Noche de viernes a principios de julio de 2014, las sensaciones de la torcida al salir del Arena Castelão tras asistir a la semifinal de su propio mundial eran encontradas. Por una parte, alegría por la victoria ante una emergente Colombia con, quién lo iba a decir, goles de sus dos centrales. Pero, por otro lado, el desconsuelo de perder para el resto del torneo a su referente, a su guía, a su líder. Una entrada brusca del colombiano Zúñiga le fracturaba una vértebra a Neymar y fracturaba también los planes de unos 200 millones de brasileños.
Desconsuelo absoluto del atacante brasileño, pues decía adiós al sueño de liderar a su selección a la victoria, a la cima del deporte rey, a la conquista de la Copa del Mundo, jugando ante los suyos. La duda se había instalado en los anfitriones: ¿sería capaz la selección brasileña de superar tal adversidad? Esperaban cuatro días de incertidumbres, debates y búsqueda de soluciones. Todos sabían lo influyente que era el futbolista del Barça. Mucho. La revista Forbes le nombró como el brasileño más influyente en 2014, por delante, entre otros. de la modelo Gisele Bündchen, el escritor Paulo Coelho o el mismísimo O Rei Pelé. Saber si su ausencia en el verde seria definitiva era algo que tendría que esperar. Algunos comentaban, para seguir creyendo, que durante el segundo partido del mundial de Chile en 1962, Pelé se lesionó para el resto del campeonato y aún así Brasil conquistó el que por aquel entonces era su segundo entorchado de la ahora pentacampeona. Poco consuelo para un país marcado aún por el Maracanazo hace ya la friolera de 65 veranos.
Todos sabían que al ya de por si triste juego de los de Luiz Felipe Scolari le iba a faltar alegría al no estar Neymar en el césped. El atrevimiento para encarar el uno contra uno, la maestría en el lanzamiento de tiros libres y especialmente esa confianza para querer el balón en momentos complicados. El resultado del partido frente a los teutones fue y será histórico: 1-7. Los alemanes ya ganaban por 0-5 en el minuto 29, lo nunca visto. Brasil era un equipo sin alma, sin un plan de juego, sin rumbo. Fue un castillo de naipes que al mínimo aire que aplicó una gran selección rival se vino abajo sin remisión.
Nada hubiese cambiado, en mi opinión, ese día si Neymar hubiera podido participar. O al menos, no el vencedor. Brasil no presentó un equipo brillante, alegre e imaginativo como solía históricamente. Sin duda era uno de los combinados más débiles de siempre. La presencia de la estrella había solucionado partidos previos con chispazos de calidad ante equipos mucho menos potentes y efectivos que los discípulos de Joachim Löw.
El destino es caprichoso y un año después al bueno de Neymar le volvió a ocurrir lo mismo. Se quedó fuera del torneo de selecciones más antiguo de selecciones, la Copa América. Esta vez el motivo fue bien distinto. Otra vez contra Colombia. En un partido duro, con muchas interrupciones, ante unos cafeteros menos brillantes que un año atrás, la estrella se volvió a apagar al darle un balonazo a un rival con el juego parado y, posteriormente, arremeter contra el árbitro ya en el túnel de vestuarios. La historia se repite.
Brasil es ahora mismo una selección gris, un grupo de jugadores veteranos (siete jugadores del once inicial frente a Venezuela y Paraguay superan los 30 años), con escasa capacidad de desequilibrio, carencias tácticas y evidentemente sin la magia histórica del futbolista brasileño. La presencia o no de Neymar en esta selección ayuda para superar a selecciones que ofrecen el rigor defensivo y el orden como credenciales, pero con selecciones de primer orden, con o sin Neymar las probabilidades de éxito son escasas.
Neymar condiciona el juego de sus compañeros por ser un monstruo mediático. Necesita en cada partido su cuota de protagonismo y modifica el planteamiento de su equipo y el del rival por su buen manejo de balón, excelente conducción, habilidad y desequilibrio, pero también debe asumir las obligaciones del juego, del rival y las propias; realizar las transiciones ataque-defensa con mayor solvencia, colaborar en mayor medida en la recuperación del balón y ser más sincero en sus caídas. Aprender a perder e incluso a ganar respetando a los rivales en ambos casos. La humildad bien entendida, no exenta de ambición, es una condición importante en cualquier disciplina.
Brasil se va de la Copa América apeado por Paraguay. La selección y el futbolista deben reflexionar: el jugador, porque su inmadurez le lleva a perder acontecimientos importantes en una carrera que debe ser brillante por su calidad; y la selección, porque navega sin rumbo, sin identidad, al margen de que la brillantez de las generaciones es la base del éxito posterior. La piedra angular.
Neymar es Messi cuando juega con Brasil, pero en su club, aunque realizó una buena temporada, le pasa lo que le puede pasar a Coutinho o Willian en Brasil: está a la sombra de la estrella. Aunque la comparativa entre Messi y Neymar es claramente desigual, en realidad con el argentino actualmente nadie sale bien parado. En mi opinión solo un futbolista le discutiría el título de mejor jugador de la historia. Pero eso ya es otra historia.
* Julio Llanos es entrenador.
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