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"Entonces marcábamos goles, pero no nos daban trofeos por hacerlo". Telmo Zarra


Santoral / Historias

Buena ocasión para Sami

por el 18 febrero, 2013 • 20:31

Como si se tratara de una asistencia de gol, término que el protagonista no conoció mientras anduvo en activo, los 300 tantos superados por Leo Messi en cifra siempre redonda suponen una buena oportunidad, o excusa, para acercarnos a la figura de Josep Samitier. A la imprescindible figura de Sami, subrayemos. Y hagámoslo, para empezar, situando al personaje en su tiempo. Sin demérito para nadie, ni anhelo alguno de caer en absurdas comparativas, la historia muestra y asegura que Sami es el segundo goleador en la historia del Barça con sus 326 goles obtenidos en 454 partidos, mientras Paulino Alcántara continúa liderando el ranking, gracias a sus 369 tantos en 357 comparecencias vestido de blaugrana. Si, por supuesto, las dos glorias de hace (casi) un siglo no computan al alcanzar sus formidables registros en la suma de partidos oficiales y amistosos y, por tanto, Messi ya es el súmmum desde que avanzó a César Rodríguez, contando estrictamente duelos de competición. Bien, esa es una respetable manera de plantear las cosas, pero téngase en cuenta que aquel fútbol, de creciente seguimiento popular y aún con las competiciones nacionales o internacionales por crear, daba a menudo tanta importancia a las pachangas como a los campeonatos, fueran del cariz que fueran. La Liga nace en 1929 y antes los llamados campeonatos regionales apenas alcanzaban 18 jornadas a lo sumo. Por tanto, y a la espera del breve Campeonato de España –la Copa– disputada por las instituciones de mayor potencial, las jornadas de calendario se llenaban con la organización de tales amistosos, en muchos casos superiores por calidad de adversario y enjundia del litigio a los partidos llamados oficiales. Así que los clubes vieron ahí la oportunidad de conseguir suculentas taquillas, venga a dar la brega con amistosos de todo tipo, preferiblemente ante potentes y vistosos equipos extranjeros que saciaran la sed y curiosidad de las masas que empezaban a apostar por el seguimiento del fútbol. Si querías futbol, no quedaba otro remedio que acercarte al estadio. Si querías conocer otras escuelas, figuras o técnicas, no quedaba otra que invitarlas a visitar tu feudo y pagarles viajes y estancia.

Zamora y Samitier

Por tanto, y en explicación a vuelapluma, desmerecer hoy a los amistosos de antaño no resulta de recibo ni imparte la justicia debida. En el caso de Pepe Samitier, que el estratosférico argentino se acerque a su listón debería generar, ojalá, mayor y mejor conocimiento de su simpar figura. Primera hipótesis: Ricardo Zamora y él son las primeras vacas sagradas, las iniciales figuras mediáticas que expanden la pasión por el fútbol de modo exponencial por toda España. En el Barcelona existe un pionero, precisamente Paulino Alcántara, que revoluciona los graderíos gracias a sus innovaciones técnicas y enorme calidad ante el gol, pero son sus sucesores quienes logran el impacto definitivo. ¿Por qué? Ha crecido la pasión, los compañeros son mucho mejores en su habilidad con el balón y el público ha gozado de veinte años de trayectoria hasta familiarizarse y dominar los entresijos de la importada disciplina británica. Samitier nace en 1902 y, desde su propia casa, se aficiona al balón gracias a los partidos que se disputan en el vecino Campo Fondo o en otros campitos de la zona, incluido el de la calle Industria, conocido como La escupidera por sus exiguas dimensiones. Esa zona de escasas manzanas de extensión se convierte en el centro neurálgico del balón en la capital catalana, allá donde se concentra el seguimiento y expansión de tan fenomenal novedad. Ese reducto estaba situado en las inmediaciones de la actual Escola Industrial, enclavada en la calle Urgel, la calle donde nace y vive Sami. Allí juegan el Español, el España, el Universitario, el Internacional, el Català y el propio Barcelona, que empiezan a granjearse, cada uno según sus méritos, el seguimiento de aficionados fieles. A Sami, loco por el balón, le pirra el Barcelona y llega a jugar con ellos en su equipo infantil, pero madura y se brea alineado con el Internacional. Sin salir de la adolescencia, el Barcelona vuelve a captarle gracias al legendario reloj de pulsera luminosa, para ver la hora de noche, que le regala a cambio de procurarse sus servicios, y allí llega con Zamora para cambiar el curso de la historia.

Selección española en los Juegos Olímpicos de Amberes de 1920

Trayectoria que también dispara la participación de España, por vez primera, en la competición futbolística de los Juegos de Amberes’20, estreno y puesta de largo para un seleccionado que obtiene la medalla de plata por sorpresa y dispara la atención masiva sobre el fútbol, que sale de las catacumbas para alcanzar la primera plenitud de seguimiento y reconocimiento social. Sami acude a esa explosión con 18 años recién cumplidos, el más joven de la expedición. A su regreso, aún con Alcántara en el plantel, el Barcelona arma su primer equipo de campanillas, forjado a partir de formidables personalidades como el mencionado Zamora, el alemán Walter, Mas, La Vieja Torralba, Sancho, Piera, Sagi, Galicia, Gracia y un extenso etcétera. Y el estandarte es Samitier, quien ofrece lo nunca visto antes al personal, ya que sabe conjugar malabarismos y empuje con una ambición y espíritu competitivos desconocidos hasta la fecha. Dotado de un sensacional carisma y un don de gentes simpar, Sami atrae al fútbol a enjambres de aficionados, es tan sugerente como la pura miel. Nace la llamada Edad de Oro de la entidad: en quince años de servicios a su causa, Pepe logra 12 campeonatos de Catalunya, 5 Copas de España y la primera Liga, la de 1929. Con él, el futbol español evoluciona desde el llamado amateurismo marrón hasta el profesionalismo aceptado, por mucho que esa trayectoria molestara a espíritus puros del tipo Joan Gamper, peleado a muerte con la idea de que los sportsmen pudieran percibir retribución.

En la Barcelona de entonces, Pepe Samitier se convierte en el gran polo de atracción. Amigo de personajes tan famosos como Carlos Gardel, Maurice Chevalier o Josephine Baker, auténtico adelantado a su tiempo, alcanza el estatus de celebridad. Con la República en marcha, una falsedad de la directiva azulgrana, que miente sobre su edad al justificar la inminente renovación de aquel plantel de éxito hoy en declive, provoca su fichaje por el Real Madrid, donde obtiene una Liga y otra Copa aún antes de colgar las botas. Las deja en el perchero durante un homenaje en Les Corts –el campo que ayudó a construir, como Kubala con el Camp Nou– que se llena y vuelca con él para agradecerle los inmensos servicios prestados, el tremendo empujón que ha brindado a la popularización de su disciplina. Entrena al Atlético y, al estallar la Guerra Civil, corre hacia la frontera para volver a enrolarse como jugador en el Niza. Desde ahí, años más tarde, decide volver a casa. Al fin y al cabo, es amigo personal de Francisco Franco, quien le admira desde que jugara al servicio del Real Madrid. Sami afronta otro reto, entrena al Barcelona y le hace campeón de su primera liga en la postguerra gracias a sus tremendas dotes como psicólogo y su dominio de la estrategia aplicada, que enseña a sus ahora discípulos. Al anticiparse a la jugada de manera maestra, ve que eso del banquillo quema como un fogón y decide saltar a la dirección técnica, desempeño que populariza en nuestro fútbol y cargo desde el que logra sensacionales aciertos, como el fichaje de Kubala, el posterior de Di Stéfano o la demostración de un formidable ojo clínico para alcanzar los refuerzos de prodigios tipo Villaverde, Evaristo, Eulogio Martínez y algunos otros, los futbolistas que abrirán al club las puertas de su era moderna. Y no llegó a presidente, simplemente, porque no se lo propuso. Del mismo modo que nunca quiso meter las narices en negocios ajenos al fútbol, Josep Samitier prefirió las bondades del bon vivant, eternamente vinculado a su pasión. Hizo su trabajo bien y a plena satisfacción y aún hoy pocos pueden alardear, allá donde sea, de haber sido considerado el mejor jugador de Europa en su tiempo, conseguir títulos como míster y diseñar formidables plantillas desde la dirección técnica, ahí es nada. Tres triunfos en uno.

Samitier durante su etapa de entrenador

Apenas algunas anécdotas ya, significativas para elaborar este perfil apresurado. Como jugador que empleaba cualquier objetivo para alcanzar su competitivo fin, ningún otro que ganar, desquició a la Real Sociedad en el tercer y definitivo encuentro de la legendaria final de Santander en 1928 a base de chutar balones fuera, cuanto más lejos del área propia, mejor. Fue Sami quien instituyó la tradición vigente de celebrar los títulos desde el balcón de las instituciones locales a base de soltar grandes frases populistas y decir aquello que los enfervorizados seguidores querían oír de su ídolo. También, como instruyó al mismísimo Kubala, que le profesaba incondicional cariño, sobre qué hacer en un club de dimensiones descomunales y proceder un tanto veleidoso por costumbre: lograr que te echen y que nunca puedan decir que has sido tú quien se ha ido… De la mano de Samitier, el fútbol entra aquí en fase adulta, madura. Estupendo que Messi nos brinde la excusa para situar su inmensa proyección porque de él venimos. De otros, por supuesto, también, pero fue Sami quien sentó las bases de cuanto vivimos hoy. A cualquiera no se le ponen los alias que él gozó, tipo el hombre saltamontes, por sus habilidades atléticas, o el mago del balón, elogio acuñado por nuestros ancestros ante su fenomenal habilidad técnica. Y la biografía de Samitier sorprende por la desmesura del personaje. Venimos de gente como él y gracias a él, esto goza de la dimensión alcanzada.

* Frederic Porta es escritor y periodista.





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