Perdido el juego, sólo queda competir. La luz parpadeante del Barcelona descubre la condición de un equipo palpitante que sube o baja como las mareas. Aguadas las certezas de un modelo sagrado con las dudas básicas del competidor de élite, que tanto pierde como gana a no ser que sea excelente, el único asidero restante es la capacidad de competir cada noche. Y esto puede ser realmente poco, pues es lo único que le queda al que se siente en alguna desventaja. Seguro que ya lo dijo Sun Tzu o algún hechicero parecido: hacer la guerra es el último recurso del que ya no le queda sino combatir.
Lo pensé viendo a Busquets yendo despavorido a hacer una cobertura hasta el Louvre, o a Mascherano con heridas sangrientas de circo romano. Perder la autoestima es perderlo todo, tarde o temprano. El Barcelona más orgulloso de su historia no las tiene todas consigo y vacila con las piernas temblonas. Se sabe grandioso en muchas facetas pero también tierno en algunas otras, suave ante la mordedura rival, por lo que duerme peor porque duda de sí mismo. El Barça de los últimos años no era generoso en imágenes de carreras y golpes, sino que se solía mostrar como un autómata de posición, posesión y orquestación ensimismada, que ganaba o perdía aferrado a un mantra tranquilo.
Ahora no es menos fiel a su manual de base, pero los parches recientes y la pérdida de jerarquía emocional hacen tambalear la nave. La idea de La Masia es tan radical que parchearla con enmiendas y actualizaciones –cosa necesaria, como bien sabía Guardiola– la convierte a veces en un pastiche inane y en un desconcierto insoportable, como si el invento no funcionara fuera de las raíces. Al punto, el Barcelona se enfrenta a una paradoja personal muy inquietante: ya no sabe que jugará siempre bien al margen del resultado, sino que, al revés y en precario, ausente el juego hasta nuevo aviso, se encomienda a la competitividad y la pegada para sobrevivir. Y hasta donde puede llegarse.
La cábala más popular pronostica que el Barça eliminará al PSG pero caerá en semifinales. Si eso sucede, en principio los culés no se sentirán muy decepcionados. Sabrán de sobra que no había nivel para mucho más y que este año no se pasaba el algodón súper exigente de la Champions, pues la cosecha de la 12/13 da para quererse sin volverse loco. Y quién iba a decirle a los estetas que su equipo tendría que sobrevivir más de una vez a golpe de raza, pelota y orgullo, como si fueran el Madrid una tarde cualquiera.
* Carlos Zumer es periodista.
– Foto: Francois Mori (AP)
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