Los antiguos estoicos mantuvieron una curiosa y ampliamente incomprendida teoría de la adivinación: cuando el adivino buscaba en las entrañas de animales, no pensaban que buscase acontecimientos pasados o futuros causalmente determinados (y por tanto preformados en una especie de plan divino), sino ya de algún modo presentes en la naturaleza de los cuerpos: el Destino no es el vínculo lógico de los acontecimientos entre sí, sino la unidad de las causas entre sí. Como para Dios el tiempo sólo se daba bajo la forma de un Ahora glorioso, debía de haber algún modo de atisbar algo de la simultaneidad divina incluso desde nuestra manera sucesiva (o, más exactamente, distensa) de habitar el tiempo.
Dejando a un lado el interés estoico por las mezclas viscosas, siempre he pensado que a algo así debe aspirar un entrenador cuando planifica su temporada: a que los errores no sean anecdóticos, sino reveladores de la capacidad real de su equipo, y que por tanto actúen como predicciones verosímiles de partidos por venir. Por eso ya desde la pretemporada es importante tener una idea clara de a qué se juega y qué soluciones puede ofrecer el equipo en las distintas situaciones límite que le plantearán sus mejores rivales. Si la obra es buena, en la parte estará el todo.
No me gustó el partido contra el Real Madrid. No creo que el planteamiento fuera desacertado: el equipo jugó a lo que mejor sabe (lo que quedó confirmado en las buenas actuaciones contra Milan e Inter), introduciendo además una variante previsible para partidos importantes: el 4-2-3-1 dejó paso a un 4-3-3 más compacto con Lampard sustituyendo al mediapunta. La defensa se mantuvo sólida pese a los dos errores decisivos (falta absurda de Ivanovic, por lo demás impecable, y pasividad de los centrales ante la llegada de Cristiano) y Lukaku dio algunas muestras esperanzadoras de su solidaridad y utilidad para el equipo. El mediocampo, en cambio, estuvo totalmente desbordado por la fluida circulación y un gran juego de posición que forzaba pérdidas constantes. Por último, se confirmó que el Chelsea carece de un ‘9’ para las grandes citas.
La mayor inquietud que me asalta es la de la desconexión y la flacidez: si el equipo no consigue conectar su disciplinada línea defensiva con la suntuosa línea de mediapuntas (tanto en transición ofensiva como defensiva) y si ésta, a su vez, no encuentra un killer capaz de dar sentido al juego colectivo con su estocada final, todo el trabajo correrá peligro. La sensación es que hay cinco centrocampistas para dos (o tres) puestos, pero que sólo uno de ellos, Ramires, es indiscutible, y tres delanteros para una plaza a la que ninguno acaba de dar lustre y en la que sólo el jovencísimo Lukaku hace mejores a sus compañeros.
En resumidas cuentas, y pese al consuelo que supuso la quinta victoria ante la Roma (“cinco victorias y una derrota: cero puntos”), no puedo evitar pensar que al equipo le falta y le sobra un jugador por línea, y que las ventas de David Luiz al Barcelona, de Obi Mikel al fútbol turco y de Torres a quienquiera que le ofrezca un desafío acorde a sus actuales condiciones podrían habilitar la llegada de un central joven (Mangala, Zouma, Dória), un mediocentro de verdadera talla que le ahorrase a Van Ginkel estos disgustos (De Rossi) y un delantero capaz no sólo de superar rivales con el balón en los pies (algo que actualmente ninguno de los tres aporta), sino de bajar a recibir, potenciar la movilidad, producir los 20 goles de Lampard en Premier League y aparecer en las grandes ocasiones (Rooney). Se produzca o no alguna incorporación, me parecía oportuno dejar por escrito, desde mi humilde posición de observador externo (ni entrenador, ni periodista, ni hooligan), estos malos presagios de grandes noches por venir. Próxima parada: Stamford Bridge.
* Adrian Leverkuhn es co-autor del libro «Filosofía y manual de un entrenador de fútbol» (Ed. Wanceulen, 2011) junto a Francisco Ruiz Beltrán y Miguel Canales.
– Foto: AFP
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