La fecha de 4 de noviembre de 2012 pasará a a historia como el domingo en que no se celebró la Maratón de Nueva York. La ciudad está sufriendo los efectos del primer gran fenómeno climático del otoño. Antes de que las nobles aceras de la Quinta Avenida tengan que ser limpiadas de nieve y haya que esmerarse en cuidar que los turistas no se maten por los pavimentos helados, la tormenta atlántica Sandy ha dejado la ciudad arrasada. Más de cuarenta muertos y millones de habitantes que comprueban la debilidad de sus infraestructuras. En Hoboken, Nueva Jersey, hay una balsa de agua que podría sepultar cien ballenas. Ha pasado una semana y hay que hacer colas a pie para poder llenar una garrafa con la savia que alimenta el árbol yankee: la gasolina
No es sitio ni un momento para celebrar una maratón ciclópea, en el que cuarenta y dos mil corredores atravesarán y paralizarán todavía más la urbe de la Gran Manzana. O sí. El alcalde Michael Bloomberg ha considerado que la ciudad necesitaba todos los recursos posibles para hacerla realidad y no romper el espíritu de la carrera. Pero pronto ha pensado que no. Los riesgos son evidentes. Y es que hay más de un factor en juego, aparte de calles inundadas, líneas de metro cortadas por los desperfectos y un sistema metropolitano completo cogido apenas por alfileres.
Todo no es apuntalar lo derribado por vientos de cien kilómetros por hora o drenar vaguadas donde se podrían disputar pruebas de remo olímpico. Las ciudades se han sobrepuesto a condicionantes similares. Más aún las ciudades pujantes del globo. Cuentan con los mejores medios y en días la tecnología es capaz de ganar terreno a la naturaleza, como siempre ha sido. Maratones incluídas. Es lo que tenía en mente el –probablemente– alcalde más poderoso de los EE UU. Los precedentes le avalaban. En 2010 el volcán islandés Eyjafjälla estuvo amenazando seriamente la celebración de las pruebas de primavera. Londres y Viena veían como una nube de ceniza bajaba por todo el arco atlántico europeo para perturbar seriamente el espacio aéreo de medio continente. Las organizaciones que encabezaban la movilización de casi cincuenta mil participantes vivían pendientes del débil castillo de naipes de las conexiones aéreas de Europa con el resto del mundo. Porque no solamente se trataba de volar seguro o de correr sin que se cayese una cornisa sobre la cabeza de un maratoniano. Hay otros condicionantes. Por el lado de la voluntad del participante, el deseo de cumplir el objetivo marcado. Por parte del organizador son otros bien distintos.
De todos modos, la catástrofe de Sandy no ha sido un impedimento. Algunos de los corredores que han desplazado sus piernas hasta la ciudad de los rascacielos correrían una prueba casi clandestina. Forzados por el curso de los acontecimientos, dos maratonianos españoles, Rafael Vega y José María Gallego, habían desarrollado un proyecto de solidaridad que incluía la participación en la maratón neoyorquina. Recaudan fondos para la asociación de padres de niños con cáncer de Andalucía y con toda seguridad no iban a ser los únicos, dada la fuerza con la que se mueve el ‘charity running’. Se les han unido centenares de corredores a primera hora de la mañana alrededor de Central Park, en una marea alternativa (a la fuerza, recordemos que todos han pagado religiosamente un pack exclusivo en un evento absolutamente comercial) que no disfrutará de las cifras de la prueba. Ni avituallamientos, ni traslados hasta el Verrazzano Bridge ni donuts en la zona de salida o los ánimos de la counidad judía al paso por la milla ocho.
Corren por libre. Esto no es nuevo. Por libre se corre desde tiempos inmemoriales. Como solución de emergencia se corre desde que las economías impiden la celebración de una maratón. O las trabas administrativas.
En 2006 el maratoniano madrileño Javier Sanz, coleccionador de carreras y profesor de matemáticas, se desplazaba a Buenos Aires con lo puesto, con un presupuesto ajustado. “Nunca podré olvidar esta maratón, fue mejor, qué digo, incomparablemente mejor, que la oficial”. Con billetes ajustados al presupuesto mínimo y el país sudamericano, anteponiendo todo a la celebración de la prueba, recibe un email con el anuncio del retraso de la misma. Tres semanas hacia atrás, a escasos dos meses de la fecha original. La culpa, un River-Boca a celebrar en el estadio donde inicialmente se instalaría la meta. Y un grupo surgido de internet, encabezado por el bonaerense Javier Frega, lanza a una cuarentena de damnificados a correr de modo clandestino. Sin los avituallamientos oficiales, sin las famosas avenidas libres de tráfico, los seis mil kilos de fruta o la feria del merchandising para el participante. Al corredor que ha colocado su cerebro en modalidad ‘competición-turismo’ ya le da un poco igual. Sanz apunta que “se notaba el cariño y la solidaridad entre corredores. De diferentes nacionalidades pero unidos por nuestra pasión. Esta maratón vale más que mil medallas“, como cuenta en su blog. Es la demostración de la necesidad de correr. Sea cuando y con quien sea. La misma que lleva a 125.000 solicitantes a buscar un hueco en esta Major y que popularizó definitivamente, con permiso de las demás grandes maratones europeas, el hecho de haber participado en una prueba de 42 kilómetros.
Ergo, estamos ante la misma necesidad de sostener un evento, contra viento y marea. El hecho de que el alcalde de la ciudad norteamericana quiera llevar a la ciudad que sufrió a principios de semana el ataque de Sandy, la supertormenta que inundó las infraestructuras de diez millones de habitantes.
El New York Road Runners Club (NYRRC) es una organización que desde 1976 mueve miles de visitantes a la ciudad bajo la excusa de correr la distancia mítica de los Juegos Olímpicos. Cientos de miles de corredores optan cada año a los dorsales que dan derecho a atravesar Brooklyn, Queens, Manhattan y Bronx en mitad de una vorágine de público y símbolos de la civilización occidental. En 2012 había 42.000 plazas a disposición de cuantos quisieran contribuir al dinamismo de un evento que deja en la ciudad de NY un negocio estimado de 350 millones de dólares. El pastel es de tal calibre que Michael Bloomberg, dueño del imperio de la información financiera con su propio nombre, sostuvo la celebración de la prueba hasta escasamente 42 horas de su teórico inicio. Y el debate estaba alcanzando cotas inimaginables.
En los primeros años 80, el veterano corredor holandés Jack Horneman acudía a un viaje de trabajo en Nueva York. Su entidad bancaria había organizado una reunión con sus homónimos laborales del Chase Manhattan Bank, patrocinador por aquellos días de la prueba del NYRRC. “En el final de la reunión“, cuenta este judío amsterdammer, “sale a relucir el festival runner que se celebrará el día siguiente y comento que yo también soy corredor pero que, obviamente, no he pensado inscribirme por motivos de agenda“. Además Jack es tesorero y parte del gabinete técnico de la maratón de Amsterdam. En ese momento Horneman pasa de no tener dorsal a tener la invitación expresa, el dorsal y la participación en todo el paquete promocional VIP del año siguiente. La prueba invita de manera sistemática a decenas de organizadores a mostrar cómo se prepara la logística del cierre al tráfico de una ciudad de siete millones de habitantes. Además se enseña también cómo convencer a las autoridades con un buen informe financiero. El binomio Fred Lebow–Alan Steinfeld que hace lobbying a su modo: con esa cara de hambre del corredor pero con un dossier que enamora a la meca del capitalismo.
Así es como ha crecido el New York Road Runners Club (NYRRC). Imagínense una reunión de la junta directiva de un equipo de fútbol local, con sus componentes en chándal y discutiendo con patatas fritas en la mesa y los banderines de las peñas de aficionados en la pared, y ahora pásense a una mesa de ébano con una docena de tipos en traje, mecenas respetados y peces gordos de la ciudad más salvaje de la costa Atlántica. Entender este cambio de escala es necesario para colocar una megamaratón frente a la necesidad de correr. El NYRRC es una estructura organizativa fundada entre aficionados en 1958 y que hoy mantiene todo el año funcionando programas como el Mighty Milers, que acerca el deporte a 100.000 niños de colegios de la ciudad y que recauda 34 millones de dólares al año en el país donde las iniciativas personales sustituyen en muchas ámbitos la acción pública. Pero también mantienen desde la entrada de Fred Lebow en 1972 una oficina situada en el mismo corazón de la ciudad. En el exclusivo Upper East Side, en la 89 con Central Park. Una mezcla necesaria quizá para sostener el crecimiento de una prueba que abanderó el boom del correr en los setenta y ahora es responsable de la logística de miles de personas. No es una maratón. Es el showbizz.
El articulista Chris Smith encarnaba el sábado desde Forbes una voz más entre los que defendían la postura de que los 350 M$ no lo son todo. Es más, “se verán disminuidos por los efectos devastadores de Sandy“, apunta, preguntándose si la ‘morale’ del ciudadano que pelea para que las bombas de la NYPD y NYFD puedan drenar su calle estará para salir a hacer negocio con los potenciales 2 millones de espectadores. Si es que se animan, porque la ciudad no está sólo pendiente de los chicos en pantalón corto y las camisetas de “Go Victor”.
La inauguración del estadio de los Brooklyn Nets también queda afectada por la tormenta devastadora. Recordemos que suponía el paso de la franquicia de New Jersey Nets a un distrito con una densidad de población tres veces mayor que la de Madrid. Una inversión de 1.000 millones de pavos en el pujante Brooklyn, barrio de-popular-a-clase-media-alta y que acerca a la ciudad de los Knicks su segunda franquicia de la NBA, el mayor espectáculo del mundo. Bloomberg ha tenido que envainársela porque, si no se podía coordinar con seguridad a veinte mil personas en un recinto cerrado, mal se podría asegurar la comodidad de 40.000 corredores y otros tantos acompañantes que buscan alojamiento, consumen bienes y corren por cinco de los ‘boroughs‘ de la ciudad.
El multimillonario alcalde de NY ha visto como se le multiplicaban los enanos en su circo particular del ocio y deporte. El domingo jugaban los Giants (NFL) su partido contra los Steelers en un MetLife Stadium que no había sufrido daño alguno pero con las conexiones en transporte público todavía tocadas en todo el estado de New Jersey. La metrópoli aceptaba que miles de ciudadanos pudieran echar un cable en la economía pero las voces añadían “sí, pero que ni un solo esfuerzo se retire de la zona catastrófica”. Cada generador, cada carretilla, cada camión, debían arreglar el estropicio que mantenía a millones de personas sin electricidad o que, el Domingo 4 por la mañana, aún tenía el 38% de las gasolineras del entorno sin combustible.
Bloomberg no había renunciado a ser ese alcalde Demócrata en 2001 o a los trinos de gloria del Partido Republicano en 2007 para convertirse en un damnificado. Este carácter de alcalde independiente y casi medieval era el sucesor del duro ex fiscal anti narcóticos Ralph Giuliani, que también adoraba a su manera la maratón más famosa del mundo. Era un guiño histórico; el halcón judío que pasa a gobernar con mano de broker el legado del fiscal italiano. Giuliani se había convertido durante la crisis del 11-S en la imagen pública. El huracán Sandy dejaba un escenario de terror (las primeras estimaciones hablan de 90.000 millones de dólares en daños) y sesenta muertos. Una delicada situación a escasos días de las elecciones.
De modo que la imagen de muchos estaba en juego. La del patrocinador principal, sin ir más lejos, empezaba a quedar en entredicho. ING, uno de los bancos más internacionales, acaba precisamente de ver cómo su competidor en el muy ético mundo financiero holandés, Rabobank, ha decidido retirarse del patrocinio del mundo del ciclismo. Bajo el doloroso reconocimiento de no querer participar más del lado sucio del deporte, ‘Rabo’ muestra el camino a la holandesa un ‘statement‘: el patrocinador no sólo se ocupa de su imagen en un evento. Es evidente que las cosas se están poniendo feas e ING tiene que contestar las voces que el mismo viernes saturaban la web de la prueba. En un escenario de crisis, el sponsor principal no puede contribuir a una fiesta mientras miles de vecinos están pasando dificultades. ING es el patrocinador principal de la carrera desde 2003 y tiene firmado un contrato que se renueva anualmente por valor de entre dos y tres millones de dólares.
La entidad que en 2001 confesaba sentirse ser la financiera más grande del mundo de la que nadie en los USA sabía nada, anunciaba rápidamente que el binomio NYRRC-ING donaría 500.000 dólares para ayudar en los trabajos de recuperación más inmediatos. “Businessweek” filtraba de modo casi inmediato las más crudas reacciones de una opinión pública dividida. Las redes sociales, el gran enemigo de las corporaciones verticalistas, machacaban sin piedad desde ambos flancos, los clientes de la maratón y los potenciales afectados por ella.
¿Por qué debería celebrarse una maratón que es prácticamente un desfile civil, mientras todavía se están recuperando cuerpos de ciudadanos fallecidos? Ciudad ciclotímica como pocas, Nueva York representa el extremo del sentimiento de ciudadanía para la fiesta y para el duelo. Si Sandy hubiera golpeado la Costa Este apenas 200 kilómetros más al sur, mismamente, el escaparate de la maratón estaría siendo hoy un ejemplo de superación corporativa y de solidaridad del mundo del deporte, sin ir más lejos.
Pero estos condicionantes van cada vez más unidos. La preocupación de los organizadores de eventos deportivos sobre la repercusión emocional en la ciudad y, por consiguiente, el cuidado en que el target de los participantes-clientes no confluya fatalmente con los habitantes-votantes. Una maratón de 40.000 personas o un gran premio de Fórmula 1 son más o menos lo mismo. Un balance contable gigantesco con grandes repercusiones de imagen política. Precisamente esto fue lo que sucedió en 2010 con la maratón de Valencia. Los intereses de los participantes podían pasar fácilmente a un segundo plano.
Y es que, la maratón de Valencia 2011, prevista para el domingo 20 de Febrero, con todo anunciado en las ferias de corredores de media Europa y las inscripciones abiertas meses atrás, finalmente no se celebraría en la fecha prevista. Algunos corredores terminaron organizándose a través de una clandestinidad forzada. ¿Sólo ocurre cuando la fatalidad se ceba sobre el calendario de Majors? Se demuestra a diario que, en otras ocasiones, no hay un Sr. Concejal de Deportes o un balance financiero sino que la autosuficiencia se adelanta o se impone a determinados requerimientos del marketing.
De modo habitual, la necesidad de incurrir en infraestructuras y en costes de tiempo, desplazamiento y presupuestos específicos hace que los corredores se organicen en las más mínimas y aberrantemente simpáticas maneras. Desde la quedada informal con parada en bares y gasolineras, a medio camino entre un entrenamiento autosuficiente hasta el uso de grupos de facebook para aglutinar decenas de personas de un mundo sin fronteras físicas. Sin catástrofes naturales por medio, es apenas requisito la conectividad para que las maratones o las carreras pirata surjan por doquier.
Es prácticamente imposible colocar un momento inicial dado que la frontera entre ‘quedar a correr’ y ‘organizar un evento de bajo perfil’ es casi inexistente. Obviamente el crecimiento en España de las comunidades de internet de Carreraspopulares, ElAtleta, y posteriormente los primeros blogs aglutinaron a la gente entorno a un bar, un aparcamiento y una decena de tipos con un recorrido pactado y una riñonera o mochila de hidratación. Adiós a los calendarios de las revistas y, aún más, a ser dependientes de los guías necesarios para correr por tal o cual sitio de modo oficial. Se había abierto una espita. La misma que libera la tensión cuando las cosas se ponen mal en el aeropuerto JFK o en las líneas de tren que conducen al partido de los Yankees. Dar vueltas entre colegas. Colgarlo en twitter, que la prensa digital te saque en portada. Se está llenando la satisfacción de hacer deporte al aire libre a través de la inmediatez de las comunicaciones. Pero también hay un avance en los materiales a disposición de los corredores: hasta ahora una organización debía delimitar un recorrido, medirlo, provocar el impulso de saber que ‘había una prueba diseñada’. Hoy día la cartografía está digitalizada y no hay sendas recónditas, al igual que tampoco existen los recorridos sin posibilidad de ser medidos al milímetro. La difusión de una convocatoria minimalista o clandestina, al contrario de lo que pueda parecer, no es mínima.
Y está haciendo dudar a los recién llegados al mundo de las carreras populares. La existencia de esa polaridad plantea la pregunta: ¿Me apunto a los diez kilómetros que organiza el club de atletismo de mi ciudad o paso a correr con los demenciados que han quedado a las seis de la mañana en las afueras del pueblo? El mercado ha cuadruplicado las posibilidades para correr. Y Bloomberg sabe que tiene que sostener su ING-New York City Marathon en primera línea. Las cifras de participantes en maratón crecen en un 9% sostenido en EE UU hasta un total de 518.000 finishers. Chicago y Boston aprietan y el mercado no da descanso con nuevos bríos tras las pruebas de Marine Corps, Honolulu o Walt Disney (Florida). Un mercado al que ING no es ajeno dado que se ha promovido como patrocinandor en las carreras de Miami, Hartford o la iniciativa global Runner’s Nation.
Se cuenta con un factor más. En cuestión de minutos se organiza y desorganiza un trote informal. Pasadas unas horas, las asunciones de la alcaldía no pasan de mucho más de un “la maratón podría ser sujeto de división en la opinión pública”. El lenguaje críptico de la CEO del club organizador habla de “animosidad contra los participantes”. En medio de un recibimiento potencialmente diferente al que está acostumbrada la ciudad, las líneas del lenguaje político sugieren que muchos todavía piensan si la cancelación ha sido la decisión acertada.
Esto, en una quedada clandestina, no ocurre.
* Luis Arribas.
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– Fotos: Cara Anna (AP) – Reuters – Richard Drew (AP) – Nicole Pesce (NY Daily News) – Atletas varios desde Nueva York
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