"La clave del éxito no es jugar como un gran equipo, sino jugar como si el equipo fuera una familia". Stephen Curry
Hace bastante tiempo, durante un seminario veraniego, un entrenador sin excesivo renombre dijo lo siguiente: “El Barça juega el mejor fútbol agregado del mundo y el Real Madrid es el mejor en la dispersión”. Meses más tarde, el Barça empezó a jugar más veloz y directo, algo menos agregado, y en Madrid plantearon la necesidad de practicar más asiduamente el ataque organizado, momento en el que uno empezó a interrogarse sobre cuál era el sentido de este cambio de papeles. El cambio de papeles, digámoslo también, no ha llegado a producirse, ni tiene visos de ir más allá de momentos concretos. En el caso del Barça ha coincidido más con períodos de indisciplina táctica que con voluntad seria de modificar el modo de jugar. Bastó la lesión de Xavi en el soleo para que algunos compañeros le pasaran por encima al galope, probablemente en busca de velocidad aunque acabaran cayendo en la precipitación. Si se hubiese tratado de instantes puntuales en un partido, entenderíamos que el Barça planteaba una treta al rival: aparentar retroceder para quebrar los planes habitualmente estáticos del contrario y pillarle al contrapié. Algo así como si Tello, en vez de disparar a la izquierda del portero, alguna vez lo hiciera a la derecha para variar y ser menos predecible. Pero en el caso del colectivo, fue más bien relajación táctica: aunque pueda parecer lo contrario, jugar agregado como acostumbra el Barça puede llegar a fatigar mentalmente más que hacerlo vertical y directo, sobre todo si cada tres días te encuentras con una doble muralla enfrente.
Como saben, este asunto aún está pendiente de corrección aunque es curioso que, en momentos de resultados apretados o negativos, escuchemos muchas voces pidiendo que el Barça juegue a lo opuesto de su estilo: que chute desde lejos, que cuelgue balones al área, que contragolpee, que sea vertical, que salga un 9 gigantón del banquillo… Propuestas todas ellas muy estimables y que posiblemente tuvieran sentido en un momento dado o puntual, pero que se contradicen con el modo de jugar del equipo y, sobre todo, con sus jugadores. Si el Barça dispusiera de delanteros-tanque, de contragolpeadores natos y de cañoneros lejanos, entonces no sería este Barça, sino otro equipo, al igual que si el Madrid jugara con pequeños centrocampistas empeñados en avanzar a base de triángulos reducidos y agrupados, quizás seguiría siendo un gran equipo, pero muy diferente al actual. El equipo perfecto y completo no existe porque no se puede tener todo y cuando se tiene, siempre falta algo, quizás tiempo o paciencia, o sobra algo, tal vez egolatría o acomodamiento.
A los equipos hay que pedirles que hagan bien lo que saben y pueden hacer, que sean coherentes con su manera de interpretar el fútbol, incorporando detalles o variantes que puedan mejorar su desempeño y minimizar el del rival. Pero cada uno es cada cual y empeñarse en ser otro no acostumbra a salir bien. La artesanía es un arma de futuro.
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