de la vida de Coppi. Entraba de escondidas en su habitación para mirar en la basura restos de las sustancias que tomaba, se fijaba dónde dejaba caer los botellines de agua durante las carreras para regresar después de la etapa a buscarlos y poder analizar lo que había bebido. Con el tiempo Bartali fue aceptando el cambio de ciclo, hasta aceptar su rol de gregario de Coppi las veces que compartieron equipo.

Pero el hecho es que si Bartali podía llegar a ser obsesivo, Coppi era pasional y magnético. Muchos se identificaron con él porque quiso vivir la vida que deseaba. En 1948, Giulia Occhini, la mujer de un capitán de la armada italiana y gran aficionado al ciclismo, fue a ver un final de etapa del Giro. Después de la etapa, Giulia fue al hotel de Coppi para pedirle un autógrafo y a raíz de ese encuentro empezó una clandestina historia de amor. Las apariciones de Giulia Occhini al final de muchas etapas empezaron a generar suspicacias y sus atuendos, con predilección por el blanco, hicieron que la prensa la definiera como la Dama Bianca, con todo el componente misterioso que conllevaba. La presión cayó encima de ellos, ya que Coppi también estaba casado y tenía una hija. La Italia de la posguerra no se caracterizaba precisamente por ser abierta al divorcio, y los dos fueron víctimas de una caza de brujas. Las persecuciones llegaron hasta el punto de que la policía entraba en hoteles y casas en los que se hospedaban para comprobar si estaban juntos. El papa Pío XII le pidió personalmente a Coppi que volviera con su mujer, pero al rechazar la petición, el papa se negó a bendecir el pelotón del Giro si Coppi tomaba parte en él. Finalmente Giulia y Coppi tuvieron que casarse en México. Más tarde ella fue obligada a emigrar a Argentina para poder dar a luz a su hijo Faustino.

Después de todo ese escándalo, el rendimiento de Coppi cayó en picado. En muchas competiciones apareció también el boicot a su presencia. Pero Coppi nunca dejó de competir, a pesar de que durante sus últimos años prácticamente se arrastraba encima de la bicicleta. Finalmente, en una gira en Burkina Faso, contrajo malaria y una mala diagnosis de la enfermedad hizo que muriera con sólo 40 años. Gino Bartali acudió a su entierro y más tarde contó: “Nunca podré olvidar ese barro viscoso que se me pegaba en las botas en el camino que sube a Castellania. Arriba estaba el cuerpo de Fausto, lo iban a meter en un ataúd. Yo pensé en el barro, aquél que se nos pegaba a las piernas en las terribles etapas de las Dolomitas”.

Bartali, por su parte, vivió una larga vida: murió en el año 2000 con 85 años. Hasta 2003 no se descubrió, gracias a un diario que permaneció escondido, todo lo que hizo para los judíos durante la guerra. Nunca buscó más reconocimiento que el que le daba el deporte. Algunas de sus reflexiones han adquirido hoy otra dimensión: “Si haces un favor a un amigo y lo cuentas, ¿qué clase de favor es ese? Las cosas que se hacen por deporte son como medallas que se ponen en tu camiseta, pero las que haces porque crees en ellas, las llevas contigo para siempre”.

* Lluc Güell es realizador audiovisual.





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